Otoño en Praga
LA RECIENTE reunión del Comité Central del Partido Comunista Checoslovaco parecía convocada para adoptar las medidas necesarias con que acompasar las reformas de este país a lo que está sucediendo en Moscú. Ha ocurrido más bien lo contrario. El renovadór Ludomir Strougal, jefe del Gobierno durante 18 años, no sólo pierde ese puesto, sino todos sus car.3,os en el partido (en el Presidium, órgano equivalente al Buró Político en la URSS, y en el Comité Central). Los dogmáticos más duros, sin embargo, conservan ;u influencia en la dirección: no ha tenido lugar la anunciada retirada de los veteranos Bilak e Indra, y ¡estaca como segunda figura del partido Jan Fótjik, cuya carrera se ha c1mentado, desde 1968, en las acusaciones "Ideológicas" más feroces contra los dirigentes de la primavera de Praga.La justificación de la dimisión de Strougal "por razones de edad" resulta cómica, si se tiene en cuenta que su sustituto tiene un año menos que él. Tampoco ,s ser o el argumento de que urge cambiar los métodos del Gobierno, ya que el nuevo primer ministro, Adamec, ha sido hasta ahora el segundo de Strougal. ¡ay que buscar otras causas a los cambios que se han producido. Cuando los aires de laperestroika llegaron a Praga y se hizo necesario sustituir al viejo Husak como secretario general, Strougal era el candidato más apto para promover un proceso renovalor, capaz, sin gestos provocadores, de enlazar en cierto modo con la reforma de 1968. La dirección checoslovaca rechazó esa opción y nombró a Jakes omo nuevo secretario general. Éste se había pronunciado por la reforma, pero con la tesis de que debía limitarse a la esfera económica.
En Praga no es posible tratar en serio el problema .e la reforma hoy sin hacer referencia a 1968. Alexander Dubceck y muchos de sus compañeros siguen vivos. No se trata de que vuelvan al poder, cosa que ni ellos mismos plantean. Pero resulta cada vez más incongruente que se les siga considerando oficialmente "traidores al socialismo", aunque en el plano personal se les trate con menos vigilancia y más benevolencia.
En ese terreno, la historia personal de Jakes no es Fácilmente compatible con un esfuerzo por restablecer la verdad histórica sobre los hechos de 1968. En aquellos días fue el presidente de la comisión de control del partido, responsable de la expulsión en masa de comunistas contrarios a la invasión soviética. En cambio, la actitud de Strougal en esa cuestión ha sido muy distinta: planteó incluso, hace unos meses, que hacía falta rehabilitar políticamente a personas como Dubceck y sus compañeros. Idea demoniaca para mentalidades como la de un FotJik. Pero la actitud de Strougal se acerca más a las opiniones que circulan en Moscú. Se da la paradoja de que, en diversos seminarios internacionales, delegados soviéticos discuten amistosamente con figuras emigradas de la primavera de Praga,- y coinciden incluso en valorar ésta como uno de los antecelentes de la perestroika, mientras en Praga siguen vigentes los anatemas breznevianos.
Los recientes cambios en Checoslovaquia confirman que la política reformista de Moscú. choca con informes obstáculos en los países del bloque. La consolidación del nuevo curso en Budapest es casi una excepción. En dos casos -Bulgaria ayer y hoy Checoslovaquia- hay retrocesos. Ello se debe no sólo a la capacidad de resistencia de unas estructuras totaliarias, que funcionan sin necesidad de respaldo ciudadano. Hay que tener en cuenta un fenómeno más general: las posibilidades de Gorbachov de reforzar is corrientes de reforma en los países del Este son escasas. La obsesión de la URSS por garantizar en ellos la estabilidad, de evitar que surjan situaciones conflictivas, acaba beneficiando a unos aparatos de poder que son sustancialmente contrarios al significado histórico de la perestroika.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.