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Tribuna:APUNTES SOCIOLÓGICOS SOBRE LAS FUERZAS ARMADAS
Tribuna
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Mujeres y soldados

Ya está en España abierta a las mujeres, al menos nominalmente, la profesión de las armas. Puede verse esto como un hito en el avance de la mujer hacia mayores cotas de libertad y de autodeterminación, hacia la verdadera emancipación por la que tantas mujeres han luchado, y en este sentido constituye un loable triunfó.Sin embargo, la incorporación de la mujer a la institución militar es de por sí un fenómeno digno de ser estudiado por los sociólogos y por los que, como el que estas líneas escribe, han dedicado largos años al ejercicio de la profesión militar y a reflexionar sobre sus peculiaridades.

La mujer ya participaba en las Fuerzas Armadas, y su intervención en los servicios sanitarios de éstas es más que centenaria. Posteriormente, el aumento de las tareas de tipo administrativo que la creciente burocracia militar propiciaba abrió también otros espacios de posible actividad femenina en el seno de los ejércitos. Pero ha existido siempre un núcleo duro, el verdadero meollo de la profesión, que se ha resistido con tenacidad a ser penetrado por lo femenino: el formado por las unidades de combate, las que marchan, navegan, vuelan y, en último término, desencadenan sobre sus objetivos la brutalidad destructiva y letal que es el resultado natural de su función. Ése es el corazón real de los ejércitos. Porque también los tercios de Flandes iban acompañados por gran número de mujeres que en ellos cumplían diversas funciones, propias de su sexo unas (prostitutas, compañeras, esposas) yde forzada atribución social otras (lavanderas, cantineras, cocineras). Pero la guerra no era su oficio. Ahora sí: las mujeres pueden acceder ya al pleno ejercicio de las armas.

¿Qué esperan encontrar ahí? Es posible que algunas busquen en la milicia el modo de saciar su ansia de aventuras, y no puede descartarse que haya bastantes de ellas que reúnan lo que habi tualmente se ha dado en llamar espíritu militar, incluido a menudo el ascendiente familiar. Es decir poseen los mismos motivos para ser militares qu 1 e los hombres, aunque algunas hayan tenido que superar una-formación previa poco propicia a que las- mujeres se sientan atraídas por este ofi cio. De uno u otro modo, sea cualquiera la causa que a la pro fesión militar las incite, van a in corporarse, en reducido número, a un grupo social donde las tradi ciones más antiguas, las leyen das, los mitos y los ejemplos, los modos más genuinos de ser y de obrar, las esencias íntimas que configuran eso que algunos sin mucha precisión denominan lomilitar son del tipo que habitualmente se atribuye a lo masculino. Más aún: son inequívocamente machistas.Entre y para hombres

El anecdotario militar está repleto de historietas, chascarrillos, canciones y demás, expresiones de un patrimoniocultural propio donde la: mujer está casi siempre objetivizáda (es el reposo del guerrero) y se ve exageradamente idealizada en unas representaciones y abyectamente denigrada en otras. Los ejércitos han crecido, desde la más lejana noche de los tiempos, entre hombres y para hombres. Son hombres los que han ido creando el ambiente dominante en el que se mueven día a día. No ha habido apenas sitio en ellos para la mujer.

Se dice, quizá con más buenos deseos que conocimiento objetivo de las circunstancias, que ellas aportarán a la institución militar algunas cualidades de las que ésta carece. Bienvenidas sean si así ocurre. Más bien es de temer que, por el contrario, para adaptarse al medio habrán de atenuar muchas de esas cualidades y reforzar otras, precisamente las propias de la institución, las que permiten crear los hábitos de autodefensa íntima y de trivialización del ejercicio brutal de la guerra, sin los que ésta no se puede llevar a cabo. Los ejércitos de alpargata, alcohol y blasfemia están todavía muy recientes en la historia militar; el ejército tecnológico, el de pulsar botones y analizar pantallas electrónicas, apenas tiene un par de decenios de vida. Es hacia éste al que, como es natural, se orientan ahora algunas mujeres, avanzadillas denodadas (y posiblemente admirables) del genuino esfuerzo ígualador de los sexos. En él encontrarán su hueco, previsiblemente, a medida que el escenario militar vaya completando su transformación desde las trincheras de la I Guerra Mundial hacia la guerra de las galaxias, en la que, tras una bata blanca, poco importa que la mano que pulse los botones destructores sea de hombre o de mujer.

Mientras esto no suceda así, es de temer que esas pocas mujeres que llegan, ilusionadas, a la institución militar hayan de asumir, para uso propio y como imprescindible herramienta de ajuste personal al medio que las rodea, un pesado bagaje cultural con predominio de lo usualmente entendido como masculino, y pierdan en el proceso de asimilación aquellos valores que precisamente eran deseables para la institución. Y aun así, vean, desilusionadas, que hay en la profesión un espacio esencial que sigue vedado virtualmente para ellas, de modo que, como resultado final, ni siquiera hayan conseguido eliminar todas las barreras que a su sexo se oponen. En estos términos reflexionaba hace unos años, contemplando en el curso de unas maniobras de la OTAN cómo las mujeres soldados, que se-habían alistado voluntariamente en el ejército de su país en. igualdad de, condiciones con sus compañeros, acababan sirviendo gozosas en las cocinas de campaña y dejaban para aquéllos las pesadas tareas que implicaban los ejercicios tácticos en el campo. Y aunque sé de algunas mujeres que pilotan cazabombarderos en el extremo oriental del Mediterráneo, observo que el camino que lleva a la igualdad de los sexos encontrará en los ejércitos tradicionales obstáculos de difícil superación. Esto habla todavía más en favor de las que con audacia se enfrentan a ellos.

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Alberto Piris es general de brigada de Artillería, diplomado de Estado Mayor.

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