El ejemplo polaco
HUBO UN tiempo en que la vida detrás del telón de acero tenía el ritmo imperturbable de una tortuga y la misma transparencia que su caparazón. Las tensiones cíclicas de la oposición, que más tenían de reunión clandestina y manifiesto al ciclostil que de otra cosa, estallaban inevitablemente en dramáticos movimientos de masas, pronto suprimidos por un ejército del Pacto de Varsovia. Quedaba, como tenue testigo, el juicio público de algún disidente, una carta reivindicadora, una esperanza para la siguiente ocasión.Es indicativo de la constancia del hombre en su lucha por la libertad que, tras 40 años de opresión, el monolito-del socialismo real se esté cayendo a trozos ante el asombro de quienes lo controlaron y la sorpresa de quienes, también desde Occidente, se acostumbraron a vivir cómodamente a la sombra del statu quo vigente desde el fin de la última gran guerra. Y a este respecto, las elecciones legislativas parcialmente democráticas celebradas el domingo pasado en Polonia -tras las cambios operados en la URSS y los que están en curso en Hungría- constituyen un acontecimiento político de primer orden.
La aplastante victoria -según los primeros datos no oficiales- obtenida por la oposición agrupada en torno a Solidaridad en los comicios polacos cambiará el panorama político de ese país tal vez para siempre. Una lucha iniciada hace nueve años en los astilleros de Gdarisk, aplastada por una ley marcial y dificultada por una situación económica imposible, empieza a alcanzar el final del túnel. Cuando, el año pasado, Polonia estaba completamente paralizada, no hubo más remedio que reunir al aparato oficial y a la oposición de Solidaridad en torno a una mesa redonda.
El más importante de los acuerdos entonces adoptados fue, sin duda, la decisión de convocar las elecciones del pasado domingo, en las que el 35% de los escaños de la Cámara de Diputados (161 de 460), así como la totalidad de un Senado de nueva creación, sería disputado libremente. Los candidatos para estos escaños de libre elección necesitaban recibir el 50% de votos para no tener que concurrir a una segunda vuelta. Los aspirantes de la oposición, que han triunfado ampliamente en la lucha por los escaños a los que tenían acceso, han recibido entre el 70% y el 80% de los sufragios, según las estimaciones antes citadas; los del aparato oficial no han alcanzado en casi ningún caso el 50% requerido. Entre ellos se incluye una Lista Nacional de 35 políticos, todos los santones del régimen.
Hace pocas semanas, el primer ministro de Polonia, Rakowski, que tampoco ha alcanzado el listón del 50%, declaraba a este periódico que era cierto que el partido comunista estaba decidido a renunciar al ejercicio del monopolio del poder. Probablemente, el veterano político polaco estaba adelantándose a lo que podía ocurrir. El propio Walesa, temiendo que un descalabro electoral absoluto impulsara al Gobierno polaco a hacer algún disparate inútil pero irremediable, se vio obligado a recomendar que no se tachara arbitrariamente de las papeletas a los candidatos de la Lista Nacional.
Cuando los datos oficiales confirmen mañana estas previsiones -no discutidas por nadie hasta el momento- habrá llegado la hora de ocuparse de los graves problemas por los que atraviesa el país a partir de un mapa político inédito en un régimen socialista. Desde el comunismo oficial se avanzaba, en los últimos días de campaña, la posibilidad de un Gobierno de coalición para solucionar las graves secuelas dejadas por una crisis económica casi endémica: envejecimiento del aparato productivo, deuda externa, desmovilización laboral... Soluciones como la propuesta han rendido enormes beneficios en otras latitudes, pero la oposición sólo podría aceptar en caso de que el partido comunista esté dispuesto ajugar limpio durante los cuatro años que deben transcurrir, según los acuerdos firmados por ambas partes, hasta las primeras elecciones totalmente libres del país.
El caso polaco es, por otra parte, un recordatorio a otros países comunistas aún anclados en el pasado de que sólo con democracia política se puede avanzar cri un proceso de reformas. Los centenares de estudiantes chinos asesinados en Pekín así lo han proclamado con la entrega de sus vidas.
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