Torería
Aquella tarde hacía mucho viento y amenazaba lluvia. Tres toreros, mirando la bandera con desconfiada intranquilidad, aguardaban el toque de clarines y timbales. Rafael Ortega, Gallito; Manuel Álvarez, EI Andaluz, y Antonio Mejías, Bienvenida, eran aquellos toreros. Livinio Stuyck acababa de inventar la feria de San Isidro, y ese año (1947) hacía historia para siempre y convertía a la plaza de toros de Las Ventas en el centro del mundo taurino. Ni Gallito ni Andaluz, dos maestros, habían tenido suerte. En el tercer toro, de Rogelio Miguel del Corral, Antonio Bienvenida resultó gravemente herido. Desde una andanada había surgido un grito hiriente y destemplado, muy en consonancia con la época: "¡Tres iguales para hoy!". Antonio, frente al toro, frente al viento y frente a la burla de mal estilo, que incluía a sus dos compañeros, se la jugó como siempre hicieron los toreros de casta y amor propio, y pagó con sangre la tasa que desde entonces impuso San Isidro en colaboración con don Livinio.Alguien dijo que la plaza de Las Ventas del Espíritu Santo la hizo un gran arquitecto, José Espeliú, que era un mal aficionado, y el reproche viene, a mi juicio con razón, no ya del viento, que en Las Ventas parece inevitable, sino de la curva que se ven obligadas a tomar las cuadrillas en el paseo. Yo supongo que al arquitecto Espeliú no le hubiera sido muy difícil poner la puerta de cuadrillas frente al palco de la presidencia, porque la fiesta taurina es una ceremonia donde el arte, el talento, el amor y la gracia deben juntarse en mil detalles para armonizar la suma.
Aquellos toreros -Gallito, Andaluz y Bienvenida- eran dueños del detalle, que jamás debe olvidarse. Yo no digo que los toreros de hoy se pongan calzoncillos largos de algodón atados a las corvas -aunque tampoco estaría mal, porque la torería empieza quizá en esos calzoncillos-, pero lo que sí digo es que el vestido de torear es algo más que un traje, y que los machos hay que atarlos como siempre, y fiarse la faja a la cintura, y llevar un pañuelo blanco en el bolsillo de la chaquetilla.
Espero que en esta feria no se haga presente el mal gusto y la chabacanería, que casi siempre vienen de la mano de la ignorancia. El otro día -y en corrida de concurso- vi cómo el botijo de toda la vida era sustituido por un bidón de plástico, que desde luego pesa menos, pero también pesa menos un chándal que el vestido de torear. Y para beber agua del botijo torero hay que llevar un vasito de plata, y, por supuesto, nunca saludar con la toalla en la mano, que la toalla está bien para la ducha, pero en los medios de una plaza de toros es una ordinariez. También existen monteras de una pieza con castañeta incorporada, que algunos banderilleros suelen usar. Y es muy triste, porque eso ya significa el convencimiento en tales funcionarios de que nunca podrían desmonterarse, sin temor al más espantoso de los ridículos, por mucho que el público les ovacionara.
Y como fin de fiesta, la ventaja que supone el utilizar estoque de madera. Es bien chocante que unos mozos fuertes, entrenados y en plena juventud se cansen, como ancianos de la tercera edad, al empuñar la espada que les da el nombre y es símbolo de su profesión, cuando además -y ellos lo saben los toros piden la muerte en su momento justo, y la faena se enfría, y se aburre con el paseo hasta el mozo de espadas, que les entrega la de verdad. "Hasta pa cagar hay que ser torero", decía el inolvidable Papa Negro con toda la razón del mundo.
Babelia
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