Ideología y pragmatismo
POCO A poco, sin alharacas ni grandes gestos, el Gobierno español va recibiendo parcelas de la administración de la cosa pública europea que le va a tocar presidir durante el primer semestre de 1989. Con algún espasmo de taquicardia, nuestros gobernantes se aproximan al puente de mando. Saben que la presidencia es una delicada mezcla de organización, ejercicio de autoridad, mediación, seriedad profesional y entusiasmo político, y aunque rara vez se obtienen resultados espectaculares, es misión de la presidencia luchar como si de cada día dependiera la consecución de un éxito sensacional.Si la presidencia comunitaria, como afirmó Ruud Lubbers, el primer ministro holandés, consiste en "un 90% de transpiración y un 10% de inspiración", se diría que Felipe González dispone de inspiración a raudales. ¿Tendrá todo su equipo la capacidad de trabajo requerida? Esta misma semana, el presidente del Gobierno español pronunciaba en Bruselas un discurso acendradamente europeísta, que ha sido interpretado, no sin razón, como la respuesta al que pronunció la primera ministra británica en Brujas hace tres meses, marcadamente nacionalista. En uno y otro parlamento, el catalizador era la unidad futura de Europa, un compromiso de tanto alcance que sorprende que dos naciones de peso en el continente puedan adoptar posiciones radicalmente diferentes. Para Margaret Thatcher, Europa amenaza su insularidad; para Felipe González, es la única meta posible. Es cuestión de ideología y de talante, pero para que nadie pudiera acusar a los españoles de soñadores, el presidente del Gobierno se cuidó de enunciar un programa muy sólido y ambicioso de realizaciones a conseguir antes del año 2000. Todo su parlamento estaba basado en la idea central de que la unidad europea es absolutamente imparable y de que los españoles estamos dispuestos a realizar el "ejercicio compartido de soberanía" que se requiera para ello. Establecida la meta, el catálogo de requisitos es conocido: por una parte, deben ser reformadas las instituciones comunitarias -el Parlamento, el Consejo de Ministros y la Comisión-, no para reforzar el poder de los burócratas de Bruselas, sino "para crear las instituciones que respeten las tradiciones y personalidad de cada Estado". En segundo lugar, es preciso seguir trabajando en la consecución de¡ mercado interior en 1992, como requisito previo para realizar el concepto de unión europea. Para ello, finalmente, es necesario poner en pie una política exterior y de seguridad común eficaz, porque la que hay carece de ambición e imaginación.
Un excelente catálogo de objetivos, del que Felipe González nunca olvida los aspectos solidarios para el individuo y los colectivos nacionales. El papel de España es crecientemente reconocido, como lo ratifica la importancia de las misiones que han sido asignadas a los dos comisarios españoles de Bruselas: al vicepresidente Manuel Marín corresponderá toda la cooperación de la CE con los países en vías de desarrollo (un gigantesco presupuesto) y la administración de la política pesquera; Abel Matutes administrará la otra área de la relación con el mundo en desarrollo, el diálogo Norte-Sur.
Recordemos, por último, que la presidencia comunitaria tiene unas exigencias específicas que sería ilícito ignorar. Por encima de todo está la montaña de expedientes que a España toca administrar con seriedad. En 1989 se celebra, además, el bicentenario de la Revolución Francesa, un hito con el que se puso la primera piedra de la comunidad de individuos de Europa. Los políticos españoles hacen bien en recordar que comparten la presidencia con Francia. Por otra parte, el Gobierno español no debe olvidar la velocidad de los acontecimientos políticos y sociales. Dos ejemplos lo ilustran adecuadamente: la guerra fría ha muerto y el escenario del conflicto palestino ha dado un vuelco; como consecuencia de ello, los afanes .estratégicos de Europa tienen que ser redefinidos y, tal vez, el papel de la CE en la solución de Oriente Próximo debe ser abandonado. Así son las cosas. La presidencia es un complejo ejercicio de combinación de pragmatismo e ideología.
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