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Rebelión en la escena

Los figurantes Autor: José Sanchis Sinisterra. Dirección: Carme Portacelli. Intérpretes: José Galotto, Albert Forner, Pilar Almería, Fernando Folgado, Lola Moltó, José Gil, Víctor Pérez, Vicente Sacristán, Ferrer Catalá, Aurelio Delgado, Manuel Puchades, Juan Carlos Garés, Paco Alegre, Amparo Ygual, Fina Torres, Pilar Labrada, Joan Peris, Pilar Martínez y Juan Mandli. Escenografía y vestuario: Xavier Millán. Iluminación: Xavier Clot y María Domenech. Valencia. Centre Dramátic de la Generalitat Valenciana (Rialto). 28 de febrero.Después de montar a Pinter, a Karge y a Koltès, parece como si Carme Portacelli ya no tuviese que demostrar nada a nadie. Su empecinamiento en montar la primera obra de Bernard-Marie Koltès, inédito hasta entonces en los escenarios españoles, bien merecía -al margen de la ulterior valoración artística del espectáculo- un caramelo. Pues bien, no; no sólo le quitan el caramelo, la anunciada dirección del Centre Dramátic valenciano ("porque soy mujer", dice la Portacelli en los papeles; al parecer, con la alcaldesa, con la señora Alborch i Bataller, directora gerente del IVECM, y unos cuantos miles de falleras mayores ya está cubierto el cupo), sino que además tiene que demostrarnos que sabe ingeniárselas con 19 personajes sobre el escenario. Pero como las desgracias nunca vienen solas, en vez del Timón de Atenas o de Lucrecia Borgia (por aquello del color local), van y le largan Los figurantes, de Pepe Sanchis.

Sanchis confiesa en el programa de mano haber escrito ese texto en 1981, mientras trabajaba en la dramaturgia de La vida es sueño que Gómez montó en el Español de Madrid. Se trata, pues, de una meditación más, en clave de humor, sobre el mundo de los marginados teatrales, en este caso los figurantes, los comparsas, los sin nombre, a veces sin voz. Una meditación sobre la que Sanchis es muy aficionado y que tuvo su momento más tierno y feliz en Ñaque o de piojos y actores, por no hablar de Ay, Carmela.

La situación es harto sencilla: el empresario se ha escapado con los dineros y la taquillera, dejando sin un duro a la compañía. La noticia corre por el teatro cuando las luces del escenario están encendidas y la función ha empezado ya. Después de la sorpresa inicial, asistimos a la toma de conciencia de los comparsas, relativa toma de conciencia, y a su necesidad de actuar. "Qué hacer", dice uno, recordándole al público viejas lecturas. El invento termina con la votación sobre lo que hay que hacer con los protagonistas, encerrados en los camerinos. El prisionero tercero, un comparsa, que es quien debe decidir la votación, se dirige al público, buscando a su madre, y dice: "¡Tú tienes la culpa, mamá! ¿Por qué no me enseñaste a actuar por mi cuenta? Ahora resulta que, para actuar, uno tiene que saber lo que quiere, y decidir solito, y... ¿Pues sabes lo que te digo? Que preferiría que esto fuera una obra de verdad y que el autor decidiera por mí...".Meditación, pues, sobre la marginalidad teatral con dos lecturas: una estética, que se encamina hacia la creación colectiva o la toma de los camerinos, y otra política, que culmina con la toma del Palacio de Invierno o en el éxito de la concertación sindical, vaya usted a saber.

Reiterativa

La pieza dura hora y media, pero podría durar perfectamente unos tres cuartos. Es reiterativa, condenadamente reiterativa, y a la postre se hace pesadita. Se salva, cuando se salva, por el oficio de los cómicos, muchos de los cuales desconocen lo que es el teatro de repertorio y jamás han aguantado una lanza; cómicos de la tierra valenciana, entre los que destacan Fina Torres y José Gil, los cuales son, pienso yo, el prototipo de los intérpretes con los que debió soñar Sanchis al escribir la pieza.En cuanto a la directora, demostró saber manejar a esos 19 intérpretes, creando un buen ritmo y potenciando los gags siempre y cuando el texto se lo permitía.

En mi opinión, Los figurantes, por su delgadez y su escolaridad, no parece un texto que resista un riguroso comité de lectura de un centro dramático. Sanchis ha hecho cosas mucho mejores. Lo dicho: Carme Portacelli se merecía un texto más sustancioso, con menos rebelión y más tropezones.

La acogida fue buena. El público se rió -a veces tontamente-, aunque la impresión de los sabios fue que el texto era muy poquita cosa. Pero, en fin, quién sabe, tal vez el Rialto necesita juguetes como éstos para terminar ganándose la confianza del público.

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