_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El diablo de la comedia

Un pez llamado WandaDirector: Charles Crichton. Guión: John Cleese. Fotografía: Alan Hume. Música: John du Prez. Producción: Michael Shaniberg. Reino Unido, 1988. Itérpretes: John Cleese, Jamie Lee Curtis, Kevin Kline, Michael Palin. Estreno: Gran Vía, La Vaguada, Peñalver y (en V. 0.) Renoir.

"Tal vez es un tópico lo que voy a decir, pero hacer una comedia es algo muy serio". La frase es de Charles Crichton, un cineasta inglés de casi 80 años que hace unos 20 o más desapareció de las pantallas grandes y ha sobrevivido, además de en los libros de historia, en sus casi anónimos trabajos -parece que algunos notables- como documentalista de la televisión británica. Un genio de la ficción cómica metido a descubrir realidad en las realidades: aunque no lo parezca, es coherente, porque, en efecto, la comedia es un asunto muy serio.

Ahonda Crichton en su idea refiriéndose a Wanda: "Es una película obscena, brutal, lujuriosa, sádica. Es decir, con todos sus elementos al completo". Hay que suscribir literalmente sus palabras, que son seguro indicio de la seriedad que este maravilloso filme -todo en él desborda talento, desde el guión al último de los intérpretes- alcanza tanto por su composición ingeniosísima, ligera y no obstante férrea como por la desalmada violencia y atrocidad camufladas bajo la inocencia de la risa, que siempre es culpable, como por sus desternillantes instantes liberadores (la tortura de Kline al tartamudo Palin, Cleese desnudo ante la familia que viene a alquilar su casa, el asesinato de los perritos y de su dueña), que nos permiten disfrutar -como hace mucho tiempo no ocurría con tan poca sensación de esfuerzo- con el despojo ridículo a que la pomposidad humana queda reducida cuando es representada por burlones, incrédulos, escépticos comediantes, gente de estirpe dinamitera, transgresora y destronadora donde los haya.

Alegre negrura

Fue Crichton protagonista en una aventura mayor del cine europeo: la que tuvo lugar, en clave de comedia, con un pie puesto en la ruidosa euforia de la victoria británica en la guerra mundial y el otro en el ceño fruncido por la decepción de su sorda derrota civil en la posguerra.

Este milagroso instante del cine británico ocurrió en los legendarios Ealing Studios, que divirtieron a medio mundo dando patadas en mal sitio a los soberbios y melancólicos de la isla y del mundo. Allí brillaron Alexander Mackendrick (El quinteto de la muerte) y este viejo Crichton (Oro en barras) que ahora resucita, fusta en mano, poniendo a caldo los restos de irrisoria pomposidad del Reino Unido y sus herederos en la gendarmería del mundo, Estados Unidos. Su negro humor tiene la intensidad de su diabólica dureza.

Estamos ante un filme fuera de norma que supone la recuperación sin refrito de un hilo suelto de uno de los más refinados tejidos del cine imperecedero. Se parece Wanda a infinidad de comedias de antaño, pero todo en ella es inédito, inventado in situ, cuando lo cierto es que su idea matriz viene de 20 años atrás.

Sus deudas con la tradición de la comedia son muchas y evidentes. Por ejemplo, John Cleese, actor y guionista, ex líder de Monty Phyton, se recrea en una evocación consciente, pero nunca plagiaria, de la técnica que Cary Grant empleaba para burlarse de sí mismo, hasta el punto de que su personaje en Wanda lleva el nombre auténtico de aquel inimitable cómico británico: Archibald o Archie Leach.

De los otros actores (sobre todo Jamie Lee Curtis, Kevin Kline y Michael Palin), atrapados como están en el torbellino de una acción diabólica que no da tregua a la atención del público, no se puede decir menos. Este asunto serio que es la comedia extrae buena parte de su seriedad de la decisiva función que el actor tiene en ella. Y aquí, en esta maravillosa Wanda, los actores, obedeciendo, mandan: ofician un rito de sangrienta gracia, demoledor y desacralizador, que llena de aires libres los pulmones de quienes asistimos a él.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_