La huelga del 14 y después
Si cada representación tiene su ensayo general, a modo de espejo que refleja los posibles resultados futuros, el de la huelga del 14 de diciembre puede ser la huelga de la enseñanza del año pasado. Aquella huelga se inició a partir de una plataforma reivindicativa discutible, pero mal negociada por unos sindicatos que sobrevaloraron su propia fuerza y su representatividad; fue también mal negociada por el ministerio correspondiente y al final unos y otros, sindicatos y ministerio, fueron desbordados por un mar de fondo en el que se dieron cita no sólo las reivindicaciones de la plataforma, sino también los problemas acumulados durante años por el colectivo de los enseñantes. Finalmente, tras un cambio de los representantes máximos del ministerio, los nuevos responsables abordaron el tema con otro talante y acabaron poniéndose de acuerdo con los sindicatos.Bastó un estilo diferente para propiciar un clima diferente y para conseguir un compromiso que parecía imposible. Pero entre tanto se habían quemado demasiadas cosas, se habían debilitado demasiado el Gobierno y los sindicatos y los acuerdos se alcanzaron en medio de la pasividad de la mayoría de los enseñantes.
No sé cuáles van a ser los resultados de la anunciada huelga del 14, pero es posible que se asemejen bastante a los que acabo de mencionar, aunque, desde luego, con consecuencias mucho más serias. La plataforma reivindicativa con la que ha sido convocada por las centrales sindicales no parece que pueda justificar un paro de estas dimensiones, y lo que se ha considerado como la gota que colma el vaso, el Plan de Empleo Juvenil, no sólo no parece ser tal gota, sino que constituye a mi entender un grave error de apreciación de los sindicatos. Pero a estas alturas esto ya no es lo más importante. O mucho me equivoco, o la convocatoria del 14, no tanto por la plataforma reivindicativa en sí misma corno por el clima que se ha creado en. torno a ella, puede servir de aglutinante para que en un mismo día coincidan en la protesta, por activa o por pasiva, mil cosas que normalmente no encuentran cauce ni ocasión para hacerlo ni menos para coincidir: quejas justificadas o injustificadas, frustraciones reales o irreales, desconciertos personales y colectivos ante unos cambios acelerados que no se entienden o no se explican bien, indignaciones ante la reaparición de viejos privilegios y la ostentación de otros nuevos, protestas por las cosas que deberían funcionar y no funcionan, etcétera. Y junto a ello, también los oportunismos de diverso signo, empezando por los de algunos partidos de oposición incapaces de ofrecer alternativas, pero dispuestos a aprovechar lo que caiga.
Por consiguiente, el problema que se plantea, más allá de las tensiones actuales, es lo que va a ocurrir después del 14, porque, tanto si la huelga tiene éxito como si no, nadie va a poder capitalizar políticamente el éxito o el fracaso. Aunque la huelga tenga éxito, las centrales sindicales no van a construir una alternativa política ni tampoco parece que estén en condiciones de ofrecer una alternativa de política económica general muy distinta a la actual. Tampoco van a ser aleternativa los partidos de la oposición, ni por la derecha ni por la izquierda. En cuanto al Gobierno y al PSOE, es evidente que si la huelga fracasa no será nada fácil iniciar otro camino sindical, porque los desgarros internos no concluirán. Y si la huelga tiene éxito, las medidas políticas que puedan tomar para contrarrestar sus efectos pueden chocar con una fuerte desmotivación de los ciudadanos.
Por consiguiente, después del 14 la única alternativa que se planteará es la de la negociación, una negociación que tendrá que basarse inicialmente en plataformas parciales, en cambios puntuales, en compromisos concretos, pero que tendrá que tomar buena nota de lo ocurrido y plantearse seriamente los grandes problemas de fondo. Y éste es seguramente el bosque que los árboles de la tensión actual no nos dejan ver.
