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El descrédito de la teoría literaria

Los grandes semiólogos ya no tienen quien los lea

La teoría literaria, que en los años setenta llegó a ser objeto de "lecturas religiosas" por parte de los escritores, padece hoy día un notable descrédito en esos círculos y ha sido desplazada en el interés de los nuevos narradores por los análisis de tipo técnico. La reconversión de ex teóricos como Umberto Eco o Philippe Sollers, que ahora ejercen casi exclusivamente de novelistas y practican un tipo de narración en absoluto experimentalista, sólo es el lado más aparente de un fenómeno muy amplio que está relacionado con la crisis del pensamiento sistemático.

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'Pensiero debolissimo'

En España, este proceso se ha vivido de forma particularmente intensa debido a que el teoricismo de los setenta coincidió, según uno de sus protagonistas, "con un momento muy dogmático". Pero, por lo general, los escritores que han vivido personalmente esta evolución (todos ellos en tomo a la cuarentena hoy día) creen que aquélla fue una época necesaria y no renuncian a lo que otro de los consultados calificó de "penitencia histórica".Sin embargo, ahora se admite que los grandes discursos de poética que trataban de definir lo específico literario, que los trabalenguas semióticos que proporcionaban su sostén teórico a la Eteratura experimentalista ("pura bazofia en su mayor parte", se suele opinar ahora) han dejado de ser lectura corriente o incluso aislada para ser sustituidos por discusiones técnicas elaboradas por los propios escritores o por ensayos de tendencia menos clogmática, preferiblemente anglosajones a los que se debe añadir la aportación de algunos novelistas españoles, fundamentalmente Juan Benet y Rafael Sánchez Ferlosio que mantienen todo su prestigio entre sus colegas más jóvenes.

Contra Galdós

Recordando sin duda los ataques lanzados precisamente por Juan Benet en una farnosa polémica publicada por Cuadernos para el Diálogo, Vicente Molina Foix comenta: "A finales de los sesenta y comienzos de los setenta había que militar contra Franco y contra Galdós". Esta militancia literaria se nutría, por un lado, de la novela centroeuropea (Mann, Musil, Gombrowicz) y, por otro, de revistas como Tel Quel y Poétique, y los grandes teóricos del estructuralismo, desde Barthes hasta Derrida, desde Genette y Todorov hasta Sollers y Julia Kristeva. "Aquélla fue una época de idolatría de lo teórico", recuerda Juan José Millás. "Fue un momento muy dogmático. De hecho, se hacían unas lecturas casi religiosas".Para José María Guelbenzu, quien dice haber trabajado más la teoría como editor que como escritor, el sarampión teoricista fue consecuencia de la juventud: "Por propia inseguridad en los momentos literarios leí mucha crítica, pero ya entonces me gustaban en especial los libros de escritores que hablaban de, literatura, principalmente Octavio Paz con El arco y la lira".

Más joven que los anteriores, Antonio Muñoz Molina estaba en primer curso de periodismo cuando cayeron en sus manos algunos textos de lo que ahora considera "el morbo gálico". "Valle-Inclán me curó del papanatismo de los telquelianos. Leí poco de aquella gente porque no se les entendía apenas. Pero, además, tuve la suerte de leer en esos momentos La corte de los milagros, y pensé: 'Eso es lo que me gusta".

Si en su conocida parodia Jaime Gil de Biedma pudo decir que él nació "en la edad de la pérgola y el tenis", Vicente Molina Foix asegura que él y los escritores de su generación podrían perfectamente afirmar: "Nosotros nacimos (perdonadnos) en la edad del signo". El primer refugio del revolucionario desconsolado por el fracaso del Mayo del 68 y el hundimiento de la primavera de Praga fue, curiosamente, el combate ideológico del neovanguardismo. Pero aunque el fervor de entonces quede lejos, nadie renuncia a todo aquel legado".

Recuerdos muy frescos

De hecho, cuando se les pide que rastreen en su propia memoria o repasen su biblioteca, los novelistas consultados conservan recuerdos muy frescos y agradecidos de ciertos autores. "Hubo lecturas estimulantes que nos dejaron un gran poso", afirma Millás, para quien el capital reflexivo adquirido en aquel momento es tan grande que "podríamos vivir de las rentas".

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