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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una 'gran marea de democracia'

"ES NECESARIO lanzar un movimiento de abajo arriba y provocar una gran marea de democracia que el Gobierno no pueda resistir". Esta frase, escrita por Wang Dan, uno de los líderes estudiantiles chinos, resume lo que está ocurriendo en Pekín. Lo que empezó como un movimiento de póstumo homenaje de los universitarios al líder reformista Hua Yaobang -depuesto hace dos años y muerto el mes pasado- se ha convertido en una protesta multitudinaria y popular en contra de la dirección del partido y del Gobierno, a la que acusa de esclerosis y de corrupción. El millón de jóvenes que ha ocupado durante días la plaza de Tiananmen -apoyando a un millar de los suyos en huelga de hambre- no se contenta ya con una simple reforma cosmética del régimen. Piden pura y simplemente, y así lo escribía -ayer en estas páginas Wang Dan, libertad de expresión y "mecanismos políticos y económicos occidentalizados". En una palabra, quieren democracia.Los estudiantes no están solos en la plaza de Tiananmen, escenario histórico de los grandes cambios políticos en China. El movimiento se ha extendido como un reguero de pólvora a otras ciudades, y especialmente a Shanghai, y ya son millones las personas que se han unido a la protesta. De creer" además, a los líderes del movimiento estudiantil, no se trata de algo surgido espontáneamente al hilo de los últimos acontecimientos, sino que responde a una acción estructurada y madurada a lo largo de años y con unos objetivos muy precisos.

Sea como fuere, el régimen chino, encarnado por el eterno superviviente Deng Xiaoping, atraviesa el peor momento de su historia. Las reformas económicas introducidas en la última década han entrado en crisis en gran medida porque no han sido acompañadas de cambios políticos. En la última sesión de la Asamblea Popular china, clausurada el pasado mes de abril, la línea reformadora sufrió una nueva derrota (después del revés que supuso la destitución de Hua Yaobang) porque no sólo se pospuso indefinidamente cualquier progreso en el campo político, sino que se dio incluso marcha atrás en el terreno económico, en el que las tesis centralizadoras y planificadoras, encabezadas por el primer ministro, Lin Peng, se impusieron frente a las que propugnaban una profundización de la liberalización para atajar los efectos de una inflación incontrolable y una corrupción generalizada, provocadas ambas por el boom económico de los últimos años.

Los sucesos chinos tienen todo el aire de víspera de grandes acontecimientos. Después de días de indecisiones y bloqueos -en gran parte debidos a la presencia en el país del líder soviético, Mijail Gorbachov-, la situación parece encaminarse a un desenlace. Sólo que -en el momento de escribir estas líneas- nadie parece capaz de asegurar cuál puede ser esa salida. En las últimas horas se han disparado toda clase de rumores, entre ellos las posibles dimisiones del primer ministro, Lin Peng, y del secretario general, Zhao Ziyang, cabezas visibles de los dos bandos enfrentados, e incluso la del propio Deng. Entre tanto, las autoridades han decretado el toque de queda en Pekín y decenas de camiones con tropas han entrado en la plaza de Tiananmen. Ante el peligroso cariz que están tomando los hechos, los líderes estudiantiles habían desconvocado horas antes la huelga de hambre, a pesar de lo cual centenares de universitarios no habían depuesto su actitud en el momento en que los soldados hicieron su aparición. Los dirigentes de la protesta temían que en la batalla política -que sin duda se está desarrollando en estos momentos dentro de la dirección china- sean finalmente los más duros (los más conservadores) los que se impongan.

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En estas condiciones, la visita de Gorbachov -otro acontecimiento histórico de gran magnitud- ha sido relegada a un segundo plano. Pero el hervidero con que se ha encontrado no era simple coincidencia. Porque los progresos realizados en Moscú en cuanto a libertad de prensa, debate político y transparencia informativa formaban parte de los reclamos utilizados por los estudiantes chinos para pedir mayor democracia interna aprovechando la ocasión brindada por la visita del reformador soviético.

En los procesos iniciados en China y en la URSS hay una raíz común: el fracaso de un régimen autodenominado socialista, basado en una economía estatalizada y centralizada y en un sistema político autoritario, con el monopolio del partido comunista y sin libertades democráticas. Fracaso que no se cura con parches. La dinámica de las reformas emprendidas en los países socialistas, aunque sea desbordando los proyectos iniciales, no puede empujar sino al restablecimiento de la democracia. Lo dijeron en Moscú muchos votantes. Y lo han dicho los estudiantes en Pekín y en Shanghai. Y sus voces han eclipsado los importantes resultados de un viaje -reconciliación chinosoviética, desmilitarización de la frontera, y un prudente consenso para encontrar una solución al problema de Camboya- que, pasadas las presentes dificultades, quedará inscrito con toda seguridad en los manuales de historia contemporánea.

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