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Parientes

Rosa Montero

Ahora resulta que el paisaje de altos cargos de este país tiene una unidad de sangre en lo universal. O sea, que muchos están emparentados entre ellos. Y una horda de primos, concuñados, hermanos, cónyuges, hijos y sobrinos pulula por los organismos oficiales ocupando una variada y selecta colección de despachos.Ya comprendo que hay casualidades, coincidencias. Por ejemplo, mujeres que llevan años construyéndose una sólida carrera a las que, por el repentino ascenso del marido, se les adjudica una inmerecida fama de enchufismo. Y también, cómo no, habrá algún primo listo, e incluso algún sobrino idóneo para el cargo que ocupa. Esas cosas suceden, porque el azar es caprichoso. Que haya mandamases públicos emparentados entre sí, por tanto, no me parece necesariamente preocupante. Lo que me turba, me azora y me aturulla es la ingente cantidad de parentela. Es que son muchos. No sé si la ciega e inocente mano del azar da para tanto.

Aunque, si todo es pura coincidencia, y los socialistas sólo otorgan los puestos directivos a aquellos que más se lo merecen, ¿no resulta de lo más alentador el panorama? Todas esas familias acaparando un sinfín de altos cargos por puritito mérito y valía propia. Y, si en un país de 40 millones de habitantes, resulta que un puñado de apellidos han conseguido hacerse con tantos puestos poderosos, ¿no indicaría esto la intrínseca excelencia de esas escogidas y laboriosísimas familias? ¿Habrá en ellos una supremacía genética, que se transmita impresa en la recóndita memoria de las células, o bien, como en el caso de los cuñados y los cónyuges, será un carisma que se adquiera por ósmosis, a fuerza de respirar el mismo aire? Resulta muy reconfortante comprobar que estas familias extraordinarias se encuentran al frente de los asuntos públicos y pertenecen al partido socialista, que es casualmente el que nos gobierna. ¿No es una coincidencia felicísima? Visto desde esta perspectiva, deberíamos admitir, con embeleso, que gozamos de los mejores mandamases.

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