Barenboim, cada vez mejor
En el plazo de una semana, las dos grandes orquestas de París nos han traído música de Claudio Debussy, y concretamente el tercer cuaderno de Imágenes, poco frecuentado en su totalidad. Esta vez la Orquesta de París, heredera más sentimental que musical de la Sociedad de Conciertos del Conservatorio, con su maestro titular desde 1975, Daniel Barenboim, ha sumado a las Imágenes el Preludio a la siesta de un fauno y El mar. Hay que anticipar que las versiones fueron de todo punto admirables, y el éxito, rotundo y clamoroso. Se hizo imprescindible la correspondiente propina -ese trallazo de italianismo melodramático que es La fuerza del destino-, a cuyo finalnuestro público, siguiendo una censurable costumbre, tomó las de Villadiego en cuanto el concertino hizo ademán de abandonar el estrado.Barenboim es un músico excepcional y un profesional empeñado y voluntarioso. Tiene ahora 46 años y, tras la de París, accede a la legendaria Orquesta Sinfónica de Chicago. Lo más importante es que, día a día, profundiza sus versiones, ennoblece su estilo, penetra con mayor luminosidad en el secreto de cada pentagrama, se trate de Schubert o Mozart, Bruckner o Debussy, Beethoven o Brahms. En este sentido, la audición monográfica de Claudio de Francia -con la que Ibermúsica nos compensó de alguna concesión anterior a la industria musical, quizá inevitable, pero en todo caso indigesta- me pareció reveladora.
Orquesta de París
Director: Daniel Barenboim. Obras de Claudio Debussy. Auditorio Nacional. 15 de mayo.
Tiene Barenboim, como debe ser, diversos puntos de vista ante las distintas partituras debussyanas. Pues de la Siesta a El mar va un mundo, y de las dos obras a Iberia, otro. En El mar, con toda su carga poemática, mandan los colores oscuros y las sonoridades densas; por eso resulta de tan gran efecto la aparición del tema semifranckiano en el último cuadro.
En el Preludio domina lo literario por una parte y lo espacial por otra: es pura y distanciada poética sonora. En Iberia, la ensoñación alterna con una realidad inventada: música de aromas y ritmos, de diatonismo y clara luz, Barenboim la recrea genialmente. Se diría que la siente más desde España que desde Francia. Y acierta con ello, pues Iberia es el momento más raveliano de Debussy. Ravel vivió España; Debussy se asomó un momento a ella por la ventana de San Sebastián y la amó desde joven a través de los escritores franceses.
Ravel y España
Sus primeras obras son unas canciones sobre los cuentos de España e Italia de Musset. La España más real que Debussy conoce es, principalmente, la actuación de cuadros flamencos en la Exposición Universal de París y el conocimiento de la música y las personas de Albéniz, Falla y Ricardo Viñes.Para El mar, Barenboim densificó las sonoridades, sustituyó buena parte de la sugerencia por la concreción más o menos relativa de los pinceles. Y narró, como lo hizo, con distintos acentos, en el sutil y misterioso Preludio sobre Mallarmé. Si éste aseguraba que, en definitiva, la poesía se hacía con palabras, Barenboim sabe que la música, a fin de cuentas, se realiza con sonidos. Entonces se entrega para lograr la máxima belleza y perfección sonora, incluso una delectación psicoacústica que determinó el cariz de la versión. La orquesta respondió como lo que es: una formación formidable de la que Francia puede estar tan orgullosa como Barenboim, verdadero hacedor del gran conjunto sinfónico.
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