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FIESTA Y 'CUMBRE' EN LA CRISIS

Todo es tricolor

Juan Cruz

JUAN CRUZ, Todo es tricolor en la conmemoración francesa le la revolución de 1789. Los caramelos, los sombreros, las tartas y hasta los matrimonios han ido durante el último años tiranizados por los olores de la bandera francesa. Las confiterías, as iglesias y hasta los juzgados han tenido que adornarse con el azul, el rojo y el blanco como divisas inevitables. Del mismo modo que ahora resulta empalagosa la repetición de la memoria le aquél acontecimiento histórico para los propios franceses, los extranjeros se muestran sorprendidos de la autocrítica feroz que los propios galos hacen ante la fiesta que celebran. El mismo presidente de la República se ha tenido que justificar ("¿y qué querían, que no se conmemorara?") , los periódicos están saturados de repudio hacia a sangre con que se tiñó en 1789 la conquista popular del poder que ahora se presenta debajo de a tarta tricolor como una aventura excesiva, innecesaria y vergonzante. Como Francia es un país que lo guarda todo en un envoltorio que se puede vender, nadie se fija demasiado, desde el exterior, en los aspectos sangrientos de aquella revuelta definitiva. Si se exceptúa la voz disonante de Margaret Thatcher, que ayer aparecía impoluta, de blanco, tocada con un sombrero manchado de azul, que ha afirmado que los derechos del hombre nacieron en Inglaterra y no en Francia, ningún extranjero ha osado interferir en la fiesta francesa. Pocos, incluido Mitterrand, salen en su defensa, y los parisienses y los franceses de la Francia profunda la abandonan para emborracharse con petardos y vinos suaves. Ante esta tremenda soledad, como la que ayer se advirtió entre los propios concelebrantes, sólo cabía el consuelo que una melodía, compuesta para animar a soldados en el Rhin, podía poner el eco del entusiasmo sobre las almas a las que ha abandonado para siempre el espíritu de las revoluciones. En un mundo en el que Raúl Castro descubre que llora cuando se lava los dientes, cuando Tiananmen es un símbolo que sobrevuela la conciencia de París y cuando uno de los héroes perdidos de la otra revolución francesa, Daniel Cohn Bendit, estrena silla de adjunto a una alcaldía, La Marsellesa sonó anoche como el eslabón perdido y hallado en el templo de una melancolía sin retorno.

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