En definitiva, lo que ocurre en nuestro país se inscribe en un proceso general que en cada país de nuestro entorno europeo tiene formas particulares, pero que obedece a unos mismos motivos. No hay más que ver las huelgas en Francia, Bélgica o Italia. En el Reino Unido los laboristas intentan redefinir sus relaciones con los grandes sindicatos y buscar una representatividad más amplia. En la RFA, el Partido Socialdemócrata ha iniciado prudentemente la definición de una nueva línea económica y sindical que ya le ha producido dificultades con la dirección del sindicato.
Todas estas referencias demuestran que el problema de fondo es que la relación tradicional entre los partidos de izquierda y los sindicatos -ejemplificada en nuestro caso por la relación que han mantenido históricamente el PSOE y la UGT- ha terminado. Se ha acabado una fase y está empezando otra, con unas perspectivas difíciles de prever.
Ha terminado una fase porque nuestras estructuras sociales están cambiando aceleradamente y las clases sociales y sus relaciones también y, por consiguiente, los partidos de izquierda con capacidad para gobernar ya no son ni serán partidos de clase en sentido estricto. En España, además, la inexistencia de alternativas políticas obliga al PSOE a asegurar prácticamente solo la marcha del Estado, a asumir la representación de sectores sociales diversos y a tomar opciones que difícilmente pueden ser compartidas por todos estos sectores a la vez. Pero el problema es general y todo partido que se proponga representar sólo a un sector social en sentido estricto está condenado a la crisis de identidad y, seguramente, a la marginación política.
Por su lado, los sindicatos se enfrentan con nuevos problemas que afectan no sólo a su representatividad, sino también a su actuación cotidiana. De hecho, los problemas que han servido como detonantes para la convocatoria del 14 ocultan otros muchos más profundos, porque los cambios tecnológicos modifican los procesos de producción y, por consiguiente, la estructura del empleo y porque es cada vez más problemático representar a unos sectores de asalariados que no forman un bloque homogéneo y que tienen comportamientos políticos y económicos no coincidentes.
A mi entender, los sindicatos están abocados a la crisis si no se plantean como tareas fundamentales el control de la innovación tecnológica en las empresas, la búsqueda de nuevas formas de contratación adaptadas a los cambios actuales y futuros, la racionalización y la productividad de la Administración pública y la internacionalización de la acción sindical. Y aunque creo que la unidad entre las organizaciones sindicales es fundamental, ni la unidad ni la hegemonía de una central sobre otra van a servir para mucho si no se plantean en serio los nuevos objetivos y las nuevas tareas.
Si esto es así, tanto los partidos como los sindicatos deberemos tomar nota de que ha acabado una fase y empieza otra. La nueva es problemática, y tanto su orientación como su desarrollo dependerán en gran parte de cómo la abordemos unos y otros. En todo caso, no será una relación de armonía preestablecida ni de subordinación de unos a otros en sentido estricto. Serán relaciones de acuerdo y de confrontación, y lo que estará en juego es si tanto los partidos como los sindicatos serán capaces o no de convertirse en grandes instrumentos de organización y de concertación sociales, porque ante los cambios que se avecinan en países como el nuestro, integrados en la dinámica de la unificación de Europa, sólo con grandes instrumentos de concertación social, sólidos, coherentes y representativos, podremos dar respuestas que nos hagan avanzar.
En las memorias que acaba de publicar el ex primer ministro laborista del Reino Unido James Callaghan explica que, siendo un joven diputado, el entonces primer ministro laborista, Clement Atlee, le llamó a su despacho para comunicarle que le nombraba secretario de Estado, y tras recordarle que a partir de entonces tendría que negociar mucho, lo único que le dijo a modo de despedida fue lo siguiente: "No olvide que si tiene que negociar mañana con alguien no debe insultarle hoy". Y puesto que después del 14 en este país tendremos que negociar mucho y deberemos abordar problemas generales de largo alcance, sería bueno, a todos los efectos, recordar el consejo de Atlee a Callaghan.
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