Una puerta abierta a la unión de China
Comunistas y nacionalistas conviven en la isla de Xiamen dedicados a la expansión económica
Si Mao Zedong y Chiang Kai-chek levantaran la cabeza lo primero que harían, sin duda, sería hundir Xiamen. Esta pequeña isla de apenas 131 kilómetros cuadrados de extensión, ligada al continente por un dique y situada frente a las costas de Taiwan, representa el sueño de ambos: la total unión de China. Pero, en contra de lo que ellos pensaban, no ha sido necesaria una victoria militar sino simplemente abrir las puertas de uno y otro sistema.
Comunistas y nacionalistas conviven en Xiamen movidos por el pragmatismo chino y dedicados a la expansión económica de sus negocios. Bastó con que la política de apertura al exterior de Deng Xiaoping permitiera el establecimiento en China, en 1981, de cuatro Zonas Económicas Especiales (ZEE) -una de ellas Xiamen-, en las que se dan grandes facilidades a los inversores extranjeros, y que el nuevo presidente de Taiwan, Lee Tenghui, decidiera también, hace dos años, abrirse hacia el continente."Los chinos del sur entendemos mucho de dinero y poco de política", afirma un comerciante. Una simple ojeada a la ciudad revela las consecuencias de ello. El nivel de vida es 2,3 veces superior a la media de China.
Sin embargo, la desconfianza innata china sigue firmemente afincada en ambos bandos, especialmente en quienes han cruzado el estrecho de Taiwan para montar en esta SEZ las fábricas que no pueden tener en su isla por falta de mano de obra. Nada más conocerse el asalto de Tiananmen por el Ejército Popular de Liberación (EPL), los taiwaneses metieron en una maleta sus documentos y lo que tenían a mano de más valor y salieron despavoridos en el primer avión que les llevó a Hong Kong, o en el barco japonés que una vez por semana une los dos extremos del estrecho.
Hotel desierto
Zhang Hongshu, director del hotel más lujoso de la zona, se mesa los cabellos y maldice a quienes cometieron los actos de violencia que "obligaron a intervenir al Ejército". "Los estudiantes quieren democracia, yo también quiero democracia, pero quienes quemaron los autobuses y construyeron barricadas no eran estudiantes sino gentes que se querían cargar el sistema, que iban contra todos nosotros, y ahora, mire lo que ha pasado. Aquí sólo hubo una manifestación y todo está en calma, pero el hotel, que estaba completo, es un desierto".El alcalde de Xiamen, Zhou Erjing, ha invitado a cenar a los inversores extranjeros que se han quedado en la isla para darles toda serie de garantías de que la política no cambiará. Ha mandado mensajes a quienes se han ido y ya comienza a obtener los frutos de su esfuerzo.
K. F. Pak, director de la sucursal del Hong Kong Bank en Xíamen, es uno de los que ya han regresado. "Me marché porque tenía cosas que hacer", dice con un aire de disculpa. Sin embargo, reconoce que la dirección de su entidad, el banco más importante de Hong Kong, nunca se ha fiado demasiado de la política de Pekín y por ello no invierten en China sino que se limitan a financiar a los inversores extranjeros.
La actividad de Xiamen es impresionante. Uno tiene la sensación de contemplar la superposición de dos películas llenas de movimiento: la China moderna, de hombres encorbatados y gafas de sol, de minibuses con aire acondicionado, rascacielos y aviones, y la China portuaria de los años cuarenta, de sombreros de paja, riskas y balanceos de cestos que cuelgan de una caña echada al hombro.
Todos ellos tienen un vicio común, el negocio, y se dedican a éste con ahínco, sin preocuparse de los 32 grados a la sombra y haciendo todo el ruido que pueden. Campanillas, silbatos, timbres, cláxones, sirenas, excavadoras, voces y gritos envuelven a Xiamen en una lucha desenfrenada hacia el desarrollo.
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