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Crítica:ESPECTÁCULO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La giga interminable

Otra vez un grupo repetitivo en el ciclo Fronteras del teatro. En Callejero, un violín toca una giga interminable, encerrada en sí misma y en sus variaciones, celular, a cuyo ritmo oscilan los actores, se automatizan en movimientos forzadamente rígidos -reflejados luego en unos muñecos articulados-; taconean, golpean con sillas, mueven unos sencillos elementos variables, -cajas que giran, se abren, ofrecen la cara de cada una de sus tres dimensiones- se relacionan entre sí sin tocarse nunca, hablan algunas veces para repetir algunas palabras prestigiosas del sabido texto del teatro de la incomunicación.

Reflejo de una sociedad

Callejero

Esteve Grasset. Música de Pepe Manzanares. Arena Teatro, de Murcia. Intérpretes: Ana Olivares, Pepa Robles, Enrique Martínez, Juan Pedro Romera, Elena Octavia, Juan Mena, Pepe Manzanares. Dirección: Esteve Grasset. Ciclo Fronteras del teatro. Sala Olimpia, 20 de diciembre.

Todo esto está muy bien hecho. Tiende a reflejar -por su título, por sus notas al programa- algo que toda esta tendencia contemporánea, en sus varias escuelas o inventos, recoge desde hace años: la soledad del hombre-mujer, el aislamiento, la presión de la ciudad oscura, dura y sucia; el automatismo de la humanidad sometida a un orden rígido (o su deshumanización). Por decirlo con nombres de maestros antiguos, el absurdo, la caída, la pérdida de valores. La resolución en este tipo de movimientos estaba ya en Chaplin. Lo que directamente se vi es este grupo de actores sometidos a la dictadura, el orden -y la orden- implacable, a la deshumanización que les impone el director, Esteve Grasset, un investigador ya justamente acreditado. Y la moda de la repetición anglosajona, la impavidez horrible del movimiento que parece no tener salida. Si causa irritación y el deseo ardiente de que termine cuanto antes es por el deseo deliberado de sus primeros creadores.No hay que ocultar que la performance aburre siempre, aunque se contemple su perfección; y que: sus seguidores españoles tienden a disminuir el empleo del tiempo. Aún así... En esta muestra de Esiteve Grasset y de Arena Teatro -un grupo murciano de teatro que desde hace dos años obedece a este director catalán- se ve, o se quieren ver, unos rasgos españoles, mediterráneos; un cuadro que remeda algo al flamenco o se deja llevar por su memoria, unos zapateados que suenan a aquello, algún movimiento femenino gracioso o vistoso.

Queda dicho que todo se hace con perfección. El violinista Pepe Manzanares es diabólico con su violín incesante y perfectamente dominado, ayudando a los actores, con sus ritmos y sus movimientos secos, a sus agotadores movimientos repetidos, incansables, admirablemente preparados físicamente, con algunos ejercicios de voz interesantes; sobre esta perfección misma de la totalidad, dos de ellos -un pelirrojo, una rubia: sus nombres se pierden en el conjunto del grupo- tienen una calidad muy notable y una posibilidad de dominar otras formas de teatro. O de ballet. En esta línea fronteriza en que está el espectáculo, yo no dudaría en calificarlo de ballet, confiado al movimiento corporal y a la música, al ritmo. A pesar de la perfección, y de los numerosos hallazgos de la dirección, exaspera y aburre, y ganaría reduciéndolo a la mitad. El público aplaudió con poca fuerza la hora y media de contemplación de los ejercicios. Puede que no fuese el público indicado para esta forma de arte.

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