_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El adiós del 'terco' Duarte

Antonio Caño

Napoleón Duarte tuvo que secarse: varias veces con un pañuelo el hilo de saliva que le corría por la comisura de los labios durante el discurso de 40 minutos con el que se despidió el miércoles de su país y del mundo. Se acaba así, entre expresiones dramáticas, una era que no ha resuelto ninguno de los grandes problemas de El Salvador pero que ha permitido consolidar, aunque precariamente, el sistema democrático.Su terquedad, su "voluntad (le vivir y fe en Dios", como dijo en el discurso radiotelevisado, le han servido para robarle tiempo al cáncer de hígado que le devora y, contra los pronósticos de todos los médicos, llegar a la sucesión presidencial. Esa misma cualidad le ha impedido, sin embargo, avanzar en otras cuestiones claves para la estabilidad del país, como es la negociación con la guerrilla.

A los 63 años de edad Duarte espera la muerte con la plena sensación del deber cumplido. "La democracia ha dejado de ser una posibilidad teórica para convertirse en una realidad diaria", dijo en su despedida. Pasa a la historia, es cierto, como el primer presidente civil de El Salvador que entrega el poder a otro civil, pero deja un país en la peor crisis económica que se recuerda y atenazado por la agudización de la guerra civil.

Duarte mencionó la tolerancia, la flexibilidad y el respeto" como las principales virtudes de su gestión, pero los observadores recuerdan como sus principales defectos el exceso de protagonismo, la falta de energía frente a las fuerzas armadas y el desinterés por la corrupción dentro de su propio Partido Demócrata Cristiano. Su imagen se deterioró hasta tal punto que ni siquiera el patetismo de su enfermedad despertó algo más que compasión en un país que votó masivamente en su contra el 19 de marzo.

Su única patria fue en los últimos años su propia familia. A ella se dedicó hasta el ridículo político. No por casualidad Duarte inició su discurso de despedida con un recuerdo a las enseñanzas de su madre.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_