La huelga general pendiente
Uno de los grandes mitos que más frustración produjeron en el comunismo español durante los últimos años del franquismo y los primeros de la transición democrática fue el de la famosa y nunca realizada huelga nacional política. Y, según parece, aún es un mito que algunos están dispuestos a desenterrar, como un auténtico espectro del pasado.Últimamente, la belicosidad verbal de Julio Anguita y de otros dirigentes comunistas, y la reaparición incluso, en algunos documentos comunistas, de referencias explícitas a la eventualidad de la lucha armada, constituyen preocupantes signos de inmadurez política y de extraña añoranza del pasado en una organización política que aún no ha sabido encontrar su hueco y su papel en la España democrática de nuestros días.
Sin embargo, lo verdaderamente preocupante en la evolución reciente de algunos círculos dirigentes del comunismo español es la proclividad obsesiva de buscar su propia identidad precisamente en la confrontación con el socialismo español.
La concepción estalinista de que el enemigo principal del comunismo era el socialismo, y especialmente el socialismo moderado, condujo a consecuencias tremendamente negativas para toda la izquierda y para los sectores progresistas, especialmente en los años treinta, de. tan triste memoria para los españoles.
Por ello cuesta mucho trabajo entender por qué, ahora que España está cobrando nuevo impulso social, político y económico, los comunistas desempolvan otra vez sus viejos clichés y se empeñan en lanzar una gran ofensiva social y sindical contra un Gobierno socialista, que podrá ser objeto, sin duda, de críticas y de valoraciones sobre insuficiencias, pero no evidentemente hasta el punto de merecer la declaración de una huelga general política por parte de organizaciones que pretenden representar -o que representan en parte- a los trabajadores de este país.
La enorme desproporción existente entre las posibles -o supuestas- carencias del proyecto de fomento del empleo juvenil, que se utiliza como pretexto, y la medida que se postula -una nueva versión de la famosa huelga nacional política- revela que no nos encontramos sino ante una desnuda y pura confrontación política, acordada ya con varios meses de antelación, con gran aproximación de fechas, por el Comité Central del Partido Comunista de España.
Que un partido como el PCE tomase dicha decisión a fecha fija hace meses, como anticipo de una política general de hostigamiento para "hacer incómoda la presidencia de Felipe González en la Comunidad Europea" en el primer semestre de 1989 refleja descarnadamente hasta dónde se puede llegar en política cuando se ha perdido todo rumbo político y estratégico mínimamente serio.
Pero, sin duda, más sorprendente resulta aún que se dejen arrastrar en dicha política de confrontación con el actual Gobierno socialista algunos destacados dirigentes de UGT, que, pese al tiempo transcurrido y a los grandes cambios que se han operado en nuestra situación social y política, parece que no aprendieron nada de la lección histórica de los años treinta y están dispuestos a instrumentalizar a organizaciones sindicales que habían ganado un merecido prestigio y reconocimiento social para una batalla desnuda y sencillamente política.
Nadie puede poner en duda la legitimidad de cualquier estrategia de confrontación política o de disidencia abierta con otras estrategias u otros planteamientos políticos, pero ¿no es desproporcionado y absurdo el objetivo de una huelga general contra el Gobierno más progresista que ha existido en la historia de este país? ¿Y no se estará ocasionando con ello un gran quebranto y deterioro a organizaciones sindicales cuya función no es precisamente la de servir de arietes de choque para la confrontación política y para la lucha por el control y la influencia política de organizaciones políticas que tienen otros métodos para solventar democráticamente sus eventuales diferencias?
Realmente, lo que está pasando ahora permite comprender más claramente lo que ha ocurrido en los últimos meses en algunas organizaciones sindicales, a las que se ha intentado desestabilizar y controlar desde arriba para convertirlas, sin duda, en más fáciles instrumentos de políticas decididas de antemano.
Muy probablemente la huelga general política que ahora se convoca acabe con un fracaso tal que haga reflexionar a muchos sobre lo precipitado y lo desproporcionado de su proceder. Pero ¿qué coste tendrán que pagar los sindicatos y los trabajadores por ello?
Quizá los hechos demuestren que tenía razón Karl Marx cuando decía que los acontecimientos que se repiten en la historia, "la primera vez ocurren en forma de tragedia, y la segunda, en forma de farsa".
Lo triste es que algunos no se hayan enterado aún de que ya no estamos en los años treinta y que no debemos volver a ellos bajo ningún concepto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.