No se caían
Esta corrida tuvo sensacionales novedades: los toros no se caían; uno entró tres veces al caballo; hubo toreo. No se había visto nada igual en toda la feria. La afición bilbaína estaba de enhorabuena, intercambiaba parabienes, invitaba a tabaco, y a los que no fuman, chicle. Reseñadas las novedades, es obligado matizar que algunos toros sí se cayeron (el quinto estaba inválido), las tres veces que entró al caballo el toro suicida aquel no recibió las varas en regla, el toreo se produjo sólo en determinados pasajes de una faena y cachito más de otra.El toreo que hubo lo hizo Fernando Cepeda y fue en el tercero, que tomó el engaño con encastada codicia, no exenta de picantito, lo que dió mérito a la faena, pues ya es sabido que, en estos tiempos, al picantito y la casta les suelen hacer ascos los toreros de moda. Fernando Cepeda, torero de moda, constituyó la excepción y no hizo asco alguno a la embestida, sino que la embarcó por de rechazos emocionantes y toreros, después por naturales, entre los que destacaron todos los de la segunda tanda.
Rodríguez / Manzanares, Ortega Cano, Cepeda
Cinco toros de Dionisio Rodríguez, bien presentados (1º, mocho), dieron juego en general; 5º de Manuel Álvarez, sospechoso de pitones, inválido. José Mari Manzanares: pinchazo, media baja y rueda de peones (protestas); pinchazo y media escandalosamente atravesada y baja (pitos). Ortega Cano: metisaca escandalosamente bajo (bronca); estocada (ovación y salida al tercio). Fernando Cepeda: bajonazo enhebrado, rueda de peones y descabello; la presidencia le perdonó un aviso (vuelta); bajonazo y tres descabellos (vuelta). Plaza de Vista Alegre, 26 de agosto. 8ª corrida de feria.
Aquellos derechazos emocionantes y toreros los dió embraguetándose, mandando en el toro pujante y vivaz; estos naturales, transformando en cadencia el sentir torero, abajo la mano y su prolongación natural la muleta, para humillar la embestida y luego vaciarla, limpia, "detrá-e-la-caera", que diría el clásico. Cerrado el de pecho pidió el toro la muerte y no se la dió Cepeda. Qué se la iba a dar. Ensayó otra tanda, cambió el estoque simulado por el verdadero, pegó más pases para recuperar el calorcillo popular que pudiera haber perdido con el paseo, atravesó al toro de un bajonazo.
Lo del bajonazo ya lo tienen convertido -este torero y cualquier otro- en permanente muestra de la degradación en que se ha convertido la antes llamada suerte suprema. La mayoría de los diestros (en este caso, siniestros), ya no matan a los toros: les pasan por las armas. Y aún ese ba onazo atravesado de Cepeda sería mal menor. Ahora mismo lo firmaría cualquier purista del volapié, para evitar sablazos como los que endilgó Manzanares, e icluso estos, antes de que llegaran metisacas en el sótano bovino al estilo de Ortega Cano con el segundo.
Lo bueno es que matan así y no se cortan. Por el contrario, afiamencan posturas ante el toro pasado por las armas. De la misma forma que el público se está acostumbrando a que los toros se caigan, a que (nadie lancee a la verónica, a que los primeros tercios sean igual de simulados que la espadita de madera, a que los banderilleros tiren los palos, a que no se liguen los pases (salvo si son de pecho), ya da por buenos los bajonazos.
Al sexto toro le toreó Fernando Cepeda muy animoso, con cierto gusto, pero sin ligar. Tampoco ligó Manzanares en el cuarto, quizá el más noble de la corrida. Unos naturales los instrumentó ayudándose con el estoque, pico, suerte descargada, dejándose enganchar el trapo y corriendo al rematar. Mucho corre Manzanares. En cambio el final de faena -ayudados, de la firma, pase de pecho- resultó torerísimo, las cosas como son. Con el primero se confió menos. A Ortega Cano le gazapeaba el segundo y en lugar de quitarle el gazapeo intentó naturales. Al inválido quinto le aplicó larguísima faena que consistía en estarla empezando continuamente. Después no le salía completo ningún pase y recurrió a los molinetes de rodillas, para no irse de vacío. Aunque de vacío se fue. Ortega Cano no parece que esté viendo claro el arte de torear últimamente.
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