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Reportaje:

Rushdie vive como un héroe de Le Carré

Continuos traslados y escoltas armados para el autor de los 'Versos satánicos' en su exilio de Londres

En un libro de cuentos de Marianne Wiggins que será publicado a finales de mes en Londres hay una dramática dedicatoria: "A mi padre, John Frederick Wiggins, que se ahorcó en un árbol del Parque Nacional de Shenandoah, Virginia, la noche del 27 al 28 de abril de 1970". Es un pensamiento desesperado provocado por el aislamiento y el exilio que vive junto con su marido Salman Rushdie. El único indicio público de estas circunstancias es una nota de los editores Secker & Warburg donde piden que las recensiones de los libros de la señora Wiggins no sean acompañadas de su fotografía "por razones de seguridad de la autora".

Rushdie también está escribiendo un libro para niños, su primer intento de literatura infantil. Sin embargo, no sólo escribe esto. Las páginas de los dominicales atestiguan que no ha abandonado su actividad de crítico literario. A Rushdie le mandan los libros por correos para que haga la crítica, y sus recensiones llegan, también por a las redacciones de los periódicos. Es un poco exagerado decir, como afirmaron la semana pasada sus amigos, incluido el escritor Kazuo Ishiguro, que no existe ninguna diferencia entre su situación y la de los rehenes retenidos en Beirut. En Beirut, los rehenes no van a cenar fuera con personalidades de la literatura y de la política. Rushdie, sí. No pueden recibir el correo ni llamadas telefónicas. Rushdie, sí. No tienen ni radio, ni televisión, ni libros, ni periódicos. Rushdie, sí. Sin embargo, según el dramaturgo Harold Pinter, su amigo desde hace muchos años, "Salman, en estos momentos, está verdaderamente en una prisión".

Secuestrado

Rushdie y su mujer eran una verdadera institución en los círculos de los salones londinenses. La escritora Fay Weldon, otra amiga, dice: "Era un hombre muy locuaz, enérgico y vivaz que vivía en la comunidad intelectual y que adoraba conversar". "Para alguien como él, es una muerte en vida". La vida de Salman Rushdie y Marianne Wiggins, en estos momentos, parece sacada de una novela de John Le Carré. El día en que Jomeini le amenazó de muerte, el día de San Valentín, agentes de la brigada especial sacaron al matrimonio de su casa en Islington, adonde no han regresado más.

Desde entonces los Rushdie han estado viviendo en una serie de "apartamentos seguros" casas vigiladas por los cuerpos especiales y por lo general destinadas a espías y contactos de los servicios secretos. Por razones de seguridad sólo se les permite permanecer en ellos algunas semanas.

Durante el primer mes de lo que podría definirse como su prisión, los dos intentaron mantener, al menos en apariencia, su anterior estilo de vida. Iban a cenar con los amigos, siempre acompañados de su escolta.

A finales de marzo estos ocasionales rendez-vous prácticamente cesaron. Los responsables de su seguridad no los aprobaban, y los comensales de sus cenas, por mucho que quisieran estar con Rushdie, sabían que no era posible impedir que alguien llamase a su puerta o viera llegar un coche y quizá aireasen la noticia más tarde.

Y así, están más solos que nunca. Ninguno de sus amigos conocidos, agentes o editores saben dónde viven. No pueden recibir llamadas, aunque sí les llega el correo, que recorre un tortuoso trayecto, pasando previamente por la policía.

Los sistemas de seguridad que les rodean son numerosos y muy costosos, del orden de cientos de miles de libras esterlinas, y casi no se diferencian de los previstos para un jefe de Estado. En estos momentos al parecer se estudia el grado de protección para reducir gastos. Durante más de cinco meses, ni Rushdie ni su mujer, Marianne, han vivido ni viajado sin protección policial. Por no citar otras distracciones, como ir de compras, al teatro o al cine.

Rushdie es un ávido lector. Ha hecho progresos en su libro para niños, que empezó poco antes de que su mundo cambiase de pronto. Sin embargo, ha recibido una categórica invitación de la dirección para que no haga la mínima alusión al argumento que más le obsesiona: su actual aislamiento.

El caso de Marianne Wiggins conmueve aún más que el de su marido. La tarde anterior a la condena de muerte participó en un fastuoso recibimiento a base de champaña para celebrar la publicación de su novela John Dollar. Después se vio obligada a cancelar la gira americana prevista para promocionar el libro, y aun así puso en aprietos a la escolta al insistir en asistir a la presentación de su libro en una librería londinense; no obstante, no ha aparecido más en público ni ha podido gozar del éxito de su libro.

Escritora

La señora Rushdie no participó en la redacción de los Versos satánicos, pero siempre ha dicho que está al lado de su marido. De este modo, ha tenido que renunciar al reconocimiento y a la fama propios de una escritora que ha llegado a la cumbre. Uno de los más conocidos editores dijo: "Como inversión, la considero una escritora tan valiosa como su marido. Pero en la cumbre de su carrera literaria se ha visto obligada a desaparecer". Todos sus amigos coinciden en que se las arreglan muy bien y que, increíblemente, "parecen estar de muy buen humor". Afirman que Rushdie está convencido de que su forzado exilio durará un par de años y que finalizará cuando las amenazas del ayatolá sean retiradas oficialmente. Harold Pinter responde con un tono visiblemente irritado al hablar del tema: "Además de la cuestión de principios intrínseca, pienso que es un ultraje que todo esto le haya podido suceder a un hombre tan inteligente y afable. Pero es un hombre con un indomable espíritu y una enorme energía. Sobrevivirá".

Copyright The Independent / EL PAÍS.

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