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Tribuna:LA CRISIS CENTROAMERICANA
Tribuna
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Elecciones en Nicaragua y El Salvador

Jorge G. Castañeda

Para el autor del texto, los acuerdos sobre Nicaragua firmados por los cinco mandatarios centroamericanos y las propuestas entre la guerrilla y el Gobierno de El Salvador no suponen necesariamente un avance en la pacificación de la zona.

Han sido tantas ya las coyunturas centroamericanas de febril actividad diplomática que los acontecimientos de las últimas semanas no pueden ser vistos en sí mismos como signos alentadores. En realidad, en muchas ocasiones desde 1981 y el comienzo de la crisis internacional que sigue agobiando a la región istmeña, los períodos marcados por un intenso despliegue aparentemente negociador han solido ser preludios de una nueva escalada militar. De tal suerte que los acuerdos sobre Nicaragua firmados por los cinco mandatarios de Centroamérica en Tesoro Beach, así como la danza de propuestas y encuentros entre el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador y el Gobierno de ese país, no indican necesariamente un paso adelante hacia la pacificación de la zona. Sin embargo, detrás de la diplomacia, las correlaciones de fuerza comienzan a surtir sus efectos reales. En aquéllas yace la esperanza de la paz en Centroamérica.El acuerdo firmado por el presidente Daniel Ortega y sus cuatro colegas centroamericanos prevé el desmantelamiento de la retaguardia de la contra antisandinista en Honduras, a cambio de la celebración de elecciones anticipadas en Nicaragua, bajo condiciones de transparencia y equidad previamente negociadas y verificables. En los hechos, este arreglo cierra el capítulo de la guerra librada en Nicaragua contra el régimen revolucionario desde 1981 por EE UU, el Gobierno de Honduras y la contra. Pero el punto final se lo había puesto antes el Congreso de Estados Unidos al negar cualquier asistencia militar adicional a la contra. Ésta se configuró como una fuerza militar que tuvo siempre una peculiaridad que la distinguía de otros ejércitos que luchaban por el poder: sólo peleaba con la barriga de la tropa llena y la cuenta bancaria de los oficiales bien nutrida.

El acuerdo firmado en las playas salvadoreñas por los presidentes centroamericanos quizá tomó por sorpresa a una Administración estadounidense cuya ineptitud e ineficiencia durante sus primeras semanas en el poder ha asombrado a más de uno. Pero era, al mismo tiempo, la conclusión lógica de la situación creada por la salida de Ronald Reagan de la Casa Blanca y por la decisión irrevocable del Congreso de no proveer más dinero. Los Gobiernos aliados de Estados Unidos en la región (Honduras y El Salvador) y los que han buscado la paz en el área con cierta independencia (Costa Rica y Guatemala) actuaron en consecuencia. Buscaron devolver a las bandas armadas de la contra a uno de sus dos hábitats posibles: el campo nicaragúense o las calles de Miami.

Salvar las apariencias

El adelanto de las elecciones por el Gobierno de Managua, más que una audaz o dolosa concesión de Daniel Ortega, es una maniobra que a la vez favorece a los, sandinistas y permite a los demás mandatarios salvar las apariencias, si no es que los muebles. Cuanto más pronto haya elecciones en Nicaragua, menos tiempo tendrá la oposición antisandinista para reconvertirse. El plazo reducido le resultará corto para pasar de ser una fuerza militar mercenaria y externa a una fuerza política representativa e interna. Una encuesta reciente publicada en Managua daba una ventaja importante a los sandinistas (37% a 30%): igual que desde un principio, la impopularidad de los comandantes y lo trágico de la situación económica y social del país no han redundado en simpatías o apoyos para una oposición que sigue siendo vista por la mayoría de los nicaragüenses como el brazo (des)armado de Washington. Los sandinistas celebrarán el próximo 19 de julio el décimo aniversario de su triunfo revolucionario con un país en ruinas y un poder intacto.

Al estabilizarse de esta manera la situación en Nicaragua, el juego de la simetría entre los conflictos en ese país y en El Salvador -juego al que han jugado ambas partes del conflicto centroamericano desde hace años- sigue su curso pendular y pasa a favorecer a la izquierda regional. La simetría siempre tuvo por premisa el hecho de que según las correlaciones de fuerza en ambas riberas del golfo de Fonseca, las mismas tesis y exigencias internacionales producían efectos distintos en los dos países. Así, la demanda hoy de elecciones limpias, bajo supervisión internacional y con adecuadas garantías para los contendientes, se ha convertido en una postura que favorece a los candidatos en Nicaragua y al FMLN y a sus aliados políticos en El Salvador. La razón es sencilla: la contra está derrotada en Nicaragua, mientras que el FMLN, en El Salvador, se encuentra quizá en su momento de mayor fuerza desde 1980.

He aquí la explicación de las propuestas en apariencia ilógicas que han formulado los insurgentes salvadoreños desde el 23 de enero. Su insistencia en posponer seis meses las elecciones previstas para el 19 de marzo, así como su insinuación de que bajo ciertas condiciones (reducción de las dimensiones del Ejército, disolución de las policías, garantías internacionales) podrían deponer las armas, han extrañado a muchos.

La gran incógnita

Todo apunta hacia el mantenimiento de la posición actual de la Convergencia Democrática y del FMLN para la segunda ronda electoral, a saber, que no llamarán a votar por Fidel Chávez Mena, candidato de la Democracia Cristiana. Si es así, el próximo presidente de El Salvador será Alfredo Cristiani, el candidato de la extrema derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), y podrán surgir condiciones para una negociación a partir de una surreal coincidencia de intereses objetivos de. EE UU, la Democracia Cristiana y el FMLN-FDR. No se llega aún a ese punto, por supuesto, pero así se encaminan las cosas.

La gran incógnita centroamericana por el momento, sin embargo, se halla en Washington. La Administración de Bush no ha logrado integrar un equipo y mucho menos definir una política. Sus respuestas a la intensa actividad diplomática regional han sido inexistentes o confusas; sus embajadas funcionan bien, pero sin línea; sus aliados se sienten desconcertados, cuando no francamente desamparados. Una cosa es no ayudar más a la contra -política real, aunque no confesada y no querer ceder en El Salvador. Otra cosa muy distinta es poner en práctica una estrategia que incluya ambas metas. Por ahora, Estados Unidos no puede responder con agilidad a nuevas propuestas o disposiciones a negociar por parte de sus adversarios.

Lo importante en Centroamérica hoy es que, al comenzar a terminar el conflicto nicaragüense, vuelve al sitio central la contienda real: la de El Salvador. La batalla por Nicaragua se libró en 1979 y Estados Unidos la perdió. Nunca fue evidente que se podía revertir esa derrota ni que tenía mucho sentido intentarlo. Quizá la única ventaja para Estados Unidos de haberlo tratado fue que pospuso el desenlace final de la vecina batalla salvadoreña, aún indecisa. Hoy, ésta última empieza a entrar en una nueva etapa, quizá decisiva. Si la fuerza militar de la insurgencia es la que parece ser, y si la iniciativa política la logran retener los rebeldes después de haberla perdido durante varios años, Estados Unidos y sus aliados pueden enfrentarse a una situación crítica en pocos meses. Por ahora no están preparados para ella.

Jorge G. Castañeda es profesor de la facultad de Ciencias Sociales y Políticas en la universidad Nacional Autónoma de México.

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