Un gran Ravel y un Falla eformado
Cantó el lunes en el Auditorio Jessye Norman, una de las grandes voces contemporáneas. Con la colaboración del pianista Dalton Baldwin, del excelente flautista Alain Marion para Ravel y del guitarrista Pepe Romero para el desarreglo de las canciones de Falla, la Norman mostró, una vez más, su talento, su potencia comunicativa, la hermosura de su voz, la detallada dicción y una rara capacidad para el preciosismo igual que la posee para el gran impulso dramático. Cualidades que hacen de la Norman una figura extraordinaria, tan brillante en uno como en otro género musical -ópera, oratorio y recital- y en cualquier tendencia estética -Haendel, Meyerber, Verdi, Wagner, Strauss, Schónberg o los impresionistas.Los cuatro lieder de Strauss con los que Jessye Norman inició su actuación tuvieron alta nobleza, gran aliento y, al mismo tiempo, intimidad. Inmediatamente, cuatro ejemplos del libro de canciones españolas de Hugo Wolff nos llevaron a otra cara posromántica de escondido dramatismo en el que la voz encuentra apoyo en un piano importante que Baldwin defendió con belleza sonora y riguroso criterio.En la segunda parte escuchamos la perla del recital: esas maravillosas melodías de Ravel sobre Szherezade, de Tristan Klingsor, siempre fascinantes aunque en la versión con piano y flauta pierden mucho frente a la orquestal. Pero queda siempre Ravel, sutilmente encantatorio, misterioso y, a la vez, pleno de luces. Jessye Norman profundiza en el idioma y en su transfiguración musical para dar sentido exacto a cada peoma, a cada frase, a cada nota.
Recital de Jessye Norman, soprano
Pianista: D. Baldwin. Flautista:A. Marion. Guitarra: P. Romero. Obras de Strauss, Wolff, Falla, Ravel y Duparc. Auditorio Nacional, 5 de junio.
Poética
La mejor página del tríptico, Asia, nos llegó en una recreación viva y apasionada que la cantante talla además con refinada inteligencia. Otro tanto cabría decir de las melodías de Duparc, ejemplo de poética comedida e interiorizada.Ante las canciones populares españolas de Falla, dichas con perfecta pronunciación española, la Norman cayó, como tantos otros, en la Españita, patria mía y olé. Falla junta a la voz un pianismo sentido y trabajado con intención instrumental. De ahí que incluso la orquestación resulte peliaguda. En la versión guitarrística y a través de lo escuchado a Pepe Romero la obra queda arruinada y hasta la sobriedad y buen estilo de la cantante cedió a tópicos expresivos indignos de ella. Que por la fuerza de su personalidad y su fama, tal desaguisado reciba aplausos, incluso en Madrid, nada abona en su favor: la demagogia siempre arrancó ovaciones. Al final Jessye Norman volvió por sus fueros con varias propinas líricas -Strauss, melodías negroamerianas- que multiplicaron las muestras de entusiasmo por parte de un público rendido.
Babelia
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