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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El crucificador crucificado

A estas alturas, un comentario analítico de esta película -que, como el de todas, debe ser una averiguación dentro de sus calidades formales- se topa de bruces con interferencias extracinematográficas que se sobreponen como una sucia costra a la visión limpia del filme. Es tal el alboroto sensacionalista que rodea a La última tentación de Cristo, que se nos fuerza a los profanos a tomar postura ideológica sobre sus contenidos, sobre si es o no es blasfema la imagen que Kazantzakis, Schrader y Scorsese ofrecen de Jesús de Nazareth, lo que es asunto de teólogos. Pero, más allá de teologías, son visibles en este forzamiento huellas de pezuña de algunos políticos, con casulla y sin ella, que instrumentalizan el filme para recordamos que existen. Pues bien, aquí importa la película en cuanto tal. Sus merodeadores y carroñeros sobran.Un añadido, en forma de rosario de preguntas perplejas de un espectador perplejo por la pornografía seudopolítica que rodea a este castísimo filme: ¿A cuento de qué viene tanto chirrido de sotanas rasgadas por una exégesis de Cristo cristiana hasta la médula? ¿Por qué los escandalizados no gritaron su escándalo cuando se editó la novela de Kazantzakis, que cuenta lo mismo? ¿No será que éstos quieren aprovechar la capacidad de conmoción social del cine para sacar a flote su propio pez en un río revuelto por ellos mismos? ¿Por qué no se organizan vía crucis ante la tormenta sagrada, pero ferozmente blasfema, de El Cristo de las Claras, de Unamuno, que va mucho más allá en la idea de total terrenalidad del Nazareno que este filme? ¿En qué diana de la pedrea hay que poner a las sornas cristológicas buñuelianas de La edad de oro, Nazarín y La Vía Láctea, o a Ordet, de Dreyer, que escarban en el lado humano del Hijo del Hombre de manera mucho más radical que la de Scorsese? Algo turbio enrarece la visión de este transparente filme.

La última tentación de Cristo

Dirección: Martin Scorsese. Guión: Paul Schrader, basado en la novela de Nikos Kazantzakis. Fotografía: Michael Ballbaus. Música: Peter Gabriel. Estados Unidos, 1988. Intérpretes: Willem Dafoe, Harvey Keitel, Barbara Hershey, Harry Dean Stanton, David Bowie, John Lurie. Estreno en Madrid: cines Gran Vía, Torre de Madrid, La Vaguada, Minicines Majadahonda, Multicines Pozuelo y (en versión original subtitulada) Dúplex.

De lo mejor a lo peor

Las rasgaduras son aparentemente provocadas por la fugaz imagen de los cuerpos enlazados -soñada en forma de alucinación por el Crucificado en un instante infinitesimal de su agonía- de Jesús y María Magdalena, cuando en realidad esta imagen es parte de una secuencia lírica de intensa castidad. Cinematográficamente hablando, el escándalo que provoca esta nada escandalosa escena es una extrapolación, pues a nadie con la sensibilidad en su sitio puede resul_tar ofensiva una imagen psíquicamente verosímil -un delirio de agonizante- y visualmente cuidada con extrema delicadeza. Y es que en realidad la herida sangra por otro lado, pues hay imágenes mucho más borrascosas que esa, y no se oyen entre los llantos de los cocodrilos.Por lo pronto, La última tentación de Cristo no es, ni mucho menos, una película perfecta. Todo lo contrario, está llena de imperfecciones. Tal como está concebida, su realización es muy arrítmica, pues salta de tiempos de extraordinario vigor y riesgo poético a tiempos estancados y pobres en inventiva visual. Telegráficamente: el filme tiene unos tres cuartos de hora iniciales de grande, de alto, de altísimo cine, seguidos de dos horas más de metraje en el que a escenas excelentes suceden otras literalmente mediocres.

Los momentos mejores, los iniciales, cuentan los años inmediatamente anteriores a la vida pública de Jesús: su oscura historia de carpintero rural en una aldea llamada Nazareth, en Galilea, precisamente allí donde los focos de resistencia del pueblo israelí contra la ocupación romana fueron más correosos y donde, por consiguiente, la represión de Roma fue más sangrienta. Nada impide deducir que en aquel lugar y en aquel tiempo las crucifixiones abundaron. ¿Y quiénes eran los encargados de ejecutarlas sino precisamente los carpinteros como Jesús? La idea de que el Crucificado por excelencia subió a su cruz desde los abismos de otras que él mismo clavó, ésa sí, y no la hipócrita protesta por la antedicha imagen erótica (?) entre Jesús y Magdalena, es una imagen perturbadora que gravita poderosamente sobre toda la película y le otorga una intensidad subterránea notable.

Es tanta la intensidad inicial del filme que se hace perdonar sus bajonazos posteriores, como, entre otras, la pobre secuencia kitch de las tentaciones del desierto, o la truculenta y casi ridícula resurrección de Lázaro, concebida, diseñada y realizada con la elementalidad del cine de sustos e indigna de la pericia de Scorsese. En contrapunto, hay otras escenas de mucho mejor diseño y realización, algunas tan inspiradas como la gozosa boda de Caná, o la tensa segunda ocupación de Jesús -respaldado por la poderosa figura de Judas- del templo de Jerusalén, también inquietante, porque sobre ella gravita especialmente el impacto inicial de la imagen clave del crucificador crucificado: el insalvable miedo de Jesús -miedo de quien conoce la tortura desde dentro porque ha sido torturador- a ser crucificado, que le hace huir aterrado de allí.

Fuerza

Son éstas, y no la inocua tentación final, las zonas fílmicamente borrascosas y temibles de esta irregular pero apasionante, incluso por sus errores, obra de Scorsese. La fuerza del filme radica en su visión de Jesús como un hombre interiormente desgarrado por un atroz conflicto moral, en el marco del cual descubre su condición de Mesías. y más tarde su naturaleza divina. Pero son estas zonas de altura -las más intolerables para el cristianismo integrista y conservador- las mejores cinematográficamente hablando. De ahí su fuerza polémica, paralela a su fuerza artística. En ellas, riesgo y belleza coinciden. Como, en paralelo, coinciden al revés las peores partes de la película con sus ideas menos arriesgadas.

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