La dama de las tinieblas
El papel que Carolyn Carlson ha jugado en el auge de la danza en Europa durante los últimos 15 años es difìcil exagerarlo. Con su lenguaje personal de movimiento -fruto de una feliz mezcla de la técnica norteamericana y su propia inquietud por echar raíces en la cultura europea- Carlson conquistó a la vez al público parisiense y a los patrones de los grandes teatros, con Liebermann a la cabeza, quien siendo director de la ópera de París la permitió formar un grupo de vanguardia en el seno mismo del Palais Garnier, convirtiéndose en el símbolo de la otra forma de concebir la danza y facilitando la eclosión de todo el movimiento de la nueva danza francesa. Ella se esforzó siempre por superar el enfoque abstracto del teatro de Nikolais -su maestro- e insuflar aliento poético a su investigación coreográfica, que nunca fue unívoca, sino orientada en múltiples direcciones, atendiendo al lenguaje de la imagen tanto como a la dinámica corporal.Más de tres lustros después, esta nueva obra -una lectura surrealista de temas bíblicos en la frontera de lo esotérico- muestra una Carlson que conserva un considerable magnetismo personal como intérprete y un talento sostenido para concebir imágenes bellas, pero cuya capacidad de sugerencia es cada vez más reducida, hasta que su fuerza creadora queda sumergida en un discurso pedante y amanerado. El ambiente tenebroso y la excelente ambientación de Dark agotan pronto su efecto; el vocabulario de movimiento es monótono, muy centrado en la parte superior del cuerpo.
Dark (Oscuridad)
Carolyn Carison. Música: Joachin Kühn. Escenografía: Frederic Pierre Robert. iluininación: Patrice Besonibes. Coreografía y dirección: Carolyn Carlson. Festival de Otoño de Madrid. Teatro Albéniz, Madrid, 25 de octubre de 1988.
Sólo en algún momento en que ella misma interpreta parece recuperarse la unidad, intuirse que ese movimiento es la expresión de un impulso interior misterioso. Los demás bailarines tienen una presencia esporádica y accesoria. Ella, que tanto ha influido en las corrientes europeas, se ha dejado un poco sumergir por la ola de danza-teatro tal como ahora se hace, pero ni sus imágenes tienen la fuerza salvaje de Bausch ni la inspiración sobria de Clarke; todo queda teñido, a pesar de los esfuerzos por transgredir , de una corrección preciosista y pretenciosa que aporta poco y que no lleva a ningún sitio especial -lo que ocurre aproximadamente a la mitad del espectáculo- El interés se va diluyendo en un barroquismo aplicado sin gran interés. La música para piano de Joachin Kühn, que alterna con los inevitables trinos de pajaritos, y la lechuza disecada no evitan el sopor.
Babelia
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