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AL NORTE DEL PARALELO 38

Kim II Sung, "el caudillo invencible de acero"

El culto de Corea del Norte a su viejo dirigente

ENVIADO ESPECIAL

El señor Pak tiene 41 años, está casado, con dos hijos, y empleado en una biblioteca de Pyongyang, la capital de la República Popular Democrática de Corea (RPDC). Pak se levanta todos los días a las seis de la mañana y estudia durante media hora las obras del presidente Kim Il Sung. "Soy sólo un simple soldado al servicio del gran líder" contesta cuando se le pregunta cuáles son sus aspiraciones humanas. Pak es uno de los 20 millones de habitantes que viven en la RPDC venerando al "caudillo invencible de acero", movilizado como tantos otros para atender a los miles de extranjeros que han asistido al XIII Festival Mundial de la Juventud y de los Estudiantes. El señor Pak tiene fe ciega en las consignas del anciano dirigente de 77 años, "el único en el mundo que ha derrotado en este siglo a los imperialismos japonés y norteamericano". "Cuando muera el gran líder veneraré al querido dirigente, Kim Jong II", contesta sin vacilar al referirse al hijo de este dios humano. Kim Jong II, que tiene 47 años, ha sido designado por su padre como sucesor. Nadie lo discute, aunque se especula que algunos jefes del Ejército discrepan con la posibilidad de que el hijo pueda tener el mismo poder omnímodo.

Se ha dicho de Corea del Norte que es el régimen comunista más cerrado del mundo. Las autoridades locales niegan esta afirmación y aseguran que al menos 50.000 turistas visitan anualmente la parte norte de la península, dividida en dos naciones justo en la línea de separación correspondiente al paralelo 38 al término de la última guerra mundial. Los del Norte sostienen que la partición es artificial y culpan de ella a Estados Unidos, que tiene desplegados en el sur a más de 40.000 soldados. La reunificación nacional será un hecho tan pronto como los "imperialistas yanquis" se marchen, creen sus habitantes. Los periodistas nunca han tenido fácil acceso en la RPDC. Este año, sin embargo, el régimen invitó a más de 600, entre ellos numerosos norteamericanos, para cubrir en directo el desarrollo del Festival de la Juventud, un foro cultural y deportivo controlado desde su primer año de celebración -en Praga, en 1947- por el bloque del Este y que Kim Il Sung ha querido convertir en una Olimpiada 89 que compitiera en medios y grandeza con la que tuvo lugar el año pasado en Seúl, la capital de Corea del Sur. El Gobierno se ha gastado 4.700 millones de dólares para organizar el encuentro, y se cree que ha recibido también ayuda de la URSS y de la República Democrática Alemana (RDA).

Cuatro estadios con capacidad para 150.000 espectadores sentados y nueve pabellones fueron construidos o remozados en los últimos tres años con el fin de encarar el festival. Igualmente fue creado un nuevo distrito, a semejanza de una villa olímpica, para erigir allí bloques en donde hospedar a los delegados y que tras el festival se convertirán en viviendas. Se inauguraron también varios hoteles. Uno de ellos, una colmena en forma de pirámide, de 105 metros de altura, no pudo terminarse a tiempo y no estará completado hasta los próximos meses.

Enorme desembolso

Viendo todo ello se refuerza la tesis de que Pyongyang debió de acariciar sin duda la idea de celebrar conjuntamente con Seúl los Juegos Olímpicos de 1988. No se entiende de otro modo el inmenso desembolso, que no justifica el desarrollo de un festival juvenil internacional, aunque encaja en la megalomanía de un hombre que, temeroso de la muerte, hace construir gigantescas estatuas suyas de más de 20 metros en oro o en bronce o arcos de triunfo para perdurar en la historia.

En cualquier esquina de la capital está la figura del Kim Il Sung. El gran líder rodeado de niños, paseando tranquilamente con su hijo, el querido dirigente Kim Jong II, junto al río capitalino, Dae Dong, en compañía de obreros, de médicos o de invitados extranjeros, hablando a una estudiante. Su retrato está en las casas, en los edificios oficiales, en las escuelas, en las universidades, en las fábricas, en los hoteles, en los hospitales, en los vagones del metro, en las sedes de los eufemísticamente llamados partidos de oposición.

Kim Il Sung es el presidente de la nación y el secretario general del Partido de los Trabajadores, "el líder indiscutido y paternal de todos los norcoreanos, que liberó la patria del colonialismo japonés y derrotó al imperialismo yanqui y que construyó la sociedad socialista", contesta todo aquel a quien se le interroga sobre la personalidad de este "sol de la humanidad" que ha suprimido con la represión o con la propaganda cualquier vestigio de oposición durante sus más de 40 años de poder. Ha creado su propia filosofía, la idea Zuche, que, según él, "exige ponerlo todo al servicio de las masas populares y resolver todos los problemas apoyándose en sus fuerzas". Tal principio filosófico está plasmado en un inmenso obelisco junto al río, la Torre de la Idea Zuche, de 170 metros de altura, desde la que se divisa toda la ciudad, cuyo techo abovedado tiene forma de llama que se ilumina por la noche. Su "ideología revolucionaria de la clase obrera" está explicada en las Obras del gran líder, reunidas en 35 tomos, que abarcan 1. 100 intervenciones, discursos y orientaciones suyos realizados entre 1930 y 1980. El querido dirigente Kim Jong II muestra también el mismo afán escritor que el padre. Hasta el momento han sido publicados cinco volúmenes con el título Por la realización de la causa revolucionaria de Zuche. No hay mayor culto a la personalidad que el que profesan los norcoreanos a su guía terrenal. Un par de retratos de Marx y Lenin en uno de los edificios de la plaza Kim Il Sung son los únicos homenajes visuales en Pyongyang a los padres del comunismo. Los locutores del telediario lucen la insignia del líder.

El noticiario de una de las tres cadenas de televisión dedicó uno de los días del pasado festival sus primeros 10 minutos a las audiencias del presidente con diversas delegaciones oficiales extranjeras. El formato fue siempre idéntico. Los bustos parlantes leyeron primero los nombres de los componentes de cada delegación. Después, una ráfaga musical de tono militar daba entrada a imágenes del gran líder en el umbral de una inmensa puerta del palacio presidencial.

Durante el festival, la llegada de Kim II Sung se convirtió en acto de adoración popular. Una voz monocorde ordenaba por los altavoces del recinto a las masas aplaudir en determinados pasajes del discurso del "caudillo invencible de acero", Kim Il Sung.

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