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Gorbachov y Sajarov

Hay una sorprendente relación de destino entre Gorbachov, primer hombre de un aparato sin igual que no tolera rivales internos, y Sajarov, un hombre de tina reputación política a nivel mundial y de excepcional carrera científica, que fue el padre de la bomba atómica soviética, pero que todavía en 1986 era un exiliado en su patria, en Gorki. Aunque parezca extraño, el recién nombrado secretario general, representante del poder supremo, y el intelectual en el exilio, al que no se le permite llamar a un amigo a Moscú o escribir cartas al extranjero, se necesitaban mutuamente.Gorbachov necesitaba a Sajarov para afianzar su reputación como reformista. En época de Jruschov, recién terminado el gran terror de Stalin, unos vagos rumores de amnistía general en 1983 le rodearon de un halo de salvador. Gorbachov, llegado después de la era de Breznev, en que un aparato de represión dominaba sin dificultades a una población silenciosa y obediente, que no abría la boca respecto a sus víctimas (cuyo número fue indudablemente muy inferior), necesitaba sin duda alguna una vedette. Ciertamente, Gorbachov, con toda honradez -la glasnost y la perestroika en su mente-, necesitaba un disidente relevante por su racionalidad con el que pudiera iniciarse un diálogo.

A pesar de tener que vivir en condiciones ignominiosas e incluso tener que luchar por conseguir un tratamiento clínico adecuado para su esposa, Sajarov, veterano de guerra, esperaba de alguna forma a Gorbachov, aunque no del modo tradicional como los prisioneros políticos solían esperar al nuevo amo que los liberara. Como él mismo señaló una vez con estoica grandeza, era un hombre libre incluso en Gorki, donde su casa era su prisión (con esto, obviamente, quería decir que nada ni nadie podía limitar su autonomía moral).

Porque Sajarov ha sido a lo largo de su vida un liberal ruso de arraigados principios. Inmediatamente después de la muerte de Stalin se esforzó sin grandes éxitos en convertir a Jruschov a la racionalidad. Sus esfuerzos fueron inútiles con Breznev, cuya norma consistió en una larga cadena de corrupción, un culto chovinista de grandeza y el aventurerismo militar, la rutina de informes entreverados de verdades a medias sobre un falso crecimiento económico unido a vacías promesas de reformas.

Sin embargo, como liberal ruso que jamás cortó los lazos con el poder central, Sajarov no perdía la esperanza de que un monarca iluminado aparecería algún día en la URSS para instaurar en el país una Constitución.

En un principio, tras la milagrosa conversación mantenida con Gorbachov a través de su recién instalado teléfono, Sajarov, con una generosidad ejemplar, extrajo dramáticas consecuencias de su primer diálogo con el secretario general, no para mejorar su situación personal, sino las lamentables condiciones de su país. Recomendó a todos los disidentes rusos abandonar su propio criterio frente a la política oficial y colaborar así con Gorbachov, cuya determinación de cambio le había onvencido. Pero los héroes morales no son necesariamente maestros en estrategia política, y, de hecho, el consejo de Sajarov fue el peor posible.

Independientemente de que Gorbachov sea el audaz reformador capaz de romper la diabólica continuidad de la historia de esta nación, o simplemente un sagaz técnico, un ingeniero de pequeños cambios, no es posible llevar a cabo una obra de reforma en ausencia de voces críticas e independientes. Afortunadamente, Sajarov mismo nunca hizo caso de sus propios consejos. Mantuvo su propia independencia política y nunca dejó de criticar al nuevo régimen. Nada más regresar de su exilio atacó la invasión de Afganistán; nunca cesó de solicitar la liberación de todos los presos políticos; continuó siendo fiel soporte de muchas minorías étnicas de la Unión Soviética, en laudable contraste con una no insignificante parte de intelligentsia soviética que llegó a ser la mayor propagandista del peor tipo de chovinisimo, incluso de racismo.

Por su parte, Gorbachov cumplió las condiciones de su compromiso por separado con él con una inteligente consecuencia. No sólo se autorizó a Sajarov a volver a su hogar y a su trabajo, sino que se le permitió una participación oficial en ocasiones en las que Gorbachoy sabía de antemano que hablaría críticamente. Sajarov fue elegido recientemente miembro del Presidium de la Academia de Ciencias soviética. En los últimos días, por primera vez en su vida, ha podido viajar a Estados Unidos para realizar una visita familiar. Naturalmente, el secretario general Gorbachov, que prudentemente confiaba en el patriotismo de Sajarov, ha podido aprovecharse de esta colaboración tácita. La libertad de opinión de Sajarov llegó a ser el símbolo de la glasnost; sus peticiones de ayuda financiera al mundo occidental son políticamente invalorables.

Pero en una ocasión, Sajarov, el moralista y racionalista, puso el dedo en la llaga más dolorosa políticamente del presente establishment. Hace unos días denunció "el brote de una llamada dictadura de Gorbachov". Condenó la concentración de poder en manos de una persona, recomendada y apoyada en el congreso del partido por el equipo de Gorbachov, como un nuevo y peligroso absolutismo. Esto es peligroso también para el propio Gorbachov, porque puede corroerlo o preparar los medíos necesarios para su eliminación a manos de un nuevo pretendiente en los primeros momentos de un golpe. Y lo más importante, es peligroso para el país, ya que nuevos Stalin pueden emerger de tal concentración de poder coercitivo. Y, afirma sabiamente Sajarov, quién vaya a ser el nuevo Stalin es irrelevante.

Naturalmente, esta advertencia bienintencionada no significa una ruptura entre Sajarov y Gorbachov. Pero es un primer signo de desilusión hacia el hombre de las reformas por parte de aquellos intelectuales que eran o podrían ser sus aliados naturales. Si Gorbachov tiene sentido estratégico y no simple sagacidad táctica, debería aprender algo de esta advertencia. Pero mucho más importante es que los liberales rusos saquen conclusiones de este nuevo desencanto. Ellos ven a su nuevo candidato en el papel de un monarca iluminado experimentando como un autócrata en lugar de hacerlo con auténtica democracia, como Sajarov esperaba que actuaría Gorbachov.

Por otro lado, este nuevo desencanto es en cierto modo también responsabilidad de los liberales soviéticos, porque la respuesta para los problemas de este gigantesco país no puede derivarse de una eterna y optimista expectación de reformas de un poder centralizado. El primer paso sería hacer real y actual -aunque en principio fuese parcialmente- una coparticipación de poder entre un Estado todavía omnipotente y una sociedad que se está despertando lentamente.

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