No le demos más vueltas
Los autores, altos funcionarios de la Administración de Ronald Reagan, estiman que las prácticas incorrectas en el comercio agrícola internacional terminan afectando negativamente a todos los países y son los Gobiernos, responsables de estos desajustes, los que deben tomar medidas para resolverlos. Todos los grandes países comerciales tienen su parte de culpa, afirman, y todos ellos deben asumir la parte que les toca en la solución.
Las prácticas incorrectas en materia de comercio agrícola internacional causan perjuicios en todas direcciones: a países ricos y países pobres, a exportadores y a importadores, a agricultores, a consumidores y a contribuyentes.Los agricultores acaban teniendo que abandonar sus tierras, se producen alimentos en cantidades desajustadas, los consumidores no comentan bien como podrían y los contribuyentes terminan pagando la factura de todos los entuertos. Los países desarrollados afrontan crisis presupuestarias, mientras que los países en desarrollo carecen sencillamente de condiciones para competir con los tesoros nacionales de los grandes de la escena.
Esta deplorable situación ha sido creada por los Gobiernos, y ellos son los que han de resolverla. Todos los grandes países comerciales tienen su parte de culpa, y todos deben asumir la parte que les toca en la solución.
El foro de solución apropiado para intentar poner fin a este disparate es la Ronda Uruguay del GATT. Cuando se puso en marcha la Ronda Uruguay todo el mundo estuvo de acuerdo en hacer un intento de reforma agrícola a escala mundial. Pero aún nos hallamos en un furioso debate acerca de la velocidad y la profundidad que debe alcanzar la reforma, un interrogante que habrá de abordarse en diciembre, cuando se reúnan en Montreal los ministros de Comercio del GATT.
Espinoso problema
La raíz de este problema espinoso está en los esfuerzos hechos por distintos países para otorgar a sus agricultores ventajas sobre sus competidores. Éstos, a su vez, han respondido con la misma moneda, y el mundo se ha visto sumido en una espiral de intervención de los Gobiernos, a un alto coste para biercontribuyentes, consumidores, o ambos, y frecuentemente con escaso o nulo beneficio a largo plazo para los agricultores.
En muchos países, las restricciones a la importación y los apoyos a los precios mantienen elevados los precios agrícolas internos, con lo cual se estimula la sobreproducción. Cuando se producen excedentes, se recurre a las subvenciones a la exportación para darles salida al mercado mundial, con lo cual se roban a los productores de otros países posibilidades de vivir de la agricultura. Todo país que se niegue a incorporarse a esta espiral pierde mercados.
Casi todos los Gobiernos mantienen programas agrícolas que de una forma u otra causan distorsiones en el mercado. Nuestros interlocutores europeos han dicho repetidas veces que en el comercio agrícola no tienen sitio los ángeles. Estamos de acuerdo. Pero la cuestión es cómo podemos acercarnos al cielo.
Algunos hemos hecho intentos periódicos de avanzar por nuestra cuenta hacia la reforma, sin conseguir nada más que pérdidas de mercado. Estados Unidos, por ejemplo, ha dejado ociosas más de 30 millones de hectáreas de tierra a lo largo de los últimos años y ha reducido, asimismo, los precios objetivo. La CE ha aprobado una reserva de conservación propia, si bien es de una escala mucho menor, en torno al millón de hectáreas. Las disciplinas del presupuesto de la CE de 1988 también constituyen un paso en la buena dirección. Aunque se trata de unas modestas disciplinas, representan de todos modos una conquista política importante. La Comunidad ha logrado, por lo menos, atenuar la tendencia hacia el aumento de la intervención oficial en la agricultura europea.
Medidas difíciles
Han constituido medidas difíciles, tanto para la CE como para EE UU. La explicación de su dificultad es que las autoridades políticas, comprensiblemente, vacilan en prescindir de una ventaja económica perceptible si los otros no están dispuestos a hacer lo mismo. El desarme comercial unilateral es igual de poco atractivo que el militar. Y esa es la razón de que tengamos que atacar en clave multilateral las distorsiones del comercio agrícola. Hemos de hallar soluciones que todos puedan asumir, soluciones que no ofrezcan a nadie una ventaja injusta sobre sus competidores.
¿Hemos de sentirnos impulsados a encontrar esas soluciones? Por cierto que sí. Un estudio reciente del Centro para la Economía Internacional de Canberra muestra que estamos todos llamados a obtener inmensos beneficios si conseguimos resolver este problema mundial. Según dicho estudio, la liberalización agrícola podría generar tres millones de puestos de trabajo en toda la CE, un aumento del 2,5% en el salario medio de los trabajadores japoneses, un aumento de 26.000 millones de dólares anuales en la renta real de los países en desarrollo y una reducción de 37.000 millones de dólares en el déficit presupuestario norteamericano. ¿No merece la pena hacerlo?
Dado que todos padecemos el caos actual, que el primer culpable es la intervención de los poderes públicos y que la reforma ha de producirse de forma multilateral, Estados Unidos cree que el lugar indicado para la formulación de soluciones es la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales y que el objetivo fundamental debe ser el convencer a todos los países para que desistan cuanto antes de toda política creadora de distorsiones en el mercado. Hemos propuesto realizarlo para el año 2000.
Los que creen que los Gobiernos no pueden o no deben abstenerse completamente de intervenir en la agricultura han declarado carente de realismo nuestra propuesta. Pero los que así formulan su crítica han pasado por alto, deliberadamente o no, lo que nosotros hemos dicho. Estados Unidos no ha propuesto en ningún momento que los Gobiernos se desentiendan completamente de la agricultura. Lo que proponemos es sencillamente que dejen de crear distorsiones en el comercio, y que dejen igualmente de estimular producciones excedentarias que nadie desea adquirir.
¿Es irrazonable intentar haberlo conseguido el año 2000? Creemos que no. Difícilmente cabe mejor justificación económica para la reforma; la resistencia es política. No podemos por menos que, confiar en que los contribuyentes pregunten airadamente a sus gobernantes por qué se empeñan en seguir perturbando el mercado hasta el siglo próximo, por qué no pueden ejercitar sus poderes para conseguir resolver este problema el próximo decenio, qué justificación tiene esta inacción, y cómo cabe defender el actual estado de cosas ante los países en desarrollo, que son los que más sufren por culpa de esas distorsiones.
Empeño multilateral
Estados Unidos está irrevocablemente empeñado en una negociación multilateral sobre la agricultura. Hemos puesto sobre la mesa una propuesta audaz, una propuesta cabal por su concepción y principios. Y ahora es momento de negociar, y no de seguir retorciéndose las manos sin saber qué hacer.
Es importante llegar a la reunión de Montreal de revisión de la Ronda Uruguay con mayores impulsos, que ahora tenemos que crear. Lo que el mundo necesita es compromiso y acción en la mesa de negociaciones. Si esto es alcanzable, podremos conseguir un salto formidable en la política comercial agrícola de todos los países. En eso consiste el ejercicio de la iniciativa política.
son, respectivamente, representante de Estados Unidos en Asuntos de Comercio Internacional y secretario de Agricultura de EE UU.
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