Un baile sin máscaras en la Zarzuela

La huelga del coro titular de la Zarzuela, planteada por razones salariales, mudó la representación de Un ballo in maschera en una velada de ópera en concierto, lo que disminuyó la asistencia del público, parte del cual, probablemente, antes que la devolución del importe de las localidades, atendió al previsto fin de semana soleado y ya veraniego. Dentro de las posibilidades con que contaba la sobreintendencia del Teatro Lírico Nacional y dada la contratación de un reparto de gran calidad, la solución adoptada es buena y coincide con los deseos expresos del mismo coro que, en una hojilla repartida a la entrada de la representación, expresa su consideración y respeto hacia el público afectado.Se dedicó la primera mitad del programa a los fragmentos fundamentales de la anunciada y gran ópera verdiana. Tras El trovador, Traviata y Rigoletto, Un baile de máscaras contiene no pocas sorpresas. Para empezar, como puede observarse desde el preludio, estamos ante otro sentido del color melódico, armónico e instrumental. Afirmaba Verdi: "En una ópera, una vez encontrado el color, el juego está decidido".

No le faltaba razón; pero el otro elemento básico de la ópera, junto al musical, que es el teatral -tan claro, lineal y directo en la obra de Soinma sobre Scribe-, posee tanta fuerza que su ausencia dificulta la entrada en situación de los intérpretes y hasta la receptividad de los espectadores. Más aún si se añade una avería en la luminotecnia, que durante una parte del concierto operístico nos distrajo con su ir y venir de la oscuridad a la luz.

Abrió fuego Juan Pons, el estupendo barítono menorquín, que desde el primer momento se erigió en punta del éxito. Su voz grande, noble, hermosa, su fraseo y diccíón, su facilidad en todos los registros, incluso su natural comunicatividad, levantó las más largas ovaciones de la noche, tanto en el Ballo cuanto en Cortiggiani, de Rígoletto. Con él hay que situar, sin duda, a la bien conocida y apreciada mezzosoprano soviética Elena Obratsova, que en el fragmento Re dell'abisso y en el terceto con Maria Chiara y Luis Lima dejó constancia de sus singulares medios y su arte fuertemente dramático. Quizá superó sus intervenciones del Ballo en el aria Suicidio de La Gioconda.

La soprano Maria Chiara es, ante todo, una artista auténtica, una intérprete tan musical como teatral, y la ópera suma ambos componentes. En ecco l'orrido campo, el dúo y el terceto, convenció a todos por su manera de hacer, subrayada en su preciosa interpretación de vissi d'arte, de Tosca; la también soprano siciliana Nuccia Focile defendió con inteligencia y dominio, aunque sus medios resulten menos atractivos, sus partes de este baile sin máscaras y el raconto de La Bohéme. Es muy bello el color vocal del tenor Luis Lima y conmovedora su expresión, plena de tenerezza y pasión, como lo demostró en Verdi y en el célebre aria del Werther, pourquoi me reiveillers.

Gómez Martínez, director, operístico avezado, asistió con flexibilidad a todos y logró de la OSM resultados desconcertantemente desiguales: medianos en el preludio del Ballo; excelentes en Massenet y en el intermedio de Manon Lescaut, que no es. sino la traslación orquestal de uno de los Crisantemos para cuarteto. Recibió, en unión de los cantantes, muchos aplausos.