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Reivindicación de Portugal

Manuel Rivas

Alguno de mis mayores me contó de crío que a los portugueses les gustaban los caramelos, el chocolate y el bacalao. Y así me imaginaba en el mapa de la infancia a Portugal: un país de ensueño, donde los árboles daban golosinas, los castillos eran de chocolate y las familias se reunían para comer en torno a un gran pez llegado de los mares del Norte. Un día llamó a la puerta una mujer morena con pañoleta y un gran cesto lleno de sábanas y paños blancos bordados en rojo. Venía de Portugal con su limpio tesoro a cuestas. En otra ocasión, un familiar trajo del otro lado del Miño una paloma de madera, un juguete que sólo volaba en manos de los niños. Portugal fue conformándose así, en la primera memoria, como una estampa naïf.- amable, ingenua, colorista y dulce como el azúcar que sustraíamos a hurtadillas.Lo que llamamos realidad sólo existe para amargar los paraísos. La primera vez que atravesé la frontera, la paloma de madera se había roto hacía tiempo, y ya era sabedor de que los caramelos, las chocolatinas y el bacalao eran más bien artículos escasos que se adquirían con sacri icios para solaz mercantil de los tenderos de Tuy o Verín. Sabía algunas cosas más, de esas que resquebrajan los espejos de la infancia. La emigración clandestina en camiones cisterna o en lo que fuese, el comercio de reses enfermas, la trata de mujeres arrastradas de la miseria campesina a la basura urbana, y los pies descalzos de los niños, mientras Salazar y su epígono Marcelo sacaban lustre a la calavera del imperio.

No me atrevo a teorizar sobre el subconsciente colectivo, pues hay argumentos que los carga el diablo, pero creo que hay dignidades que se sostienen sobre las cenizas y ¡a fatalidad histórica. Cuando se formó Portugal florecían los poetas. Había un aliento renacentista en aquel parto, rodeado de estruendo bélico. "Diríase que todo el mundo hacía versos", escribió el historiador José Hermano; "los propios reyes eran poetas". El 25 de abril representó, en cierta forma, una vuelta a ese lirismo fundacional. En vuelcos de ese calibre, pocas veces las flores y las canciones hicieron más ruido que los fusiles.

Independientemente de otros avatares, la revolución, en esta ocasión, consistió en una profunda mirada interior, en un redescubrimiento, roto el espejismo imperial, apolillado el decadente decorado colonial. Algunos nostálgicos proclamaron, con pavor, que Portugal se había vuelto pequeño, pero yo no sé si hay gloria mayor para una nación que volverse pequena. Las aventuras exteriores pueden servir para adornar los libros de la historia oficial, multiplicar la vanidad militar, entretener una temporada a los salvadores de almas y causar desgracias propias y ajenas, pero suelen desposeer de cuerpo y espíritu a sus protagonistas. Portugal, como antes España, se hizo felizmente pequeño, y gracias a ello volvió a ser un mundo, un universo donde se puede volver a hablar de futuro en términos humanos. Ensimismarse es cómodo, pero mirar hacia dentro es duro: los pueblos suelen tener en el ombligo más escudos de armas que claveles. E incluso a los pueblos se les puede juzgar por lo que piensan de sus vecinos.

Una señora, ciertamente portuguesa, con dos chiquillos en la mano, es la que pregunta por el servicio en una cafetería de la zona céntrica de mi ciudad. El que está al mando del establecimiento le contesta con exabruptos y señala con gesto elocuente la puerta de salida. A continuación, el caballerete hace una serie de comentarios referentes a las nacionalidades y la higiene, buscando el favor de la clientela acodada a la barra. Le hago notar, no sin reprimirme, que precisarnew e era higiene lo que se demandaba y que tiene una idea excesivamente patrimonialista del retrete. Me mira desconcertado y noto que está estudiando mis rasgos buscando algo que me delate como agente lusitano. Debería haberme ido sin pagar.

Estoy ahora en unos grandes almacenes con la esperanza de poder cambiar moneda, dada la imposibilidad de hacerlo a esta hora en un banco. Le digo a un sujeto que intento comprar escudos. "¿Es que tengo yo cara de portugués?", replica indignado. Abro los ojos como platos y le digo que me da miedo. Unos amigos portugueses comentan el trato desconsiderado de que son objeto en algunos de los establecimientos comerciales del propio Vigo por los que a su vez son anatematizados como portugueses en La Coruña. Es ese hacer que no se entiende una de las peores aberraciones intelectuales de nuestro tiempo. Pues bien, esos comerciantes o dependientes que escarnecen a su clientela, aparte de vaciarles la cartera, desconocen probablemente que sus abuelos eran, cuando la necesidad los empujó mundo adelante, los gallegos patasucia, o, dicho por, mentes más remilgadas, "los criados de servir del género humano".

¿Que qué sucede entonces para que brote esta mala hierba? Sucede que hay mucha igriorancia, que es lo que se suele decir en estos casos y siempre se da en el clavo. Los que desprecian al vecino desconocen seguro esa preciosa instantánea de Castelao en la que aparece un niño campesino gallego preguntando a su abuelo por qué los del otro lado del río son más extranjeros que los que viven en Madrid. Pero sucede también que el vecino en cuestión es pobre o que le suponemos más pobre que nosotros en nuestra pobreza. Si al contrario fuese, en las universidades se estudiaría su lengua, bailaríamos sus ritrnos y los usureros le besarían la punta de los pies.

Quizá la panorámica, así expuesta, resulte truculenta, y no es menos cierto que hay, a la inversa, una fuerte corriente de simpatía, un amor de la inteligencia que contrapesa ese odio mezquino. Disfruto frecuenterriente de una publicación de vanguardia, posiblemente sin par en la Península, de nombre Trilateral, realizada por jóvenes de Oporto, Santiago y Barcelona, procreando y entendiéndose en tres lenguas. Pero, no sé si tristemente, han de ser las mercancías las que cambien el estado de las cosas. En 1992 desaplarecerá, a muchos efectos, la frontera entre España y Portugal; lo curioso es que no será por mutuo acuerdo, por el triunfo del entrañable, y por otra parte cargado de futuro, ideario federal en la Península. No. Será fruto de una carambola, por la pertenencia de ambos países a una entidad superpuesta. Paradójicamente, España y Portugal miran a Europa sin mirarse del todo entre sí. No sé si será una vana esperanza suponer que la inercia de las cosas acabará venciendo la apatía de las gentes.

Nunca la vi, pero cuentan que en algún lugar de las murallas fronterizas de Valença do Minho hay una leyenda grabada en piedra que dice: "Espanha, nao te movas". Desoyendo tan lacónica advertencia del pasado, ojalá España se mueva, aunque sea para bien.

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