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Despedida al teatro Real

Falla y Beethoven en el último concierto

Ayer se dijo adiós al teatro Real con el mismo programa que lo inauguró en 1966 como sala de conciertos. Se ha vivido, con evidente dignidad y hasta esplendor, cuatro largos lustros de conciertos en el Real; se ha asistido, día a día, a los ciclos de cámara los de las grandes orquestas internacionales, a los recitales de grandes figuras o a las conferencias de prensa celebradas en el pomposamente denominado salón Goya. Con la asistencia de la Reina (acompañada por su hermana, la Princesa Irene, y por el ministro de Educación, Javier Solana, que ocuparon el palco real), el concierto se inició, como hace 22 años, con el himno nacional.

Jesús López Cobos, en la última noche, dirigió unas palabras al público recordando que en todo esta fase de vida del Teatro Real se había hecho "música buena e importante". De ahí que escogiera para incluir en el programa la Suite Homenajes de Falla, no sólo por el homenaje que el compositor rinde a diversos músicos, sino tambien para que todos se lo rindiésemos a los músicos que han pasado por el Teatro Real y especialmente a los que han pertenecido a la Orquesta Nacional. En un palco cercano al de la Reina, se encontraban varios profesores fundadores de esta orquesta como los violinistas Jesús Fernández, Luis Antón, Gregorio Cruz y Luis Alonso y la arpista Mari Carmen Alvira. El programa lo completaba la Novena Sinfonía de Beethoven.Durante esos 22 años a las generaciones en circulación se unieron otras nuevas, y si la Orquesta Nacional fue perdiendo, uno a uno, sus profesores fundadores, otros los sustituyeron; si fueron poco a poco popularizándose los nombres y las obras de los compositores en los años cincuenta, a ellas se añadieron los de un par de generaciones siguientes, cuyos nombres, todavía cargados de juventud, han alcanzado lo que se llamará un día la época del Real: José Luis Turina, José Ramón Encinar y Salvador Brotons pueden servir de ejemplo. Es dificil despedir ahora al Real sin un poco de tristeza, sentimiento ajeno a la razón. Porque lo razonable, lo absolutamente lógico, es que, por fin, estemos ante la clausura del Real.

Tardó en llegar por mil razones, injustificables unas, respetables otras, y en más de un caso operó el miedo ante esta palabra: clausura. ¿No se clausuró provisionalmente en 1925? Y la provisionalidad duró décadas, permitió dos cambios de régimen y una guerra civil de tres años que hizo del coliseo polvorín. Al fin, el Real resucitó a los 41 años de iniciarse la provisionalidad y lo hizo como otra cosa: una sala de conciertos del Ministerio de Educación, mil veces llamada Teatro Irreal.

Ahora no suele recordarse, pero algunos sostuvimos duras polémicas, casi encarnizadas, en defensa de la recuperación del Real para la ópera y la construcción de un auditorio moderno y funcional para los conciertos. La mayoría estaba por esta solución, que ahora llega al primer plazo de su realización, pero no faltaron quienes votaban -es un modo de hablar- por soluciones contrarias, olvidando, entre otras razones, las verdaderamente determinantes de la acústica. La del Real es idónea para ópera, pero no para conciertos, y así lo testimoniaron, uno tras otro, todos los técnicos acústicos internacionales que lo visitaron.

Suenan ya en el Auditorio Nacional, construido por García de Paredes y su equipo, la Orquesta y Coros Nacionales en sus ensayos para los conciertos inaugurales los próximos días 21, 22 y 23. Y nos despedimos de la plaza de Isabel II y de la de Oriente. De las tertulias en los cafés cercanos. La suma de recuerdos se amontona sin ceder un ápice a la nostalgia: los festivales de orquestas de Alfonso Aijón; los estrenos movidos aún, como el de Miguel Alonso con Biografía; las malas caras y reacciones negativas para la Cantata de Cristóbal Halffter sobre los derechos humanos; el seguirniento de los ciclos pianísticos de Barenboim; las jornadas de Markevitch, Giurini, Celibidache, Boulez o Karajan; las tardes de Oistrakh, Stern, Szering o Rostropovich y las apoteosis de nuestras grandes voces.

Otros acontecimientos

Y también otro tipo de acontecimientos que forman parte de la vida diaria: protestas de los estudiantes de música por los problemas de la enseñanza, todavía sin solucionar; el extraño caso de una huelga por parte de la Sinfónica de RTVE, declarada cuando el público había ocupado ya sus localidades; la alarma ante el deterioro de la techumbre y el peligro de que la inmensa araña central se viniera abajo; el sufrimiento continuado de las colas; la sabia utilización por las grúas de las grandes sinfonías de Bruckner y Mahler, cuya duración les permite operar a placer contra los coches presuntamente mal aparcados; algún concierto que se celebró mientras en la plaza de Oriente y sus alrededores se producían manifestaciones relativamente pacíficas.

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