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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El escaparate y la trastiénda

LA BIENINTENCIONADA proclama del alcalde de Madrid, Juan Barranco, asegurando que no tolerará que algunas zonas de la ciudad estén secuestradas por delincuentes, no se corresponde con la degradación que durante largo tiempo han soportado esos barrios -y otros muchos que no cita- hasta llegar a su situación actual. El asentimiento del ministro del Interior, Corcuera, no puede ocultar tampoco el envilecimiento de esta y otras ciudades españolas durante su mandato y el de su predecesor. Ni en Madrid ni en los otros grandes núcleos urbanos españoles se ha trabajado suficientemente en la puesta en marcha de planes preventivos sobre el paro juvenil y la droga, verdadero caldo de cultivo de la delincuencia, en los que las administraciones locales y autónomas tienen tanto que hacer. Tampoco puede decirse que en el campo de la acción puramente policial, reservado al Ministerio del Interior, se haya alcanzado un nivel aceptable de eficacia en la prevención del delito y en la erradicación de la delincuencia callejera.Ministros y autoridades tienen tendencia a culpar a la opinión pública de alarmismo o de catastrofismo por insistir en la seguridad ciudadana. Ahora toman decisiones tardías -muchas, solamente verbales-, impulsadas por acontecimientos exteriores que parecen dominar la política española de un tiempo a esta parte: porque habrá 4.000 reuniones de alto nivel en Madrid durante el primer semestre de 1989, en el que España presidirá la Comunidad Europea, o porque se viene encima el polivalente 1992. Es lamentable que sean esos acontecimientos los que muevan a actuar, y no la realidad cotidiana de la vida española. El delito urbano es creciente. Cada uno echa la culpa a lo que le parece, según su conciencia o su posición política: a la lenidad de las policías en las ciudades, al reboso en las cárceles de la población penal, a la incapacidad judicial para resolver y castigar cuando ha lugar, a la droga, al paro, a unajuventud abandonada a su suerte (el 35% de los detenidos en España el año pasado tenía entre 13 y 20 años, según la Guardia Civil).

Una encuesta de ámbito nacional muestra que el 56% de los ciudadanos pide "mano dura"; creen que no están suficientemente protegidos. Sólo una minona entiende que es fruto de la coyuntura social (por partidos, los primeros corresponden a derecha y centro; los segundos, a la izquierda). Aunque la situación social engloba muchas cosas, lo cierto es que se cometen muchos delitos por razones no económicas: el vandalismo o gamberrismo, como los que han devastado colegios en varias ciudades españolas, o como las violaciones que no pueden ser achacadas a enfermos mentales, o los malos tratos a los niños y a las mujeres. Ahora ya sabemos que no es un problema natural, sino de educación, de cultura, de objetivos en la vida, de esperanzas en el ftituro, de actividad productiva inmediata. No es lo mismo, claro, el desencanto del intelectual nostálgico y aburrido, o penetrado de la noción abstracta de lo imposible, que el efecto de la falta de salidas y la certidumbre de un futuro negado o abocado a la delincuencia por parte de grandes capas juveniles de la población.

El efecto de esta situación en ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla o Valencia no es sólo el de las víctimas directas de los atracos o la delincuencia callejera, sino el destrozo moral y material de barrios enteros, de donde los comerciantes y los espectáculos tienen que huir; los vecinos, atrincherarse, y los demás, evitar el paso. La noche es grave en el centro y en las afueras de las ciudades. Lo cierto es que la bonanza económica española de final de esta década no alcanza a muchos sectores marginados, cada vez más alejados del disfrute de cualquier forma de riqueza. Esto es lo que debería hacer meditar a nuestros gobernantes, y no la imagen que podamos dar a nuestros visitantes del año próximo o de 1992. La alucinación del escaparate es lo que parece preocupar, cuando lo grave está en la trastienda.

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