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El ritmo del señor Domínguez

Roberto Domínguez tiene ritmo, que no es el del cha-cha-cha, ni el de la samba, aunque algo de musicalidad hay allí. No sería de extrañar que el señor Domínguez cantara mientras torea. De otros toreros se dice que tienen música y a lo mejor esa música sólo está en la imaginación interpretativa de los poetas. El señor Domínguez tiene un ritmo exclusivo que no necesita imaginaciones interpretativas, y lo aplica para torear todos los toros, cualquier toro,, allá penas cómo sea el ritmo del toro.A veces el toro tiene su ritmo, buen ritmo, precisamente aquel que mejor acomoda al toreo puro, y entonces puede ocurrir que el ritmo del toro y el del señor Domínguez vayan cada uno por su lado. Como si en una parejita él bailara el vals y ella la conga. Así aconteció en el tercer toro de la tarde, que poseía lo que los taurinos llaman son y, con el son, sostenida nobleza, muy apropiada la mezcla para que un torero de musicalidad cierta o imaginada creara arte, embarcándolo con el temple que demanda el pulso del toreo puro y olé.

Lamamié / Mezquita, Robles, Domínguez

Cinco toros de Leopoldo Lamamié de Clairac, en general con trapío, flojos, de juego desigual; 4º sobrero de Torrestrella, con trapío, inválido. Pascual Mezquita: pinchazo bajísimo y estocada caída (silencio); estocada delantera (silencio). Julio Robles: dos pinchazos bajísimos, otro bajo hondo y descabello (silencio); pinchazo escandalosamente bajo, rueda de peones, pinchazo bajo y dos descabellos (silencio). Roberto Domínguez: media trasera tendida, rueda de peones y 12 descabellos (ovación y salida al tercio); estocada trasera caída (oreja). Plaza de Vista Alegre, 22 de agosto. Cuarta corrida de feria.

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El ritual

Por imponer su ritmo -que no era el del toro- el señor Domínguez construyó una faena aseadita, desigual, escasamente ligada, gustosa en algunos de sus pasajes, con ciertos alardes de valor al final. Y bien, le habría valido una orejita de esas que está dispuesto a regalar el Bilbao taurino de los nuevos tiempos, si no llega a fallar estrepitosamente con el descabello. Hasta 12 golpes de descabello necesitó, después de oficiar el ceremonioso prólogo que emplea siempre el señor Domínguez para descabellar.

Pero llegó el sexto toro, flojucho, manejable, relativamente codiciosillo un rato, tardo después, aplomado finalmente, y ahí hubo faena que valió una oreja. La falta de ritmo le perdió al toro, porque el señor Domínguez impuso el suyo, con la técnica que, desde luego, domina -!si sabrá el señor Domínguez de ritmos!- y le toreó por donde quiso, cuanto quiso. Hasta cuando no había qué torear, pues el toro flojucho-manejable-y-todo-lo-demás se repuchaba y renunciaba totalmente a embestir. Entonces, el señor Domínguez porfiaba valerosamente a medio palmo de los pitones, con ese desafío le obligaba a tomar la muleta. Y, por el mismo precio, para que nadie echara de menos a Espartaco -que estaba anunciado y hubo de ser sustituido-, se puso de rodillas, giré lentamente, dio de espaldas un pase por alto, volvió a arrodillarse pega dito a la cornamenta. Grandes ovaciones y muchos ayes provocaron en el tendido estos desplantes y, naturalmente, el señor Domínguez obtuvo un triunfo legítimo.

Pocos toros potables hubo en el resto de la corrida. Si acaso, el primero, al que Mezquita aplicó un toreo ceñido a los más estrictos cánones, con resultado diverso dada su condición de diestro poco placeado. Extrañó que el sobrero lidiado en cuarto lugar fuera de Torrestrella, y ya extrañó menos cuando apareció con un trapío impresionante, veloz corretón, violento coceador de engaños. De repente cambió el toro y se convirtió en piltrafa que rodaba contínuamente por la arena. Mezquita dibujaba un natural, hocicaba el toro, y en eso consistió la historia de la faena.

A Julio Robles le correspondieron toros inciertos, si se descuidabá peligrosos, y los estuvo encelando valientemente por naturales y derechazos, hasta que había de interrumpir los trasteos, en vista de la mala catadura que desarrollaban. Esos toros tampoco tenían ritmo, si no era el de música acid, que no es, precisamente, la más adecuada para interpretar el arte de la tauromaquia.

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