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La noche de Tlatelolco

México recuerda la matanza de centenares de estudiantes acribillados por el Ejército el 2 de octubre de 1968

Antonio Caño

La plaza de las Tres Culturas es una explanada encerrada en pleno centro de la Ciudad de México que sirve de exposición para unas ruinas precolombinas sobre las que en el siglo XVI fue levantada la iglesia de Santiago de Tlatelolco. Por sus cuatro esquinas entraron, poco después de las seis de la tarde del 2 de octubre de 1968, los soldados que perpetraron la matanza más horrible de la que el país guarda memoria. Sobre los cadáveres de centenares de estudiantes allí caídos, días antes de que comenzaran los Juegos Olímpicos, México inició una nueva etapa en su historia, de la que se recogen hoy los frutos de un movimiento social revivido y de una convicción mayoritaria de que ese drama no puede repetirse.

Hay distintas versiones de lo que ocurrió esa noche lluviosa alumbrada por el fuego olímpico de los Juegos, que serían inaugurados 10 días después. Se habían reunido desde las cinco de la tarde unos miles de estudiantes -no más de 10.000- para asistir a un mitin encabezado por los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga.El movimiento estudiantil, fuertemente sostenido durante todo el verano, mostraba ya síntomas evidentes de agotamiento, y costaba mantener las consignas de huelga y movilización. No se esperaban enfrentamientos ni se vivía la tensión de las manifestaciones que en semanas anteriores habían llegado a reunir a 200.000 jóvenes en el Zócalo.

Corresponsales extranjeros

Apostadas en las proximidades del lugar de reunión vigilaban unidades del Ejército y del temido Cuerpo de Granaderos. Merodeaban por allí algunos corresponsales extranjeros, entre ellos la periodista italiana Oriana Fallaci, que posteriormente resultó herida de bala.

Los estudiantes coreaban frases alusivas al carácter democratizador de sus propósitos. Apenas caía la noche cuando llegó la que parecía ser señal de fuego: uno de los helicópteros que sobrevolaban la plaza lanzó varias bengalas de luz verdosa, que precedieron al tiroteo.

"Los gritos, los lamentos de dolor, los lloros, las plegarias y el continuo y ensordecedor ruido de las armas hacían de la plaza de las Tres Culturas un infierno de Dante", recuerda una de las testigos de la matanza, citada por la escritora Elena Poniatowska en su libro La noche de Tlatelolco. "Recio combate al dispersar el Ejército un mitin de huelguistas. 20 muertos, 75 heridos y 400 presos", titulaba al día siguiente el diario Excelsior, el de mayor influencia.

Ésas eran las cifras oficiales, que nunca llegaron siquiera a aproximarse a las reales. Se vieron salir de Tlatelolco camiones cargados de cadáveres. Durante varios días los tanques rodearon la zona, mientras los soldados procedían a su limpieza. "Había mucha sangre pisoteada, mucha sangre untada a la pared", recuerda un profesor del Instituto Politécnico Nacional, una escuela en la vanguardia del movimiento estudiantil de entonces. El escritor Octavio Paz da por buena la cifra de 325 muertos que en su día publicara el diario británico The Guardian.

¿Por qué semejante matanza? ¿Tenían los soldados mexicanos órdenes expresas de sus superiores para actuar así? ¿Intervinieron provocadores? Veinte años después no hay respuestas claras a estas preguntas. Observadores de reputación interpretan que el presidente de la República en aquel momento, Gustavo Díaz Ordaz, que no se había caracterizado por ser un hombre autoritario, estaba convencido de que el movimiento estudiantil, supuestamente infiltrado por el comunismo, suponía el más grave peligro para la seguridad nacional que había sufrido México.

Disparos de los militares

Después de tres meses de agitación callejera respaldada por la mayoría de la población, Díaz Ordaz decidió cortar de raíz el problema y detener a todos los miembros del Consejo de Huelga, que ese día se reunían en Tlatelolco. Algunos testigos aseguran haber visto disparos contra los militares surgidos entre las filas de los manifestantes. Es cierto, al menos, que el general que dirigió la operación, José Hernández Toledo, resultó gravemente herido de bala. El político Rodolfo González Guevara, en aquel momento secretario general del distrito federal, admite que en el curso del movimiento de protesta "se metió la CIA, se metieron grupos de la más intransigente reacción clerical, los comunistas, los trotskistas, todo el que pudo, pero el Consejo de Huelga siempre tuvo una dirección limpia y honesta en cuanto a sus objetivos".

Nacido a la luz del mayo de 1968 francés y de todo el levantamiento juvenil de ese año, el movimiento estudiantil mexicano tenía, a diferencia de aquéllos, objetivos más modestos, posibles y mayoritarios.

La prueba de ello es que todas las demandas por las que lucharon los jóvenes estudiantes (supresión de un artículo del Código Penal, liberación de presos políticos y destitución de los jefes policiales) fueron conseguidas después de la matanza de Tlatelolco. El éxito, el enorme respaldo del movimiento estudiantil, se debió a que, en el fondo, el movimiento resumía en sus aspiraciones lo que era una ambición nacional: democracia.

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