Dos conciertos

A los conciertos de Tony Williams en España tendría que ir más gente, porque por el precio de uno se puede elegir entre dos: el que da el grupo entero y el que da Tony Williams solo. De los dos conciertos, lo mejor es atender al de Williams. Pasarse todo un concierto mirando sólo a la percusión son ganas de perder el tiempo, salvo que uno sea un batería que va a aprender qué tiene que hacer y qué no; lo normal es que aprenda esto último.Pero Tony Williams es la excepción. Sus solos son breves y musicales; nada más se extiende en el arranque de las sesiones, pero es para poner en marcha la locomotora. Cuando acompaña no se duerme en ninguna rutina: contrapone ritmos, intercala acentos, acelera y frena, sube y baja el volumen. De esta manera ondulante de llevar el ritmo han aprendido muchos baterías jóvenes.

Los otros componentes del grupo no pueden robarle escena al líder. Sólo está cerca de lograrlo Mulgrew Miller. Como los demás pianistas de los Jazz Messengers en los ochenta, Miller toca con aire de profesor; tiene títulos para hacerlo, porque da la impresión de saberlo todo. Wallace Roney, el hombre de la trompeta azul, recuerda mucho a Miles Davis; es inevitable que lo haga: primero, porque todos los trompetas actuales tienen con Miles una deuda, y segundo, porque un trompeta que suena con Tony Williams al fondo tiene que recordar necesariamente a Miles. Billy Pierce encaja bien en el grupo, porque su tranquilidad a lo Wayne Shorter contrasta perfectamente con la furia desencadenada del jefe.

Como contrabajo anunciaban a Charnet Moffett, pero vino Bob Hurst. O sea, cambiaron al primer bajista de Wynton Marsalis por el segundo. Hurst es un buen músico, y los pocos solos que le dejan los hace bonitos y líricos. Pero con Tony Williams es preferible Charnet Moffett, porque para aguantar semejante torrente rítmico es preciso un bajista capaz de romper el mástil.