Patologías de la decisión humana
El ilusorio antropocentrismo de otras épocas -"el hombre, rey de la creación, hecho a imagen de Dios"- nos hizo olvidar nuestro parentesco con las demás especies animales. Con ellas compartimos, sin embargo, algo tan fundamental cómo el material genético, la bioquímica de base o las estructuras cerebrales. No podemos ignorar que para resolver problemas y para tomar opciones en la vida dependemos de las características fisico-químicas de¡ cerebro humano, un instrumento vulnerable a enfermedades y disfunciones y sujeto a las limitaciones que le impone la propia naturaleza biológica.Limitaciones considerables: una calculadora de 1.000 pesetas trabaja con más cifras y más rápidamente que el cerebro. Hay pájaros capaces de recordar cientos de escondrijos, mientras que el hombre sólo alcanza a recordar una docena. Limitaciones en el campo del cálculo lógico: nuestro cerebro es incapaz de manipular simultáneamente las relaciones de media docena de elementos. Esta torpeza nos inhabilita para resolver miles de problemas combinatorios de la vida cotidiana.
Pero lo que restringe más seriamente el poder de decisión del hombre es la deplorable competencia estadística del cerebro, su escasa capacidad para estimar los parámetros de las distribuciones estadísticas relativas a los sucesos del mundo exterior. Un investigador norteamericano, D. Eddy, ha estudiado desde este ángulo un caso particular, el comportamiento de los médicos como decisores. Sus conclusiones son inquietantes. Los médicos de Eddy violan de manera inverosímil las leyes más elementales de estimación de probabilidades en la práctica cotidiana. Como consecuencia de ello, aparecen como mediocres decisores en áreas tan delicadas como el diagnóstico y la selección de terapéutica (*). .
Las enfermedades mayores del cerebro, la de Parkinson, la de Alzheimer, la epilepsia o las enfermedades maniaco-depresivas, la esquizofrenia, etcétera- afectan, naturalmente, la capacidad de decidir. Pero existen también otros desórdenes del cerebro decisor, menos aparentes y menos conocidos, que pueden ocasionar graves daños al individuo y a la sociedad.
La "fobia a la decisión"
La más evidente de estas disfunciones es la fobia a la decisión. Todos los días nos encontramos con personas que viven en una actitud permanente de evitación defensiva de la decisión. Por ello hay tan pocos verdaderos managers y decisores políticos. El caso extremo de Fobia a la decisión es el de la persona de edad que tiene miedo de: atravesar una calle, negociar sus papeles con la Administración o hacer funcionar un nuevo aparato eléctrico.
Otra patología del decisor es el pánico hipervigiliante. Algunas personas toman decisiones desproporcionadamente agresivas ante las amenazas imaginarias o triviales de los demás. Cuando en su campo de percepción aparece algo -objeto, persona o situación- que perturba su equilibrio interno -porque vehicula un contenido de amenaza, porque plantea -una cuestión laboriosa o simplemente porque representa lo desconocido-, las éstesis tienden a magnificar la imagen inquietante. Se crea un estado de desazón y de tensión excesiva del que importa salir cuanto antes. Para ello se pone sordina a la etapa racional. y se salta a las secuencias niotrices. La respuesta (decisión) será precipitada y tal vez irracional. Un ejemplo bien conocido en los medios empresariales es el activismo sin freno.
Para la fobia a la decisión y el pánico hipervigilante hay una terapia evidente, que consiste en desbloquear el paso a la etapa racional-voluntaria. Poco se conoce de la etapa racional. Se sabe que en ella interviene el diencéfalo, en especial durante la integración hipotalámica del yo uno, cuya plenitud es precisamente la conciencia. La conciencia es alumbramiento del yo concomitante con la emergencia de las gnosis y éstesis de la oscuridad del subconsciente. Simultáneamente, las estructuras neocorticales imponen orden y lógica sobre estas últimas. En este momento, el cerebro es capaz de hacer distinciones claras y de ¡dentificar alternativas.
Así es como el filtro de la racionalidad consciente nos permite compensar el desorden de la éstesis, disciplinar las pulsiones excesivas, desbloquear las inhibiciones.Adherencia acrítica. Otra patología, cuya etiqueta psicológica es la falta de personalidad decisoria. Hay individuos que poseen una escasísirna paleta de respuestas personales con que replicar a la variedad de problemas y situaciones que la vida nos plantea. Por pereza o,estrechez mental, prefieren recurrir al empréstito. La adherencia incondicional, y no crítica, a los dictámenes de tradiciones, reglamentos, ideologías, normas morales, modas, costumbres, etcétera, les evita el esfuerzo de elaborar respuestas propias. (Las ideologías políticas, religiosas, etcétera, ofrecen la ventaja de proporcionar a la masa de sus adeptos acríticos un prêt-á-porter de respuestas codificadas.) -
Otra interesante patología del decisor es la parálisis hiperracionalista del intelectual. El acto de decisión queda fallido e incompleto porque el paciente se estanca en la fase epicrítica, bloqueando las secuencias motrices. El individuo ve tantas posibilidades de fracaso que es incapaz de dar el salto a la acción, o exige un tal grado de claridad para pasar a la acción que nunca considera acabados sus análisis. El tal intelectual comete un lamentable error epistemológico. No hay decisión sin riesgo, porque no hay otra aprehensión de las situaciones mundanas que la probabilista.
Reflexiones
La debilidad y los fallos del cerebro decisor sugieren unas reflexiones finales:
1. Es importante recordar que los cerebros de los dirigentes políticos y económicos que nos gobiernan son, como los nuestros, unos instrumentos biológicos de decisión, claramente insuficientes para las tareas de la decisión social, de una complejidad alucinante y siempre en crecimiento. En nuestras democracias, las cualidades que determinan la ascensión política de un individuo son distintas, y quizá opuestas, a las requeridas para ser un buen decisor.
2. Hemos de ser cautelosos con el culto excesivo a la racionalidad. A fuerza de querer racionalizar la decisión empobrecemos el conocimiento de las situaciones, despilfarramos nuestra profunda inteligencia del mundo, por lo general mucho más rica en la etapa intuitiva que en la etapa consciente.
Y sobre todo, atención a la enorme capacidad de equivocarse que la racionalidad confiere al pobre. cerebro humano cuando esta racionalidad va en sentido contrario al de los valores instintivos de la especie y del individuo. Así es como el hombre llega a las mayores aberraciones. Por ejemplo, a la estupidez del propio holocausto gozosamente aceptado en nombre de valores artificiales creados por las ideologías, o al homicidio y al genocidio justificados por convicciones ideológicas.
3. Estoy convencido de que la decisión será un tema céntral de reflexión en el siglo próximo. El hombre progresará gradualmente en su conquista de nuevas parcelas de libertad gracias a una más amplia conciencia y a una lucidez nueva sobre sí mismo, sobre la sociedad y sobre el universo. Pero ¿este hombre iluminado sabrá qué hacer de la nueva libertad? ¿Y si su máquina de decidir no fuera capaz de asumir más libertad por causa de insuficiencia y enfermedad?
4. ¿Hay una forma más esencial del ejercicio de la libertad que la posibilidad de elaborar un proyecto de existencia propia? ¿Por qué, pues, el adolescente o el hombre, al querer asumir la propia vida, ha de enfrentarse con problemas decisionales que sobrepasan ampliamente las capacidades del cerebro? Como si el hecho de querer disponer de nuestro bien único, la vida, oponiéndose al azar, fuera ya una ambición prometeica.
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