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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Magreb unido

AYER CULMINÓ en Marraquech un largo proceso que ha llevado a los máximos dirigentes de Marruecos, Argelia, Túnez, Mauritania y Libia a constituir la Unión del Magreb Árabe, "un sueño", según la expresión del rey Hassan II, al que los pueblos y gobernantes de esos países han aspirado desde hace muchas décadas. A la importancia política que tiene la decisión tomada en Marraquech se ha sumado el entusiasmo popular que ha rodeado la proclamación de la unidad magrebí. Un entusiasmo nada artificial, porque la unidad que ahora se proclama tiene un enorme valor para los pueblos de la zona, que ven en ella una garantía para salir del subdesarrollo.La aspiración a la unidad estaba presente ya en los combates contra la dominación colonial. En 1958, al firmar la Carta de Tánger, los partidos que encabezaron la lucha por la independencia de Argelia, Marruecos y Túnez hicieron una afirmación solemne de su voluntad unitaria. La realidad siguió, sin embargo, un curso muy distinto y surgieron serios conflictos de intereses entre los nuevos Estados, con momentos de agudo enfrentamiento. No han faltado, sobre todo por iniciativa del coronel Gaddafi, anuncios de uniones o de fusiones, pero fueron proyectos en el aire, gestos de propaganda, que nunca fueron seguidos por los actos. En términos reales, la unidad magrebí depende principalmente de un entendimiento entre Marruecos y Argelia. Después de una larga etapa plagada de conflictos -primero, por cuestiones fronterizas; después, por la descolonización del Sáhara-, las relaciones entre los dos países han ido mejorando sensiblemente, sobre todo en el último año, hasta el punto de que la reciente visita de Benyedid a Marruecos -la primera desde hace 20 años de un presidente argelino -ha permitido a los dos actores principales preparar el éxito de la cumbre de Marraquech.

En esta evolución ha tenido una importante influencia la progresión de la Comunidad Europea hacia un mercado único real y otros procesos de asociación de Estados, en el mundo árabe y en otras partes del mundo, que reflejan una necesidad objetiva de superar las fronteras nacionales para hacer frente a la nueva configuración de la economía mundial. Al mismo tiempo, diversos cambios en los países del Magreb han favorecido el resultado positivo logrado en Marraquech. La estabilidad y el progreso democrático que representa el nuevo presidente tunecino, la entrada del conflicto del Sáhara en una vía de negociaciones, la renuncia de Argelia a sus ilusiones socialis tas y la adopción de una política más realista, enfocada hacia el pluralismo político, han creado zonas de convergencia entre países que ayer tenían orientaciones netamente divergentes. Incluso el coronel Gaddafl -si bien pronuncia discursos aún repletos de una retórica radical- adopta en la práctica posiciones más moderadas, como lo indica el abandono de su política agresiva contra Chad.

En todo caso, el recuerdo de experiencias muy próximas invita a tomar las conclusiones de la cumbre de Marraquech con una cierta cautela. La complementariedad de las economías de los cinco países, así como la necesidad de una asociación coherente frente a un futuro común europeo que desequilibrará necesariamente las relaciones comerciales con terceros países, constituyen importantes factores que juegan a favor del proceso unitario. En contra, una historia reciente llena de rivalidades y la inestabilidad endémica de países que, como los despoblados Mauritanla y Libia, no acaban de cuajar como Estados sólidos.

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