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Zapadores del Ejercito italiano secuestran a una niña

Juan Arias

El secuestro de una niña de cuatro años, Moira Pasqual, por parte de unos militares del cuerpo de zapadores del cuartel de Motta de Livenza, a pocos kilómetros al norte de Venecia, ha causado emoción y rabia en todo el país. Afortunadamente, la tragedia para la pequeña y para sus padres duró sólo 15 horas, gracias al temperamento muy vivo de la pequeña Moira. La niña, con sus puños minúsculos, golpeó la puerta de la habitación en la que el sargento mayor Roberto Casarin, de 23 años, originario de Mogliano Veneto, la había encerrado en el interior del cuartel.

Un oficial que pasaba por el corredor oyó los golpes dados por la niña contra la puerta mientras gritaba: "¡Militares, militares!". Sorprendido, el militar echó la puerta abajo y se encontré, con una niña que, llorando, le rogaba: "Llévame a la casa de mis padres".A esa hora, el suboficial -detenido ahora en la cárcel militar de Castiglione- estaba tranquilo en su trabajo. Probablemente, el somnífero que había dado a la niña no era lo suficientemente fuerte y la pequeña se despertó antes de tiempo.

En un primer momento, jueces y policías intentaron mantener el secreto sobre el caso, pero la noticia se filtró y, al final, ayer tarde se comunicó oficialmente que había sido encarcelado el sargento mayor Casarin, acusado del secuestro.

Según versiones no oficiales trascendidas en la tarde de ayer, el autor del secuestro ha confesado que había organizado todo porque necesitaba dinero para pagarse un coche, un Alfa Romeo 90, que había comprado recientemente. Casarin se ha negado, sin embargo, a revelar los nombres de sus cómplices que la policía busca dentro del mismo cuartel de Motta de Livanza, un centro agrícola de 8.000 habitantes, en la provincia de Treviso, donde reina la incredulidad y consternación por lo ocurrido.

Puntos oscuros

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Quedan aún muchos puntos oscuros por esclarecer de esta increíble historia. En primer lugar, los militares conocían al detalle las costumbres de los padres de la niña, Antonio y Teresa: en la noche del miércoles, cuando la arrancaron por la fuerza de los brazos de la madre, a quien amordazaron y ataron a una silla, los dos perros lobos estaban atados detrás de la casa y el marido acababa de salir para probar un coche de su sucursal de coches usados. Cuando los secuestradores tocaron a la puerta, la madre de Moira abrió la puerta creyendo que era su marido.

Los dos encapuchados, que llevaban una pistola en la mano, cargaron a la pequeña dentro de una bolsa grande de tela y la metieron en el coche del suboficial. Después, la introdujeron impunemente dentro del cuartel y la encerraron en la habitación del suboficial, seguros de que nadie la buscaría allí. En la casa de la niña los secuestradores dejaron un papel escrito a máquina en el que pedían a la familia que, si querían recuperar viva a Moira, debían dejarles 20 millones de pesetas en el césped de una de las orillas del río del lugar.

La noticia del singular secuestro ha llegado en un momento en el que dicha actividad criminal supone una de las grandes industrias del país.

Aún no se ha apagado el eco del secuestro del joven Cesare, de 20 años, hijo de Angela Casella, que el 20 de julio ha pasado en la cárcel de los bandidos ya su segundo cumpleaños. Por otra parte, en el bar Imperia, del centro de Bolonia, los secuestradores del empresario Dante Belardinelli, dejaron anteayer en un sobre un trozo de cada una de las orejas del secuestrado, por cuya devolución exigen a la familia un elevado rescate.

Indignación nacional

Pero en el caso de Moira la indignación pública ha sido triple: primero, por tratarse de una niña tan pequeña; segundo, por haber sido militar los secuestradores militares y, en tercer lugar, porque los padres de Moira no son ricos. El padre, hijo de labradores pobres, empezó como mecánico de coches. Con sus ahorros puso un pequeño taller propio y recientemente había comprado un gran hangar que había convertido en un centro de venta de coches usados y en habitación propia. Su esposa es obrera en una fábrica de dulces. Son conocidos por su honradez y ganas de superarse. Y cuando hace cuatro años les llegó Moira, la felicidad de la familia fue total. Precisamente, la víspera del secuestro la pequeña había celebrado su cumpleaños y estaba aún disfrutando, abrazada a ella, de una fantástica muñeca de peluche, casi tan grande como ella, regalo de sus padres.

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