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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La gran ocasión de De Klerk

LA DIMISIÓN de Peter Botha de la presidencia de la República de África del Sur ha tenido lugar en unas circunstancias que acrecientan su significación política. Después de meses de tensas relaciones entre Botha y el ministro De Klerk -elegido en el pasado mes de febrero presidente del Partido Nacional en sustitución del primero-, acaba de surgir entre ellos un grave conflicto sobre un tema esencial: la actitud a adoptar con los Gobiernos negros que apoyan al Congreso Nacional Africano (ANC). De Klerk había concertado para el 28 de agosto un viaje a Lusaka para entrevistarse con el presidente Kaunda. Botha reaccionó violentamente contra ese viaje, no sólo porque había sido preparado a sus espaldas, sino porque lo consideró inoportuno a causa del apoyo que Kaunda presta al ANC. El Gobierno en pleno apoyó a De Klerk, y Botha tuvo que dimitir. Ahora De Klerk ocupará provisionalmente la presidencia de la República en espera de su nombramiento formal, una vez que hayan tenido lugar las elecciones parlamentarias convocadas para los primeros días de septiembre.El dimisionario Botha se retira después de 11 años de gobierno durante los cuales realizó ciertas reformas del sistema constitucional, pero evitando el problema decisivo: la total carencia de derechos políticos de la población negra, condenada a un apartheid inhumano y humillante. Ha sido un reformador a medias: pensaba que corrigiendo aspectos secundarios podría consolidar una bochornosa e impresentable situación de segregación racial. Su invento principal fue crear unas cámaras elegidas por la población mestiza e india, con ciertos derechos de colegislación con el parlamento elegido por los blancos. Pero ello sólo sirvió para poner aún más de relieve la terrible injusticia cometida con los negros, que constituyen la aplastante mayoría del país. Por eso sus reformas han fracasado. Por otra parte, al dar a los militares una serie de derechos abusivos para intervenir en la administración de las barriadas o pueblos negros, ha sido responsable del recrudecimiento de la represión, lo que, a su vez, provocó la imposición de sanciones contra África del Sur y su consiguiente aislamiento en la escena mundial.

Mientras tanto, las nuevas relaciones de cooperación que se han establecido entre la URSS y EE UU han abierto nuevas perspectivas en el África austral. Los acuerdos sobre Namibia y Angola, la preparación de una negociación en Mozambique entre el Gobierno y los rebeldes del Renamo, crean un clima que facilita un nuevo tipo de relaciones entre Pretoria y los Estados negros de la llamada línea del frente. De muy distintas maneras, y pese a las evidentes y enormes dificultades, se puede afirmar que en esa región se está pasando de una etapa de guerras y confrontaciones a otra en la que se abre camino el diálogo, la negociación, la paz.

Y es precisamente en ese marco en el que se han perfilado dos actitudes distintas en el seno del Gobierno surafricano: la de Botha, reticente ante lo nuevo, con una visión de corto alcance, muy influida por concepciones caducas e incapaz de ir más allá de algunos gestos sin continuidad, como su entrevista con Mandela el mes pasado. Y la de De Klerk, al que los propios rasgos personales le ayudan a adoptar una actitud más acorde con la fase presente de la coyuntura mundial. Es 20 años más joven que Botha, más pragmático y flexible. Firme partidario del predominio del poder civil, está menos atado a los doginas que subyacenen la base de la cultura blanca de Suráfrica. No sólo ha causado buena impresión en Europa duiante su reciente gira, sino que estableció un diálogo serio con dirigentes negros, como Chissano, el presidente de Mozambique. Los Gobiernos negros de la línea del frente atribuyen un gran significado al traspaso de poderes de Botha a De Klerk. Se habla de dar a éste un plazo de cuatro o cinco años para que deshaga el apartheid, después de lo cual se daría ingreso al Gobierno surafricano en los organismos regionales africanos que hoy le condenan.

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De Klerk despierta esperanzas, pero aún no ha dado pruebas que permitan confiar en su éxito. Existe un abismo entre las ideas que él baraja y las legítimas demandas de los negros. ¿Será posible superarlo? ¿Hasta dónde está dispuesto a ir De Klerk? La inminente consulta electoral permitirá medir el apoyo de que goza ante la nueva fase política, en la que entra el país. Pero un hecho decisivo es que se abre camino la idea de que sólo negociando con el ANC será posible tender puentes hacia el futuro. Emprender esa negociación es para De Klerk un reto difícil, y al mismo tiempo está inevitablemente obligado a aceptarlo. Su pragmatismo lo impone.

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