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Una tregua con Manila

El papel político global asumido por Estados Unidos tras la II Guerra Mundial dejó a Filipinas con un peculiar problema en política exterior. Siguiendo un calendario regular, los convenios deben ser actualizados para la utilización de los medios militares que son el pago del poderío norteamericano.Normalmente, los países en los que se encuentran estas instalaciones tienden a mostrarse ambivalentes respecto a ellas. Pueden apreciar la seguridad y beneficios económicos, pero fuertes sentimientos nacionalistas les inclinan a regatear mucho y, cuando pierden los nervios, a advertir que podrían arreglárselas igual sin las bases.

Desde el punto de vista de EE UU, el proceso de negociación de las compensaciones y otras condiciones puede llevar con facilidad a la pregunta última de si los norteamericanos necesitan las bases en primer lugar.

Esto es lo que ha ocurrido en la revisión recién concluida del convenio entre Estados Unidos y Filipinas. A pesar de que algunos filipinos consideran que las bases son algo ofensivo e irregular, la presidenta Corazón Aquino está en una difícil situación para amenazar a Estados Unidos, cuya conexión es esencial para las esperanzas puestas por su Gobierno y su país en la consolidación de la democracia. Tampoco Washington está preparado para arriesgar una presencia militar primordial para su estructura de alianzas y su estrategia global en el Pacífico.

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19 de octubre

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