Toros como los de antes
Salió, sobrero, un tremendo ejemplar, cuajado y badaduno, de 631 kilos de peso, y no resultó ser más toro que otros flacuchos, con la media tonelada lampando. El público admiró la corpulencia del sobrero cuajado, protestó lo de pocas chichas, y luego vino la realidad de la lidia, donde todos los toros hacían tabla rasa de sus romanas e imponían la ley de su casta. Casta como la que antes había, cuando los picadores hundían puya, arandela, encordelado, dos palmos de maderamen, la etiqueta del fabricante de la vara, y no se caía ningún toro, ni grande ni chico.Quedaran suaves o broncos tras la refriega, los toros mantenían la agresividad de su casta, que no concluía hasta que rodaban sin puntilla. El toro siempre tiene peligro, ayer y hoy, pero con matices. La diferencia que hay entre el toro que habitualmente sale en esta época con el de antes, es la misma que media entre el gato y el tigre. Las Ventas fue ayer escenario de un retomo al pasado -seguramente fugaz- gracias al juego de los Martínez Benavides, algunos de ellos convertidos en tigres de Bengala, que desparramaban violentamente por el suelo la acorazada de picar, vapuleaban a los jamelgos, y hasta a dos de ellos les pegaron, pobres, sendos cornadones mortales de necesidad.
Benavides / Vázquez, Manili, Oliva
Toros de Martínez Benavides (4º, sobrero), desiguales, serios y astifinos, con casta y dificultades; tres derribaron e hirieron dos caballos. Curro Vázquez: pinchazo hondo y descabello (protestas); pinchazo hondo, 10 descabellos -aviso- y otro descabello (bronca). Manili- pinchazo, media, rueda de peones, cuatro descabellos -aviso- y tres descabellos más (silencio); estocada atravesa que asoma y descabello (gran ovación y salida al tercio). Emilio Oliva: pinchazo escandalosamente bajo y bajonazo descarado (pitos); pinchazo descaradamente bajo, tres pinchazos muy bajos y estocada tendida (silencio).Plaza de Las Ventas, 15 de mayo. Tercera corrida de la Feria de San Isidro.
Chiquitos pero matones, convertían en bronquedad toda la lidia y los toreros tenían que jugarse el físico, pues la mayoría de los Martínez Benavides se quedaban reservones delante de los engaños y sólo arrancaban sobre seguro, para tirar derrote y escurrir bulto. Manili intentó reconvertir en embestidas esos gañafones y lo hizo desde distintas distancias, provocando la arrancada y dejando a continuación pegadas las zapatillas en la arena, con el deliberado propósito de ligar las suertes.
En pleno auge de la tauromaquia mediocre del torito de carril y el toreo corrido, que consiste en dar un pase, rectificar terrenos, dar otro, y así toda la faena (algunos han adquirido fama de maestros con esas trazas), Manili no cedía de su terreno ni un pelín, consentía, aguantaba, y pretendía hacer de la ligazón taumaturgia, con la quimera de transmutar en toro codicioso al aplomado; en noble al incierto. Naturalmente, lo consiguió rara vez y hubo de pagar a cambio el altísimo precio del riesgo máximo, del sobresalto permanente, no siempre bien comprendidos por el público.
Toros que embistieran cabalmente, humillando desde el cite al remate del pase, sólo hubo uno, el sexto por el pitón derecho, y ese lo desaprovechó Emilio Oliva, que le toreaba como si también fuera bronco, metiendo abusivamente el pico de la muleta, la pierna contraría allá atrás. Emilio Oliva no se recreaba en la suerte. Más bien la ejecutaba a toda velocidad, como si la cercanía del toro le fuera a quemar los alamares.
El escaso recorrido de su anterior toro justificó el poco reposo de su faena. La falta de recorrido constituyó el problema fundamental de la corrida. El toro que, abrió plaza punteaba además y desconfió a Curro Vázquez. El cuarto no punteaba y Curro Vázquez pudo instrumentarle unos redondos de buen corte, más un ayudado por bajo torerísimo, que lo pintan, y ese es el cartel de la feria. Después perdió fuerza el toro, la ganó el viento, se afligió el torero, se impacientó el público y hubo bronca final porque Curro Vázquez, con el descabello, se puso insoportable. No pasa nada, claro. Es normal que sucedan cosas así cuando el toro de casta impone su ley. Hoy como ayer.
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