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Incertidumbre en América Latina

Por distintas razones, los recientes procesos y resultados electorales en Paraguay, Panamá y Argentina han provocado una especial atención en la opinión pública internacional. Esperanza y miedo, irregularidades y fraudes, frustración y violencia se entremezclan en un continente que no sólo no logra despegar social y económicamente, sino que, cada día más, se ahonda en el subdesarrollo y en la inestabilidad crónica. La desaparición de las dictaduras clásicas -con excepción de Chile- llevaba a un optimismo que los hechos cuestionan. Incluso en los sistemas más estables se vislumbran dificultades graves: México, Colombia, Brasil, Perú o Venezuela. Las tensiones latentes o frontales no son ya exclusivas de la región centroamericana.En Paraguay, con larga dictadura militar clásica, casi desconocida en el exterior, se inicia un proceso en donde se solapa transición posible y liberalización del régimen del general Stroessner. Hay datos positivos y esperanzadores, pero otros se siguen enmarcando en los esquemas de un sistema muy controlado: un general sucede a otro general, unidos histórica y familiarmente -(consuegros), el partido-movimiento oficialista (Colorado) sigue siendo hegemónico, irregularidades y fraudes definieron la campaña y los resultados electorales. Sin embargo, no todo fue negativo: se permitió libertad a los medios informativos, se autorizaron los partidos políticos (pero no el comunista), no hubo violencia institucional. La Administración americana y los Gobiernos europeos actuaron a favor de este cambio, aunque fuese un cambio domesticado. Hubo, explícitamente, un consenso diplomático: con todo, el general Rodríguez puede ser un punto de partida válido. Rodríguez, como contrapartida pactada o no pactada, reiterará su voluntad de transición democrática y, sobre todo, su no presentación a las próximas elecciones presidenciales. Es decir, fijar un plazo que limite y un plazo dentro del cual pueda y/o deba llevarse a cabo la transición hacia una democracia efectiva.

Este punto de partida, en nuestra terminología, una reforma y no una ruptura, abre esperanzas, pero admite reservas. Las dudas que el doctor Laíno, el más significativo líder de la oposición paraguaya, y otros sectores tenían -y no tienen- son, desde luego, dudas con fundamento. Por lo pronto, la no descalificación global de las elecciones (aproximadamente, el 70% a favor del Gobierno, 30% a la oposición, del cual el 25% ha sido para Laíno) legitima personalmente al general Rodríguez y, por extensión, al nuevo régimen. La no descalificación implica, a su vez, la integración de la oposición en el sistema, como oposición crítica, pero no ya extrarrégimen. El general Rodríguez garantiza así una continuidad. anticomunismo, no plantear cambios socioeconómicos, dejar puertas abiertas a reformas graduales democratizadoras. La oposición tradicional tenía que optar entre denunciar y volver al gueto, desaconsejada por Gobiernos y observadores internacionales, o someterse a un proyecto que, en definitiva, depende de la voluntad de cambio de los mismos que gobernaron durante cerca de 40 años autoritariamente. El riesgo no es, pues, pequeño.

Si en Paraguay se cierra un ciclo, al menos formalmente, en Panamá continúa el mismo proceso de estos últimos años. Las elecciones paraguayas no resuelven, pero sí aplazan los problemas; las elecciones panameñas agudizan más la dramática situación conflictiva que afecta al istmo y a la región centroamericana. Los condicionamientos internacionales (el canal, Nicaragua) tienen una presencia más activa y simbólica. La cautela paraguaya de convertir el fraude en irregularidad no ha tenido el mismo consenso en Panamá. Es válido, desde el punto de vista democrático, denunciar fraude y violencia, pero también, en un análisis correcto, hay que introducir la tensión motivada por el bloqueo político y económico por parte de la Administración republicana de Estados Unidos al régimen panameño. Democracia (libertad y pluralismo) e independencia (reticencias a la devolución del canal) son dos polos que conviene globalizar para entender la dramática vida político-social de Panamá. Entre la denuncia y la amenaza de invasión hay una desproporcionalidad obvia y, sobre todo, hay otros medios legales y democráticos. El propio ex presidente Carter, con buen sentido, lo ha señalado.

