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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Catástrofes enlables

MIENTRAS EL capitán del Exxon Valdez -el petrolero cuyo naufragio en aguas de la costa de Alaska ha provocado una catástrofe ecológica de dimensiones incalculables- ingresaba, esposado, en la cárcel como presunto responsable de un delito que el juez considera equiparable al de la explosión de una bomba atómica en el mar, la compañía Exxon se comprometía a movilizar a cientos de hombres para garantizar la limpieza de las aguas. Para entonces ya se sabía que en el momento del accidente el capitán estaba borracho, condición en la que ya había sido descubierto en otras ocasiones, y que el tercer oficial, al mando desde el puente, no estaba capacitado para la maniobra. Al parecer estaba conectado el piloto automático, pero este sistema no resulta eficaz en zona de arrecifes.Una catástrofe de esta naturaleza no se puede producir sin la concurrencia simultánea de incumplimientos graves por parte de numerosas personas. La opinión pública cree con razón que los llamados errores humanos no siempre son inevitables. Existe en Estados Unidos una ley de limpieza de aguas -Clean Water Act- que desde 1974 sirve para tranquilizar la conciencia del Congreso en la creencia de que todo está previsto. No lo está, como se ha demostrado ahora, y sólo después del daño se alzan voces pidiendo su reforma. Tendría que ser la Guardia Costera la responsable de planes de socorro en un caso como éste. No lo ha sido en Alaska porque había dejado la seguridad en manos privadas, en la compañía de servicios Alyeska, cuyos estudios teóricos aseguraban que bastarían cinco horas para cercar y controlar una mancha oleaginosa como la prevista en relación con la cantidad derramada. Luego ha resultado que ha tardado 35 horas. El empleo de sus detergentes, eficaces en el laboratorio y en ensayos a escala reducida, se ha mostrado ineficaz en la práctica: la frialdad de las aguas de la zona -lo cual nunca puede ser una sorpresa- dificulta la disolución del petróleo, que, además, cuando se comenzó el trabajo estaba ya extendido por una superficie muy superior a la prevista.

Todas las catástrofes ecológicas suelen presentar los mismos rasgos: un conjunto de imprevisiones que se revelan a partir de una de ellas. Si ésta ha sido la de un capitán rehabilitado por su compañía después de una historia de irresponsabilidades, no son menores las causas concomitantes. Lo que nos lleva a pensar que las defensas civiles, los organismos encargados de evacuaciones, de salvamentos, de seguridad, pueden ser ineficaces en otros casos aún más graves, y que maniobras y adiestramientos no siempre tienen la capacidad de ponerse en funcionamiento en una situación real en la que la suma de errores produce lo que para ellos es inverosímil y, por tanto, lo que no se tiene calculado. Si esto sucede en un país como Estados Unidos -que gasta 100 millones de dólares al año para asegurar la limpieza de sus costas- y con una compañía de la experiencia de la Exxon, horroriza pensar lo que puede suceder en otros lugares.

El error humano es una variable con la que hay que contar. Su frecuencia depende en buena medida de la agudeza en la selección de personas y de la creación del hábito de que un desastre ocurre sólo en un segundo después de varios años de calma: ése es el segundo para el que tienen que estar preparados no sólo, los responsables de los grandes complejos industriales, sino los que están especialmente destinados a aplicar las medidas de contención y socorro. Por ello, y al igual que en otras catástrofes cuyos efectos fueron mucho más dramáticos, se hace difícil entender que la cadena de responsabilidades se detenga en el primer eslabón, un capitán borracho, mientras quedan a resguardo todos los demás elementos de esa cadena de incompetencias.

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