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Tribuna:LA REVUELTA DE LA SÉMOLA
Tribuna
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Brutalidad asesina

Tahar Ben Jelloun

¿Por qué razón, en la mayor parte de los países árabes, cuando los ciudadanos se vuelcan a la calle para manifestarse contra la intolerable miseria, ya sea el brutal aumento del coste de los alimentos esenciales o la penuria, el Gobierno apela al ejército y da la orden de tirar sobre la muchedumbre? ¿Qué es lo que hace que a una expresión masiva y frecuentemente espontánea se responda con fuego, sangre y muerte? ¿Por qué esta brutalidad asesina? ¿A qué podemos atribuir ese terrible desequilibrio entre la palabra de la calle y la extrema violencia con que reacciona el Gobierno?Esta desproporción se explica por la estructura misma del poder en el país. Cuanto mayor sea la carencia de legitimidad de un régimen, mayor será la violencia con que reaccione ante el menor jaleo, porque sabe que no lo sustenta una base sólida con instituciones incontestables. Un régimen nacido de la violencia de un golpe de Estado no tiene otras referencias para imponer su legalidad que la fuerza. Toda su energía se emplea en preservar ese poder que arrebató sin el consentimiento del pueblo.

Desprecio de una elite

En la mayoría de los Estados árabes, la democracia es un tema de discursos políticos y no un método para ejercer el poder. Básicamente, existe el desprecio de una elite hacia un pueblo en gran parte analfabeto, como si el hecho de no saber leer y escribir equivaliera a una forma de atraso mental, a una forma de imperfección que otorgaría el derecho a quienes gobiernan de tratar al pueblo como a un delincuente infantil al que hay que corregir cada vez que se manifiesta.

El Gobierno actúa como padre absoluto. De ahí que se mantenga el partido único. ¡Un Estado con varios padres sería un Estado depravado! Es necesario pensar por ese pueblo, actuar por su bien, hablar en su lugar y en su nombre... Cuando se adquiere la costumbre de hacerlo todo en lugar de otro, se llega a olvidar hasta su misma existencia. Entonces, cuando protesta, se le ahoga sembrando ciegamente la muerte. Es cierto que existen medios civilizados para dispersar una muchedumbre. Recurrir al ejército se inscribe en la lógica y en la tradición de esa violencia con la cual se cree resolverlo todo. Y además existe una impunidad que hace que ningún tribunal vaya a juzgar a los jefes de un ejército al que se apela para mantener el orden.

En esas sociedades, el individuo no tiene mucha importancia. No sólo no cuenta su voz; su punto de vista no es requerido, sino que su vida y la de los suyos no cuentan tanto. Si se manifiesta en las calles es, pues... ¡un sinvergüenza, un ingrato! Desgraciadamente, los ejemplos no faltan en el mundo árabe, donde el orden ha estado manteniéndose al precio de cientos de muertos. Muertos anónimos que nadie recordará. Muertos a los que se les ha robado su propia muerte; heridos que se esconden en sus casas para no ser descubiertos por la policía y mueren a consecuencia de sus graves lesiones; cementerios y depósitos de cadáveres bajo estricta vigilancia, porque -nunca se sabe- los muertos podrían despertar, retorcerle el cuello a la ignominia e imponer el orden de los inocentes.

Si existe una diferencia fundamental entre el mundo árabe y Europa occidental es ésta: el ejército no abre fuego contra una muchedumbre de manifestantes en Europa; en el mundo árabe, sí. Lo que resulta paradójico es que el Magreb, por su historia y por su elección reciente, también por su emigración, se imbrica cada vez más en el ambiente europeo. Los tres millones de magrebíes en Europa ya no son una masa abstracta, un compacto bloque resignado. Evolucionan, cambian -incluso cuando algunos se aferran celosamente a sus raíces-, tienen elementos de comparación, se informan más y conocen las virtudes de la democracia, incluso aquella que les permite hacer una huelga o manifestarse sin riesgo de sus vidas.Capital humano

Aunque sólo fuera a causa de ese capital humano expatriado, el Magreb debe cambiar, adaptando sus instituciones al verdadero progreso, concretamente el que respeta los derechos humanos. Si no, a esta locura asesina seguirán otras violencias y y otras matanzas. La suerte del Magreb es su Juventud. Hay que aprender a escucharla. Y si se vuelca a las calles, es porque no tiene otro lugar para expresarse y porque no ha encontrado otro medio para clamar por sus esperanzas y sus exigencias.

Tahar Ben Jelloun novelista marroquí residente en Francia, ganó el premio Goncourt de 1987.

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