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El populismo panameño, asentado en un nacionalismo independentista, sin duda, no es el modelo de democracia liberal, tal como lo entendemos en Europa, pero puede corregirse y ayudar a corregirlo. Pero, al mismo tiempo, Estados Unidos, y concretamente la Administración de Bush, tiene que entender y asumir la independencia nacional, fuertemente arraigada no sólo en Panamá, sino en toda América Latina. Parece que Bush no quiere seguir los caminos de Reagan, y esto sería bueno. Distinguir entre autoritarismo amigo, porque es de derechas, y autoritarismo enemigo, porque es de izquierdas, no es ya, en la nueva coyuntura internacional, un criterio justo ni operativo. Nunca debería serlo, pero menos en nuestra etapa de amplia y generalizada distensión. Una invasión frontal o encubierta, unas medidas radicales en Panamá, con una sociedad política escindida, desestabilizaría aún más toda Centroamérica. La idea del imperio-policía adquiriría, nuevamente, una presencia plástica y negativa.

La victoria peronista, victoria anunciada, ha sorprendido a poca gente. La sorpresa se dio el año pasado: perder Cafiero, un moderado, frente a Menem, dentro del mismo Partido Justicialista. Con todo, los radicales de Angeloz, a pesar de la caótica situación social, han logrado unos buenos resultados. El ascenso de Menem era inevitable: al voto tradicional cautivo del peronismo se le tenía que unir el voto descontento de amplias capas sociales empobrecidas. Alfonsín pudo resolver, y éste es su gran éxito y el de su partido, la estabilidad democrática con prudencia y con concesiones. Recuperar las libertades públicas, intentar una cierta reconciliación o modus vivendi, han sido sus grandes méritos; pero Alfonsín, por causas internas y externas (deuda), no ha podido levantar una economía sin rumbo. Su discurso-testamento ante el Congreso de la nación quedará como un gran mensaje de espíritu democrático, de creencias en la sociedad civil, de llamada a la paz social, pero, al mismo tiempo, de un vencido que asume estoicamente la derrota. Angeloz, con buena campaña, con realismo y pragmatismo, consciente de luchar contra dificultades objetivas, no podía marginar la herencia del fracaso económico: la continuidad partidista chocó contra un deseo amplio, y desesperado, de cambio, aunque este cambio sea confuso. Un buen conocedor de Argentina, José Comas, ha dicho que la bronca ganó al miedo. Así, en cierta medida, la necesidad se impuso a la libertad krausista, la desesperanza se impuso a la continuidad.

¿Qué puede hacer Menem? ¿Qué van a hacer los militares? ¿Cómo podrá levantarse una economía triturada y una sociedad desintegrada? Aunque quisieran algunos sectores históricos, el peronismo podrá, simbólicamente, mantener sus mitos (Perón, Evita), y utilizarlos para victorias electorales, pero difícilmente convertirlos en instrumentos operativos para la necesaria recuperación política, económica y social argentina. Los esquemas tradicionales peronistas -nacionalismo agresivo, intervencionismo global, antipluralismo político, populismo demagógico- tendrán que renovarse. En el peronismo, fenómeno atípico, difícil de entender no simplificadamente en Europa, confluyen grupos políticos y sindicales y sectores ideológicos diversos y contradictorios: desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, unido a centros moderados. Más que un partido, el peronismo es un movimiento fuertemente anclado en la sociedad, con una potencia sindical muy organizada. Conjugar, internamente, este amplio espectro no será fácil desde el Gobierno: fue fácil movilizarlo en contra. Menem tiene así dos desafíos prioritarios: la elección de la política económica y la elección de la política militar. Alfonsín, en aras de la estabilidad política, practicó un equilibrio compensatorio para evitar reacciones sindicales y, sobre todo, militares fuertes. La cuestión está en si Menem, con un neoperonismo, con su revolución productiva, puede salir de esta ambigüedad calculada y reactivar la sociedad traumatizada argentina.

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