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Tribuna:SOBRE LOS MODOS DE ENTENDER LA POLÍTICA
Tribuna
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¿El Gobierno del PSOE como delincuencia juvenil?

La huelga general del 14-D no es tanto un bofetón a la política económica del PSOE cuanto un confuso y general sentimiento de que el Gobierno actual no sabe hacer política (es decir, presentarla, discutirla y consensuarla), sino que la ha secuestrado y la impone por doquier. La consideración adultamente democrática de la política no ha encajado en los comportamientos del Gobierno. Más bien se trata de una actitud arcaica y, por consiguiente, violenta: la política como delincuencia juvenil. Para aclarar estas ideas partiremos de las primeras letras del abecedario democrático, tal como las expresó hace más de un siglo un gran filósofo y economista inglés. Como estas primeras letras no encajan en el comportamiento del PSOE, recurriremos a un gran filósofo español, cuyas concepciones de hace 60 años acaso se adaptan con mayor realismo a quienes nos mandan hoy.La concepción clásica de J. S. Mill establece una muy clara división de competencias entre el Gobierno (o poder ejecutivo) y el Parlamento (formado por los representantes de los ciudadanos). A éste le corresponden, entre otras, dos funciones autónomas: primero, vigilar y controlar al Gobierno; segundo, ser el comité de agravios de la nación, el congreso de las opiniones: un foro donde no sólo tenga cabida la opinión de la nación, sino donde cada uno de sus segmentos puede manifestarse a plena luz y con discusiones recusadoras.

Si tales son las funciones de un Parlamento, los ciudadanos, cuando votan, buscan, primero, dar expresión y respaldo a distinas opiniones políticas y, segundo, elegir un Gobierno. En definiva, la selección de un Gobierno es un subproducto de la representación de las opiniones de los ciudadanos en un congreso de opiniones. Dicho de otra forma: los ciudadanos se comprometen en dos relaciones diferentes: una, con el Gobierno, o Ejecutivo, respecto al cual son simplemente objetos de política, y otra, con sus representantes en el Parlamento, con los cuales son sujetos de política.

La relación entre los ciudadanos y sus representantes se efectúa con la intermediación de los partidos políticos. Dos peligros acechan a esta relación cuasicontractual: a) como los votantes eligen entre las promesas avanzadas por los candidatos a representarles en las elecciones cada equis años, los cambios en esa relación sólo son computables en las nuevas elecciones (por consiguiente, el mercado político es discontinuo y rígido); b) una vez ganadas las elecciones, las medidas políticas se ofrecen a los ciudadanos en paquetes (como en las ventas forzadas o por lotes), lo cual permite a los políticos anteponer sus intereses a los del electorado (es, pues, un mercado propenso a la competencia imperfecta y la manipulación).

Crecimiento y burocracia

Un factor que erosiona la relación entre ciudadanos y representantes, y en consecuencia la confianza en los partidos políticos, es que a medida que éstos crecen se convierten en burocráticos y jerárquicos. Esto aumenta la autoridad de quienes están en la cúspide del partido y reduce la autonomía de los escalones inferiores, con lo que a su vez decrece la posibilidad de que los representantes representen y defiendan las opiniones contraídas con sus ciudadanos.Podríamos alargar más el abecé de la democracia parlamentaria, pero con lo dicho podemos proceder al contraste con la España actual:

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1. El Gobierno del PSOE no respeta, no sólo las opiniones minoritarias del Parlamento, sino tampoco la suya propia, mayoritaria, proclamada enfáticamente en declaraciones programáticas y discursos enterrados.

2. Más aún, el Gobierno no respeta al propio Parlamento (por supuesto, tampoco a sus parlamentarios: el papel obstruccionista de su portavoz es dramático-grotesco). Tampoco respeta a los partidos políticos ni a los sindicatos: a los tres los arrincona, veja y fragmenta como excrecencias incómodas.

3. El Gobierno del PSOE está convencido que los ciudadanos son objetos de política (económica, laboral, educativa, etcétera), no sujetos responsables con los que haya que dialogar permanentemente (en el Congreso y Senado, en el Consejo Económico y Social; es decir, en instituciones raquíticas o inexistentes) a fin de concertar las opiniones lógicamente distintas por responder a intereses distintos.

4. El Gobierno actual domina un mercado político rígido y monopolístico tanto en el aspecto administrativo como en los aspectos sociales y culturales. Jamás la banalización colectiva y la obscena exhibición del beneficio individual han sido tan fuertes en España como ahora.

5. La imprecisa relación entre los millones de votantes del PSOE y los representantes y funcionarios del PSOE ha permitido a éstos una total laxitud a la hora de cambiar la opinión de su electorado.

También ha permitido transformar sus vidas, acumulando sueldos o beneficios extraordinarios, o buscando conseguir un lugar en la historia o en Europa, u otros objetivos distintos a los deseados confusamente por los cítidadanos. La lejanía e inadecuación de éstos y la férrea disciplina de los cuadros gobernantes -ambas fomentadas por el propio Gobierno- son la llave para, contra viento y marea, no perder las siguientes elecciones.

6. Como toda gran organización monopolística, el PSOE se ha burocratizado y jerarquizado: la cúspide del partido, y sobre todo su jefe, se ven rodeados de la lealtad incondicional de quienes le siguen en la partida de fieles: éstos son meros altavoces de repetición, no de reflexión.

Frente al cambio vertiginoso y pacífico de la transición (desde 1976 a 1981), y frente a la gran ilusión (obviamente infantil e irracional) de las elecciones de 1982, el PSOE ha desarrollado un sistema de gobierno que no se adapta a las reglas del parlamentarismo democrático expresadas por J. S. Mill. Tendremos que recurrir a un pensador más próximo para tratar de explicar los caracteres autóctonos del Gobierno del PSOE.

Este pensador es Ortega y Gasset, quien, en 1924, escribió que no ha sido el obrero ni el intelectual ni el sacerdote ni el comerciante quienes inician el gran proceso político: ha sido la juventud resuelta al combate: la política como delincuencia juvenil, como violencia de la partida o pandilla (la panda, según expresión del entorno de Nicolás Redondo).

La energía juvenil construye la compañía de hermanos, amigos y secuaces. Se lanza a la conquista del poder y del botín. La partida forma y deforma también a los conquistadores capaces de la utopía insensata de América.

Violencia y dogma

La ideología del utilitarismo liberal está en el origen del Estado burgués y del debate y consenso parlamentarios: se trata de discutir y ordenar, con intereses contrapuestos, la satisfacción de las necesidades. Todo esto es senil / senatorial para la energía juvenil. La banda juvenil o pandilla de amigos adopta o la organización de Estado-ejército (Franco, en los años treinta, era el general más joven de Europa) o la organización de Estado-partido (González, en los años ochenta, es el presidente de Gobierno más joven de Europa). La política se convierte en violencia y dogma de la pandilla, en un juego infantil pero terriblemente serio por que invertebra a toda la sociedad.He puesto el título de esta reflexión con una interrogación pues los abismos a que nos retrotrae esta concepción autóctona de Ortega y Gasset son muy profundos e inquietantes. La duda es si, antes que el pálido reflejo del liberalismo y utilitarismo británicos, esta concepción se adapta mejor o peor a la intrahistoria de España y a su circunstancia actual.

Gonzalo Sáenz de Buruaga ha sido profesor de Economía en las universidades Autónoma y Complutense de Madrid.

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