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Entrevista:

Luis de Pablo: "Los seres humanos somos insaciables"

El compositor continúa preparando óperas

Luis de Pablo es de nuevo actualidad. Varias obras suyas de la década de los setenta se han podido escuchar los últimos meses en Madrid, donde dará un ciclo de clases magistrales sobre la utilización de la voz en su música a principios de febrero. Recién estrenada Senderos del aire en Japón, se anuncian dos nuevas primeras audiciones en París y Bruselas para principios de 1989. Terminada su segunda ópera, El viajero indiscreto, sobre libreto de Vicente Molina Foix, programada para marzo de 1990, está preparando ya las dos siguientes, inspiradas en textos de Akinari Ueda y Tahar Ben Jelloun.

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Pregunta. ¿Qué le produce mayor satisfacción, la reposición de obras de etapas anteriores de su producción o un estreno?

Respuesta. Pues, aunque le parezca increíble, me llena de satisfacción y esperanza el que se repongan piezas de otras épocas. En Suiza y Alemania se han programado Tombeau o Iniciativas, ambas de la década de los sesenta; en España, dos obras breves de teatro musical en el último Festival de Otoño y el Concierto para piano número 1 en el Auditorio de Madrid, entre otras. Esto produce una sensación de normalización, porque si algo he echado yo de menos en mi vida musical es la dificultad de implantación de una obra como la mía en el contexto de nuestro país. Los canales de difusión musicales son escasos. Esto no sólo me ocurre a mí, también a Beethoven o Bach. La implantación en la sociedad únicamente se produce cuando existen grandes presiones económicas u otro tipo de connotaciones. Un señor perfectamente encarnado en nuestra vida cultural es Julio Iglesias, pero todos sabemos que eso es flor de un día y que al cabo de unos años sólo le reconocerá la gente como un recuerdo de juventud, al igual que sucede con muchas canciones de los cuarenta o cincuenta. Como vehículo de cultura en profundidad, la música de creación sigue siendo minoritaria. No funcionan los planes de enseñanza y, además, los medios de difusión se ponen preferentemente al servicio del culto al divo o de un repertorio muy reducido de obras y períodos.

P. Pero algo habrá variado...

R. La situación mejora día a día, aunque no al ritmo que uno quisiera. Haría falta un cambio sustancial de las estructuras, que no se ve ni de lejos. Yo, de todas formas, no tengo derecho a quejarme, pues si comparamos las condiciones de trabajo de nuestra generación con las dificultades que tuvieron que vivir Bartok, Schoenberg, Klee o Morandi, somos un grupo de privilegiados.

P. Da la sensación que, siendo usted uno de los músicos mas consagrados de la sociedad española, es, sin embargo, de los más insatisfechos.

R. Hay que quejarse de algo; de lo contrario, ¿qué vamos a hacer con nuestro instinto masoquista? Bromas aparte, si todo me saliese al cien por cien de como yo quisiera, que no se va a aproximar ni con mucho, me inventaría problemas. Es una de las características del ser humano. El caso más sintomático es el de los hijos de las familias adineradas que, teniendo todo resuelto, se enganchan con la droga o se complican en mil líos. Los seres humanos somos insaciables, un pozo sin fondo. Todos, pero quizá los artistas más, porque somos más inseguros. Lo que hacemos, en primera instancia no vale para nada. Necesitamos que nos digan que somos muy guapos, muy listos y que se nos quiere mucho. Somos muy pesados en ese sentido. A veces se sublima diciendo que ciertas apreciaciones no te interesan, pero es mentira. En una sociedad como la nuestra, basada en los valores económicos y en que la creación artística no es urgente, tienes que pasar por muchos períodos de rechazo e indiferencia hasta que tienes suerte y te puedes permitir cierta tranquilidad.

Violencia de la raza

Yo ahora estoy muy satisfecho con mi trabajo, pero a veces cojo grandes cabreos cuando me hacen alguna faena o yo creo que me la hacen, y me sale lo que Azaña denominaba en su último discurso "la violencia de la raza", pero se me pasa enseguida.

P. ¿En qué van a consistir sus clases magistrales del Auditorio Nacional de Música?

R. Fundamentalmente en la utilización de la voz humana en mi propia obra, con profusión de ejemplos precisos y técnicos. Yo he usado la voz de muchas maneras a lo largo de mi trayectoria. Como productora de fonemas con un sentido inmediato, en Visto de cerca. Como fuente sonora de transformación en el período electroacústico, en We. Como fuente sonora de fonemas sin sentido concreto pero con intención dramática, en Very gentle y Bercense. Sin énfasis dramático en Yo lo vi y Zurezko olerkia, donde funciona como fondo sin servir a una acción. Y como último paso, la voz, la palabra, al servicio de una situación dramática concreta, es decir, la ópera. Hay varios temas que me parecen muy interesantes: el sentido de la lengua castellana puesta, en música; su infrautilización hasta fe chas relativamente recientes; el desafío que tiene para un compositor el servirse de lenguas que no habla, pero de las que le atraen los valores fonéticos; la manera de poder contar una historia dramática sin argumentos precisos, etcétera. Se desprende la necesidad de ir creando nuestra propia tradición, sin volver a ningún tipo de nacionalismo sino sabiendo utilizar nuestra identidad sin subordinación a dependencias culturales ajenas. Todo ello con el espíritu más abierto pero sin dejar de ser quienes somos.

P. ¿Sigue trabajando en la ópera de una forma preferente?

R. Una vez terminado El viajero indiscreto, que se estrenará en Madrid en la temporada de ópera de 1990, me gustaría hacer, si tengo salud o no se me cae una teja encima y me quedo tonto, una ópera de cámara de unos 40 minutos con pocos cantantes e instrumentos, basada en un cuento japonés del siglo XVIII La capucha azul, perteneciente a, traducido más o menos literalmente, Cuentos de la luz de la luna y de la lluvia, de Akinari Ueda.

P. Dos de sus cuentos fueron llevados al cine por Mizoguchi.

R. Efectivamente. El título es una manera poética que tienen los japoneses de designar historias de aparecidos, de fantasmas También me gustaría realizar una ópera grande, de las de reglamento, del penúltimo Premio Goncourt, Tahar Ben Jelloun cuya novela La noche sagrada, ambientada en el Marruecos rural, es admirable y totalmente sobrecogedora.

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