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Una ciudad desierta

J. C., La segunda reunión de presidentes del llamado mecanismo permanente de consulta y concertación política se celebra en el marco de una ciudad casi desierta. Punta del Este, el balneario uruguayo, es un nombre de resonancias históricas, asociado con reuniones latinoamericanas donde se lanzó la idea de la alianza para el progreso y fue testigo de la presencia incluso del Che Guevara. Ayer, Punta del Este recibió a los siete mandatarios del grupo de los ocho con un frío sol de invierno, a pesar de la ya avanzada primavera austral.

En esta ocasión no permitirá, como en la primera reunión de Acapulco, en el Pacífico mexicano, las exhibiciones futbolísticas en la playa del presidente de Uruguay, Julio Sanguinetti. A Sanguinetti le corresponde el papel de anfitrión y quizá por eso se sintió obligado a moderar su fácil verbo. El presidente uruguayo fue el único mandatario que respetó en la ceremonia inaugural el límite de los 15 minutos de discurso que estaban programados. Sanguinetti sólo habló siete minutos. Los seis restantes presidentes pasaron todos de 20 minutos. Esta incontinencia verbal prolongó tres cuartos de hora más de lo previsto la ceremonia en el polideportivo frío y desangelado de un instituto de segunda enseñanza.

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Las calles de Punta del Este con aire invernal son capaces de producir una depresión en el espíritu más templado. Parecía que el famoso balneario acabase de sufrir un ataque de la bomba de neutrones, ese artilugio capaz de destruir las vidas humanas y respetar las propiedades.

Para que todo estuviese a tono, los organizadores de la conferencia parecían empeñados en superar marcas de desorden y obstaculizar el trabajo informativo. Los teléfonos son un desastre, la ceremonia inaugural era inaudible en muchas partes del recinto, los periódicos no llegan hasta pasadas las nueve de la mañana. No se reparten a tiempo los discursos, los transportes previstos en los hoteles del centro de prensa no se presentan y a los taxis no se les permite el acceso al recinto.

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