Alan Rudolph: "No soy moderno ni independiente"
El director de 'Los modernos' se considera un romántico empedernido
Se destapó con Elígeme y se confirmó con Inquietudes. Dicen de él que es el más moderno e independiente de los directores de cine norteamericanos, pero Alan Rudolph no se considera ni una cosa ni la otra, sino un romántico empedernido. Como botón de muestra, acaba de estrenar Los modernos, una historia de amor situada en el París de los años veinte protagonizada por sus actores de siempre.
Rudolph es delgadito, escueto y barbudo. Pasea un desconcertante aspecto de sensato seminarista de izquierdas y se reconoce como un tipo un tanto extraño. A saber, adora las historias de chico-encuentra-chica, huye de los grandes estudios cinematográficos como de la peste y le fascina la lluvia hasta el extremo de comprar el periódico sólo para consultar el parte meteorológico, ver dónde hace mal tiempo, coger el coche y plantarse donde sea para disfrutar a gusto de un buen chaparrón. Su otra gran fascinación, París en los años veinte, acaba de ser conjurada con Los modernos, su película más deseada y una obsesión que ha tardado en inmortalizar 12 años."Nadie confiaba en el proyecto. Decían que una película sobre pintura y pintores jamás daría un duro", explica, "y yo creo que me obcequé en hacerla por llevarles la contraria. Aunque si hubiera sabido que iba a tardar tanto en salirme con la mía lo hubiera pensado mejor. La verdad es que aquella etapa de París, tan llena de vida, era lo que más me interesaba, el sitio justo donde hubiera querido estar. La gente piensa que era el lugar donde pasaban las cosas interesantes, pero lo cierto es que además allí las celebraban. París sí era una fiesta". Y de paso, el lugar perfecto para situar una historia de amor protagonizada por algunos de sus incondicionales: Geneviéve Bujold, Keith Carradine y Geraldine Chaplin. "Ya me sé de memoria sus números de teléfono y, francamente, me resulta mucho más cómodo", bromea, "lo malo es que ya somos como una familia y no los trato lo suficientemente mal".
Rudolph nació en Los Ángeles hace 45 años. Hijo de un director de series de televisión, se crió desde pequeño en el mundo de las cámaras y decidió dedicarse al cine a la temprana edad de ocho años, cuando interpretó un pequeño papel de niño atropellado en uno de los episodios rodados por su padre. Empezó por escribir guiones y vendérselos a sus amigos de la escuela de cine. "Conseguí muy buenas notas antes de entrar en mi primer curso", recuerda, "y quizá de ahí me venga otra de mis rarezas: intento no hacer guiones que dicten el carácter de los personajes, sino justo lo contrario. Que éstos dicten la historia".
Los consejos de Attman
El siguiente paso fue convertirse en ayudante de dirección de Robert Altman, quien, cuando Rudolph le habló de debutar como realizador, le dio uno de los más valiosos consejos que ha recibido: "Está bien, Alan; pero, por favor, no hagas ninguna película de persecuciones de coches". Rudolph se lo tomó al pie de la letra y se dedicó en cuerpo y alma a relatar pasiones, soledades y sueños. "Yo hago que la gente se persiga unos a otros, y a sus corazones", se disculpa, "puede que haga siempre la misma película, que ya tenga un patrón, porque todas mis obras tratan de la búsqueda del amor en un mundo muy irreal. Siempre son hombres, mujeres y sentimientos de por medio, pero ¿es que hay otra cosa que importe? Lo extraño es que cuanto más hablo de estos temas y más creo que aprendo sobre ellos, menos sé. Pronto no tendré ni idea de lo que me traigo entre manos. Lo que más me interesa es esta sorprendente danza que establecen entre sí el género masculino y el femenino. Para mí es el principio de todo. Y también el final. Pero, claro, es que yo no miro al mundo desde el punto de vista de la realidad. La realidad es sólo algo negociable". Igual de negociable que encasillar a Rudolph bajo el sobrenombre de cineasta independiente -"yo dependo del dinero, igual que todos", afirma- o bajo el título de su última película: moderno. Rudolph reniega de todo ello y, por si fuera poco, se parte de risa. "Ser moderno significa hacer algo nuevo, diferente, por primera vez. Como en París en los años veinte. Y yo no considero que tenga categoría de nada. No soy moderno, pero los tengo engañados, ja,ja. Y, además, ahora les ha dado por decir que parezco europeo. Pero igual que no soy lo demasiado violento para ser americano, tampoco soy lo demasiado serio para ser europeo".
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