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60 velas para el 'príncipe de los creyentes'

Hassan II de Marruecos celebra su aniversario en la cima de su carrera como estadista

El 9 de julio de 1929, el sultán Mohamed V recibió en París un telegrama del palacio real de Rabat. Su esposa, Lala Abla, había alumbrado su primer hijo varón. Por cortesía a sus anfitriones, Mohamed V rechazó la proposición de suspender o acortar el programa de su visita oficial a Francia. Envió, a su vez, un cable a Rabat ordenando que se le diera al heredero al trono de Marruecos el hombre de Hassan. Han pasado exactamente 60 años. Hassan II, decimoséptimo soberano de la dinastía alauí, celebra tan redondo aniversario en la cúspide de su carrera como estadista internacional.

En contra de lo que deseaba, Hassan II no ha podido celebrar su cumpleaños con la inauguración en Casablanca de la mayor mezquita del mundo después de la de La Meca. Lo principal ya está hecho, pero falta aún rematar y decorar el imponente centro religioso. Es una decepción para un monarca que siente por la construcción el mismo entusiasmo que por el golf y casi tanto como por el arte de gobernar. Hassan II, sin embargo, entra satisfecho en la séptima década de su existencia. El pequeño rey, al que muchos auguraban un corto reinado, se ha consolidado como uno de los políticos árabes más estables e influyentes de su tiempo.Hassan II sucedió a Mohamed V hace 28 años. Eran malos tiempos para las monarquías del mundo árabe. Un poder absoluto de derecho divino parecía un anacronismo en un momento en que desde el Atlántico al Pérsico prosperaban las ideologías laicas, panarabistas, socializantes y tercermundistas de Nasser, el FLN argelino o los baazismos sirio e iraquí. En el propio Marruecos, que acababa de recuperar su plena independencia de Francia y España, el nacionalismo del Istiqlal y el socialismo de Ben Barka estaban sólidamente arraigados entre las masas urbanas y competían abiertamente con el Majsen, la Administración real.

Duro aprendizaje

"El oficio de rey se aprende", suele decir Hassan II, que por eso lleva siempre consigo a los actos oficiales a sus hijos Sidi Mohamed y Mulay Rachid. El suyo, en todo caso, fue un aprendizaje particularmente duro. En 1971 y 1972 Hassan II escapó a sendos intentos de asesinato laboriosamente planeados por militares golpistas. En diversas ocasiones -la última en enero de 1984, en el empobrecido norte del país- tuvo que hacer frente a esas revueltas populares típicamente norteafricanas que se disparan en cuanto el poder sube unos céntimos el precio del pan.

A lo largo de casi tres lustros, Argelia usó su prestigio internacional para aislar a Marruecos por el litigio del Sáhara occidental. Mientras tanto, el Frente Polisario le presentaba una dura batalla militar y propagandística. Para muchos observadores extranjeros, Marruecos era una caldera a punto de reventar.

Pocos suscriben hoy tal idea. Nasser murió abochornado por su derrota en la guerra de los Seis Días y dejó a Egipto en la ruina. El FLN comenzó a descomponerse cuando la juventud argelina se enfrentó a sus carros de combate para expresar su hastío por el partido único y la economía socialista. La presencia marroquí en el Sáhara occidental se hizo prácticamente irreversible. La oposición nacionalista, socialista y comunista de Marruecos hizo piña en tomo al rey desde que éste desencadenó la Marcha Verde.

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Según las ocasiones, Hassan II viste traje occidental o chilaba blanca, fez rojo y babuchas amarillas. Es un hombre con el rostro prematuramente envejecido al que le gusta trasnochar. Se acuesta muy tarde y se levanta hacia el mediodía. Entonces, si no es ramadán, comienza a fumar largos cigarrillos mentolados y a despachar los asuntos de Estado. Los dirige todos personalmente. Hassan II tiene la costumbre de hacer esperar a sus visitantes, por ilustres que sean, pero cuando recibe es un seductor, un hombre que se mueve con elegancia y afectación en un ambiente de las mil y una noches, que cita en francés a los librepensadores europeos y en árabe a los exegetas del Corán. Un moderado que sabe colocar su sonrisa.

Hassan II no es el sha de Marruecos. No minusvalora la fuerza del Islam. Al contrario. El es un jerife, un descendiente de Mahoma, y Dios e protege con su baraka. Tiene derecho a caballo blanco y parasol y sus súbditos se doblan hasta la cintura para besarle la mano, cosa esta última que choca en un Occidente que olvida que él es no sólo malik o rey, sino también emir al muminin, o príncipe de los creyentes. Para los musulmanes marroquíes es una autoridad religiosa tan digna como el Papa para los católicos.

Hassan II fue un niño mimado, pero su padre le asoció pronto a las cargas del poder. Eso le configuró una personalidad en la que conviven el capricho y el sentido del Estado, un cierto temor supersticioso a la enfermedad y la muerte y una aguda clarividencia para analizar los fenómenos políticos, el gusto por la buena vida y la capacidad de trabajo. Hassan II es el principal propietario, empresario y financiero de su país, tiene un palacio en cada ciudad importante y adora el fasto.

Acróbata de la política

Marruecos es hoy un país de delicados equilibrios. Equilibrio entre su viejo patrimonio cultural y un evidente proceso de desarrollo material. Entre una gran masa de la población aún pobre y analfabeta y una elite afrancesada de alto nivel de formación. Entre la autoridad de un soberano que gobierna en nombre de Dios y una incipiente democracia occidental, con periódicos, partidos políticos y sindicatos.

Es en gran medida la obra del rey, un hombre que ha terminado por darle a su país una importancia en el mundo árabe y africano superior a la de su población, 23 millones de habitantes, y sus recursos naturales. Hassan II es sobre todo un acróbata de la política internacional.

En menos de un año se ha reconciliado con Argelia y ha anudado una sólida amistad con su presidente, Chadli Benyedid, se ha ganado al continente negro en la cumbre franco-africana de Casablanca, ha organizado en Marraquech el acto fundacional de la Unión del Magreb árabe y, otra vez en Casablanca, ha acogido la máxima y más positiva cumbre de jefes de Estados árabes en mucho tiempo. Como dirían los árabes, es un hakim, un sabio.

La principal preocupación de Hassan II, como dice a los dignatarios que le visitan, es no dejar "cáscaras de plátanos sueltas" a su heredero. Le queda aún liquidar el asunto del Sáhara occidental y acelerar el proceso de democratización marroquí. En política extranjera tiene una asignatura pendiente: ese siempre pospuesto viaje a España, previsto ahora para el próximo septiembre.

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