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Ceniza

Manuel Vicent

Todos los cuerpos arden. La carne es una llama que se aviva con el oxígeno del aire y uno existe mientras dura la propia combustión. El tiempo no mata a nadie. Aunque a él se le atribuyen todos los crímenes, el tiempo sólo es un testigo sin rostro en cuya presencia nuestra destrucción se consuma. Nos mata el óxido que deja cada célula durante su cocción. Arden las estrellas, los árboles, las fieras, los hombres, las algas; y es de fuego la geometría del firmamento, el esplendor de los valles, la sangre de los animales y tu memoria. También arde el fondo del mar. Toda la materia viva se quema, excepto las amebas y Dios, que son incombustibles y por tanto inmortales. La pequeña hoguera que te posee es tu sustancia, la cual puede adoptar formas de singular belleza en el instante álgido de la existencia: como una breve llamarada por un día serás un joven atleta, el intelectual de moda, un guapísimo homicida o tal vez nada. Pero si no eres nada arderás igualmente en el anonimato, y respirando llamarás a la muerte. Así busca el fuego a la ceniza.Sólo muere el que trabaja. Cada célula de tu cuerpo es una ínfima brasa en acción que no hace sino cumplir de modo infatigable la maldición del Génesis: trabajarás y después morirás. Había una célula dormida en el légamo del Edén. Se llamaba Adán. Una mañana de primavera Yahvé sopló sobre ella obligándola a quemar oxígeno. Desde entonces la célula no ha parado. Ese mismo hálito de Dios es el que tú ahora le envías por la nariz. El fuelle de los pulmones aviva tu propio brasero y a la vez acelera su consumación. El castigo de Yahvé era el óxido que defeca la célula mientras arde. Ése te mata. La vejez es la herrumbre que acaba por apagar del todo la hoguera que fuiste. He aquí una verdad presocrática: el aire, el fuego, el agua y la tierra se fundieron, y tú has dejado la memoria de una forma que danzó un instante como una llama en un punto inexacto del universo. Sólo las amebas son inmortales. No trabajan, y por tanto no mueren. Son como Dios, aunque eso no sirva de consuelo.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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