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COLECCIÓN BEYELER

El fin glorioso de una temporada incomparable

Con un aumento de obras sobre el plan inicialmente previsto, fruto del entusiasmo de Ernst Beyeler ante las posibilidades del Centro de Arte Reina Sofía, la exposición que reúne una selección de su colección personal alcanza cotas aún más deslumbrantes. De esta manera se han tenido finalmente que habilitar tres espacios diferentes dentro de la planta noble del edificio. Esta ampliación compensa, no obstante, la ruptura del recorrido lineal de la exposición con una presentación más diáfana y concentrada de las obras.Valga lo dicho, en todo caso, para comprender que, tamaño e intensidad, el montaje ha supuesto en esta ocasión un desafío, y un desafío, por fortuna, brillantemente resuelto. Por otra parte, siguiendo pautas clásicas en la interpretación de la vanguardia histórica, la colección Beyeler se ha presentado con un sistema de intercalación de arte primitivo y arte contemporáneo, lo que ayuda a escenificar ese tópico modernista del "presente eterno", según la célebre fórmula de S. Giedion.

Primitivismo

El recorrido de la exposición se inicia precisamente con una alusión característica al primitivismo en forma de la presentación de un cuadro monumental del aduanero Rousseau -El león hambriento se arroja sobre el antílope (1905)-, obra extraordinaria. Inmediatamente después, en los dos largos brazos paralelos que forman las primeras grandes salas, los impactos artísticos comienzan a ser estupefacientes: en una de ellas, los impresionistas en su última fase, pero con una representación que comprende un tríptico grandioso de la serie de las Nymphéas, de Monet, cuyo palpitante horizonte cromático, que recorre y llena uno de los más largos muros, contrasta con varias pequeñas obras maestras de Cézarme; en la otra, dedicada al cubismo, se anuncia ya clamorosamente el auténtico protagonista de la colección: Pablo Picasso, entre cuyas diversas piezas seleccionadas, la mayoría admirables, hay que destacar la Mujer (1907), relacionada con las Señoritas de Avignon e Instrumentos de música sobre una mesa (1926), obra que forma pareja con la adquirida recientemente por el Reina Sofía al propio Beyeler.Las salas siguientes, las centrales, confirman el poderío apabullante de Picasso, aunque aquí con una compañía apoteósica: varios Matisse y, en especial, el monumental Los acantos (1953); toda una serie de Mondrian; un amplio conjunto de Klee, más otros tantos de Leger, Miré y un soberbio Kandinsky de primera época, Improvisación 10 (1910).

El paso siguiente sigue a la altura, con una sala dedicada toda entera a una. impresionante escenificación con varias figuras de Giacometti y, antes de llegar a la que cierra esta primera parte del recorrido con otro espacio dedicado al Giacometti pintor, otra, paralela, donde cuelgan varios Max Ernst y Jean Dubuffet, "de libro".

El segundo ámbito del recorrido contiene tres fantásticos Bacon, esculturas de Chillida, Calder y Tinguely, un bellísimo Tápies y uno de los más ácidos, inquietantes y, en definitiva, excepcionales cuadros de Miró, el titulado Pintura (1930), además de un remate actual con Baselitz y Kiefer. El tercer y último ámbito acoge, en fin, ejemplos sobresalientes de pintura norteamericana, con Albers, Rauschenberg, varios Tobey y un fantástico Rothko.

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