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Tribuna
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Dali fénix

En el mes de julio tuve ocasión de visitar a Dalí. El pintor Pitxot me sugirió que escribiera sobre ello, supongo que para dar una visión imparcial de esta sorprendente -Dalí aún puede sorprender, sorprenderá hasta el final- etapa daliniana que suscita de tanto en tanto rumores alarmistas y tendenciosos. La desidia, la distracción y el ajetreo veraniego me impidieron hacerlo. Ahora, ante su prodigiosa palingenesia, quiero contar lo que vi y oí.Antoni Pitxot es amigo de Dalí por circunstancias familiares. Los Pitxot tienen casa en Cadaqués desde principios de siglo y se conocían con el notario Dalí, padre del pintor. La saga de los Pitxot es característica de la burguesía ilustrada ampurdanesa: su abuela decidió trasladarse con sus siete hijos a París para cuidar de su educación estética; se quedaría allí 12 años.

Ramón Pitxot se dedicó a la pintura y fue uno de los amigos de Picasso; María Gay, Niní, cantante de temperamento volcánico, se hizo célebre cantando a Wagner y Verdi; Mecedes se casó con Eduardo Marquina; Luis estudió violín, y Ricardo -padre del pintor Antoni Pitxot-, violonchelo con Pau Casals. La abuela, no contenta con vivir en París, visitó Cadaqués, compró en secreto la península del Sortell y la hizo acondicionar para luego llevar a su marido de improviso y decirle: "Es tuyo".

Picasso y Fernanda fueron a esa casa de Cadaqués con María Gay en el verano de 1910, cuando nacía el cubismo. Cuando Dalí llegó a Cadaqués en los años veinte, la familia Pitxot era vecina de su padre. Es normal que Dalí considere a Antoni Pitxot un amigo de confianza y le pida, en estos años de soledad, que le visite con frecuencia. Y así, Pitxot, día sí, día no, coge su coche y baja de Cadaqués a Figueres por la agreste carretera que todavía hace de Cadaqués un enclave remoto. Una de esas tardes, en el mes de julio, Pitxot me había citado en casa de Dalí -sede de la Fundación Gala-Dalí y contigua al museo- para hablar de un posible libro. Llegué a las siete y media, toqué el minúsculo timbre de la gran puerta verde en la fachada de los panes de la torre Gorgot y abrió un policía que me invitó a subir a la planta noble. Allí me esperaba mi amigo el pintor Evarist Vallés, miembro de la fundación. En seguida llegó Pitxot, que estaba en la habitación de Dalí. Me dio la más sorprendente de las noticias: al decirle a Dalí que yo estaba allí, éste le respondió: "Recuérdale lo del water de Leonardo".

El invento de Leonardo

Dalí estaba retornando una conversación que habíamos tenido en 1979. Cuando escribí mi ensayo sobre Leonardo da Vinci se lo fui a llevar a Dalí; un día pasaba yo por la rambla de Figueres delante del Astoria y me encontré a Dalí sentado en el café con los del Ayuntamiento. Me llamó y me hizo sentar. "Su libro sobre Leonardo", me dijo, "debe estar muy bien, porque mi mujer lo está leyendo en español, pero se ha dejado usted una cosa: Leonardo inventó el water closed". Pensé que era una boutade daliniana, y lo era, pero como todas ellas con un fondo de verdad conocida o adivinada. Repasé y constaté que el mecanismo de boya, palanca y tapón en los depósitos de agua de las letrinas fueron innovación de Leonardo da Vinci.De modo que, nueve años después, Dalí retomaba la conversación y me pinchaba con lo del water de Leonardo. Parece, por tanto, que cuando está despierto se entera de todo y tiene la cabeza clara y sus facultades mentales en forma. Por ello se dedica a dictar fragmentos como los que aquí aparecen. Pitxot me facilitó los que había anotado aquellos días.

Hablamos de nuestras cosas y Pitxot me preguntó si quería ver a Dalí. Volvió a la habitación a preguntarle si deseaba recibirme y nos acompañó a Evarist Vallés y a mí a la estancia de Dalí. Se pasa por un cuarto contiguo donde montan guardia tres enfermeras o secretarias mirando la televisión, y se accede a una estancia rectangular con decoraciones del siglo XVIII, espaciosa y luminosa.

En el extremo cercano a la puerta está la cama; en la otra puerta, un sillón donde aparecía Dalí sentado. Vestía una túnica de lino blanco, tenía los cabellos peinados para atrás y la cabeza muy apoyada en el respaldo, un tubo de plástico salía por su nariz, pues no quiere o no puede masticar alimentos. Sus ojos eran vivísimos, más que nunca, quiza por contraste en aquel cuerpo postrado. Le comenté los fragmentos que Pitxot me había pasado y le recomendé hacerse leer el libro de Hawking. Le dijo a Pitxot que me entregase una fotocolpia de su carta al premio Nobel de Química Ilia Prigogine, que aparece aquí. La visita duró poco pues en seguida noté un gesto de impaciencia en su mano y me despedí. Al alejarme noté que me miraba los zapatos. Por fortuna, llevaba alpargatas de soga del país.

Dalí pasa el día en el sillón mirando las formas de la pared lateral de piedra de su museo y los flecos del toldo de la ventana. Se niega a abandonar la habitación con tal determinación que aún no ha visitado las obras de ampliación del museo en las estancias contiguas a su vivienda, e incluso en el mismo piso. ¿Por qué no querrá verlo? Se pasa el día mirando y pensando; a veces dicta sus lucubraciones. A veces intenta dibujar algo, pero lo deja.

Himno nacional

El final de su jornada es tempranero: a las nueve se acuesta. Pude oírlo desde la sala de la fundación porque la puerta de su habitación estaba abierta. Y digo oírlo porque al sonar las nueve en la campana chillonamente metálica de la iglesia de Figueres se oyó al poco, proveniente de la habitación, el himno nacional. Luego, con la habitación a oscuras, Noche de ronda. Yo no salía de mi asombro.Llegó Pitxot, que había ayudado, como de costumbre, a las enfermeras a trasladar a Dalí del sillón a la cama, y me explicó que al hacerse pasar del butacón a la cama Dalí quiere oír el himno nacional. "Si nos olvidamos, lo exige". Al acabar Noche de ronda, la cita empalma con Tristán e Isolda, me explica Pitxot. La música suena en la oscuridad y Dalí le dice: "Cuando entre Tristán, puedes irte". He contado lo que vi y oí.

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